El desafío de imitar a los pájaros
Me quedé absorta cuando leí hace unos días en LA NACION que un físico argentino de la Universidad de Buenos Aires, Gabriel Mindlin, junto con colegas de Estados Unidos, acaba de arribar a conclusiones reveladoras sobre los procesos físicos y neurobiológicos que intervienen en el canto de los pájaros. Lo que acaba de salir son los tipos de instrucciones neuronales que ejecuta el pájaro para vocalizar, y la certeza de que los cantos más complejos dependen de sólo dos variables: la presión del aire y la tensión muscular de su órgano vocal. Es decir, procesos cerebrales que, según advierten, tienen un correlato con el ser humano. Según el informe ofrecido por la columnista Nora Bär, también los pájaros necesitan un tutor para aprender a cantar, y tienen dialectos, es decir que existiría asimismo una solución evolutiva similar a la de los humanos.
Me pregunto, ¿qué sabrían del canto de los pájaros los músicos que plantaron sus gorjeos en medio de geniales partituras? ¿Conocían sólo lo que la mayoría de los mortales sabíamos hasta ayer, es decir, que los pajaritos cantan? ¿O intuían algo más, desde su sensibilidad y su oficio de escribir melodías de alguna manera similares al canto de los pájaros?
Decenas de ejemplos se pueden extraer de obras del repertorio musical clásico en las que se trata de imitar a las aves canoras. Entre los más tempranos se ubican los de Clément Janequin, el gran creador de la chanson polifónica renacentista francesa (más precisamente de la escuela parisiense), como es el caso de "El canto de los pájaros" y "El canto de la alondra", donde rinde su homenaje a la figura alada y musical de la "philoméle" (el ruiseñor), especie de Orfeo natural, cuyo canto obsesionó a tantos compositores del siglo XVI. Entre otras razones porque, como decía Pierre Belon en 1555, "sobrepasa el artificio humano en esta ciencia de la música".
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Y además, cómo no recordar a Rameau y Couperin, las mil proezas del violín, para imitar a los pajaritos primaverales, de Vivaldi, o la oropéndola al borde del arroyo en la Sinfonía Pastoral de Beethoven, a la que se agregan el ruiseñor, el grito de la codorniz y el canto del cu-cú, y a los pájaros misteriosos y profetas de Wagner y de Schumann. Pero si hay un músico que queda ligado a los pájaros, ése es Olivier Messiaen, auténtico ornitólogo, que dedicó parte de su vida a recoger los cantos de los pájaros de todo el planeta. En su "Technique de mon langage musical", el compositor francés, que murió en 1992, revela que los pájaros realizan encadenamientos de pedales rítmicos extremadamente refinados, y que las melodías, sobre todo las de los mirlos, sobrepasan la fantasía humana. Y ofrece ejemplos de melodías y cadencias, que utiliza dentro de sus obras, en especial en "Despertar de los pájaros" y "Pájaros exóticos", ambas para piano y orquesta. Con un poco de imaginación es posible suponer que un estudio y agudeza tan profundos por parte de Messiaen debieron aproximarlo a las puertas mismas de lo que hoy es una convicción científica.
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