Gonzo Palacios, el saxofonista de los 80: "Con Los Twist no estábamos preparados para el éxito"
La aparición de Los Twist en la efervescente escena del rock argentino de inicios de los 80 fue toda una novedad. La banda integrada por Pipo Cipolatti, Daniel Melingo, Fabiana Cantilo, Polo Corbella, Eduardo Cano y Gonzalo Palacios supo forjar un estilo propio cargado de groove bailable, astucia y ácida ironía. 1983 fue un año explosivo en el país. El regreso de la democracia les abrió las puertas a discos inolvidables: Clics modernos, de Charly García; Vasos y besos, de Los Abuelos de la Nada; Agujero interior, de Virus, y La dicha en movimiento, un formidable debut de Los Twist en el que el saxo de Palacios tuvo un papel decisivo.
Pasaron treinta y seis años de aquel momento fundacional y "El Gonzo" está de vuelta en Buenos Aires, una ciudad que abandonó en el 91. Aquella vez, Palacios se tomó un avión a Londres para probar suerte en un lugar en el que se había producido una parte importante de la música que admiraba desde siempre. Finalmente recaló en España, una plaza más amigable para los artistas latinos, regresó un tiempo a Buenos Aires -entre 1998 y 2002- y volvió a Europa para instalarse en Menorca, donde hoy vive y tiene su propio estudio de grabación. Es músico residente de la discoteca más famosa de esa paradisíaca isla bañada por el mar Mediterráneo y también suele tocar para turistas -mayoritariamente anglosajones- en hoteles elegantes.
La vuelta a la Argentina tiene que ver con un par de conciertos y la grabación de un disco en vivo: se presentará este martes 26, a las 20.30, en el Centro Cultural San Martín, como parte del ciclo Jazzología. Al día siguiente tocará en Mister Jones, un local de Ramos Mejía (Saavedra 339), a las 22. Lo acompañarán Alejandro Ridilenir (guitarra eléctrica), Daniel Castro (bajo), Fernando Del Castillo (batería), Gustavo Ridilenir (flauta y saxo tenor), Fabián Prado (piano y sintetizador) y Santiago Castellani (trombón). Y el repertorio incluirá temas propios y standards de un abanico genérico que va del swing al blues, pasando por el shuffle, el funk y el rhythm and blues. "Estoy continuando un ciclo que se interrumpió hace unos veinte años, cuando me fui definitivamente de Buenos Aires -dice Gonzalo, admirador confeso de saxofonistas como Charlie Parker, King Curtis, Maceo Parker y Hank Crawford-. Y siento que el proyecto con estos músicos se puede prolongar en el tiempo porque hay cariño, respeto y alegría por tocar juntos. Además hoy es posible trabajar a distancia, e incluso viajar es más fácil que antes".
–Mucha gente sabe de vos por Los Twist, o por tu trabajo con Charly García, Los Redondos, Soda Stereo y Sumo. Pero hoy estás en otra cosa.
–Sí, estoy enfocado en la música negra: soul, blues, swing, algo de jazz moderno... En Menorca toco básicamente para gente de mi edad, o incluso más grande, que tiene el mismo gusto que yo. Son personas que crecieron escuchando skiffle, a los Beatles, a los Rolling Stones. Creo que la gente más joven prefiere algo más simple, más lineal, que a mí me aburre un poco. Yo toco la música que escucho. Aunque ahora también estoy escuchando tango y polifonía renacentista y eso no aparece en mi repertorio. Mis hijos me muestran mucha música nueva. Yo la escucho y puedo apreciarla o no, pero siempre vuelvo a mi rock y mi blues de toda la vida.
–¿Por qué decidiste irte de Argentina?
–Porque tenía un síndrome de "más de lo mismo". Sentía que estaba un poco estancado. Cuando resolví irme estaba tocando con Memphis la Blusera. Fue justo antes de que esa banda explotara y se hiciera muy popular. Pero no creo que me haya perdido demasiado. En realidad me salvé de dar una vuelta más en la misma noria.
–¿Y cómo te fue al principio en Europa?
–En Inglaterra me pude foguear tocando en clubes, pero yo llegué sin ningún contacto y tampoco soy un buen músico de sesión. No leo a primera vista ni soy un experto en afinación. Entonces se me hizo cuesta arriba. Después probé suerte en España, donde las cosas funcionan mejor, sobre todo si tenés algunos contactos. Ahí la gente arma proyectos aunque viva en ciudades diferentes, porque las distancias son realmente muy cortas. Hoy vivo de prestar un servicio: toco para turistas, algo que quizás no sea demasiado glamoroso, pero que me da sustento y me divierte. Yo me identifico con la gente para la que toco, tenemos gustos parecidos. En las grandes ciudades españolas hay que andar "luqueando" todo el tiempo, y los trabajos de vientos se los dan casi siempre a los cubanos y a los venezolanos.
–¿Cómo empezaste con el saxo?
–Siempre digo que al saxo me lo presentaron. Un amigo compró uno y me invitó a probarlo cuando tenía 17 años. Yo tocaba flauta dulce desde los 6 y traversa desde los 13. Son instrumentos ingratos para alguien a quien le gusta el rock, más allá de casos como el de Jethro Tull. Probé ese saxo, aprendí muy pronto a sacarle sonido y al toque entré en Los Twist.
–¿Y cómo fue esa etapa?
-Daniel tocaba el clarinete y el saxo, pero en Los Twist quería tocar la guitarra y cantar. Cuando llegó Pipo, ya teníamos una buena parte del concepto de la banda muy trabajado con Dani, Fabiana y Cano. La primera desbandada se produjo porque algunos de los músicos se fueron cuando estalló la Guerra de Malvinas.
–¿Imaginaban que La dicha en movimiento iba a tener tanto éxito?
–Había cierta intuición de que a la gente le gustaba lo que hacíamos. Debutamos a sala llena y llevábamos mucha gente a cada show que hacíamos, pero igual teníamos una mentalidad underground. Pensá que vendimos 120 mil copias de ese disco. No estábamos primeros en el ranking de ventas porque justo salió Thriller, de Michael Jackson, que fue un boom en todo el mundo. Pero aun así seguíamos pensando como una banda del under. No teníamos conciencia de dónde estábamos parados. Y además recibimos unas cuantos palos de gente que respetábamos, algo que nos descolocó un poco.
–De hecho, el segundo disco, Cachetazo al vicio (1984), no repitió el suceso del primero.
–Pasó algo bastante prototípico de los segundos discos: queríamos demostrar que lo del primero no había sido casualidad y, al mismo tiempo, dejar claro que sabíamos tocar, porque se hablaba de nuestra falta de musicalidad, de cierta banalidad en las canciones de Los Twist. Eso nos terminó maniatando un poco. Fabiana ya se había ido de la banda para iniciar su carrera solista, también. Yo creo que La dicha en movimiento es una gran foto de un momentazo: nosotros aparecimos con un tipo de rock muy bailable, muy porteño, con cierto rescate cultural de una terminología del pasado que nadie había abordado. Todo eso era muy novedoso. Se suponía que éramos iconoclastas, pero en verdad éramos lo contrario: unos grandes adoradores de ídolos. Nos gustaba mucho la música que nos precedía y nos dolían los comentarios de algunos colegas con más historia que nos mataban.
–¿Cómo fue el trabajo de Charly García como productor del primer disco?
-Charly quería que sonáramos en el disco tal cual sonábamos en vivo. Así que grabamos casi todo tocando juntos y muy rápido, creo que en unas treinta horas de estudio. Después sugirió pequeños retoques: alguna voz adicional, algún teclado, alguna guitarra. Pero su mérito principal fue darse cuenta de que lo mejor era hacer esa foto del gran momento de la banda que terminó siendo ese disco.
Los 80 fueron estimulantes y muy intensos. Pasó todo en muy poco tiempo, a una velocidad alucinante
–¿Los Twist se sentían parte de una escena?
–Nos sentíamos parte de una escena, pero no exactamente de aquella a la que se nos asoció. Nosotros nos considerábamos como parte del underground porteño porque hacíamos canciones que por distintas razones -sobre todo por las temáticas- no parecían estar pensadas para la difusión en la radio o la televisión. Sentíamos que estábamos cerca de gente como (Horacio) Fontova o Los Redondos, que no podían grabar justamente porque no encajaban en los cánones de la época. Todo eso cambió muy rápido. Nos movíamos por Barrio Norte, por los barcitos de Plaza Serrano y el Pasaje Bollini, por algunos locales de la calle Corrientes, y éramos los modernos de esa movida. Estábamos cerca de Virus y de Soda. Después aparecieron Los Fabulosos Cadillacs, Los Pericos, las Viudas y todos empezamos a sonar mucho en la radio, a vender discos. Ya no nos cruzábamos tanto porque todos tocábamos en vivo sin parar.
–¿Se han idealizado demasiado los 80 en Buenos Aires?
–Me parece que hubo momentos distintos. De fines de los 70 hasta el 83 era todo muy emocionante y también muy peligroso. Estar en la calle era riesgoso. Pero después de la Guerra de Malvinas, cuando los militares ya estaban en retirada y la policía tenía bien claro eso, empezó a cambiar la relación de fuerzas. Empezó a aparecer gente del conurbano, como el caso de Sumo. Y artistas muy distintos, como Ulises Butrón y Daniel Melero, cada uno con su propio plan, empezaron a salir de su cuevita y a hacerse más visibles. Fue un momento muy creativo, se notaba un cambio de paradigma estético, algo que ya venía ocurriendo en Europa a partir del nacimiento del punk y la new wave. Las hombreras en los sacos, el pelo parado, The Smiths, The Cure, Duran Duran, The Police. Y llegó también la época de las grandes ventas del rock argentino, la consagración de Soda, Sumo y Los Redondos. Esos años fueron estimulantes y muy intensos. Pasó todo en muy poco tiempo, a una velocidad alucinante. No sé si están demasiado idealizados, pero fueron años en los que pasaron muchas cosas.
–Los Twist tuvieron muchos cambios y una vida relativamente corta.
–Suele pasar que los grupos a los que les toca ser bisagra tienen mecha corta. Son muy intensos y se queman muy rápido. Pagan un precio alto por ser los primeros en algo. A mí no me afectaba tanto, pero Daniel -Melingo; un un tipo formado, con experiencia en la composición, un clarinetista consumado- sufría con las críticas destructivas de gente que él respetaba. La masividad fue más allá de lo que esperábamos. Nosotros creíamos que tocábamos para los freaks del barrio y resulta que hasta los nenes de 9 años escuchaban La dicha en movimiento. Cuando nos volvimos masivos aparecieron las sugerencias de bajar los decibeles con las letras, pero Pipo y Daniel decidieron redoblar la apuesta. Fueron más guarros que antes, hicieron canciones que hablaban de la masturbación, el sexo oral, la homosexualidad y la policía con un humor muy corrosivo e incorrecto. Y hubo también asuntos personales, claro.
–¿Cuáles?
–No vale la pena revolver ese tacho. Creo que fue todo demasiado rápido y que no estábamos preparados. Dormíamos poco, obviamente, pero ese no fue el problema principal. Cuando empezás a vender discos aparecen las preguntas: ¿Qué es más importante: el esfuerzo, el talento o la química ente todos? Daniel sentía que el formato de Los Twist lo encorsetaba, tenía ganas de explorar otras cosas. Yo pensaba que íbamos a ir evolucionando como lo hacían muchos grupos clásicos del rock inglés, pero eso no pasó. Me fui y Los Twist, ya con Hilda Lizarazu, hicieron en el 85 un tercer disco, La máquina del tiempo, que en realidad estaba basado en el concepto de otro proyecto llamado Tony & Douglas. La discográfica exigió que se editara con el nombre de Los Twist, pero ya no era lo mismo. Es un buen disco, claro. Un disco en el que están Hilda, Daniel y Pipo difícil que sea malo. Tiene temas muy lindos, como "Twist de Luis", pero la esencia había desaparecido. Con Cataratas musicales (1991) y El cinco en la espalda (1994) la idea fue recuperar ese espíritu original, pero quizás ya era un poco tarde.
–¿Seguís en contacto con tus excompañeros?
–Sí, tengo un gran cariño y un gran respeto por todos. La primera separación fue complicada, hubo bastante rencor e incluso alguna demanda judicial. Pero con el paso del tiempo pude apreciar mejor el valor del convencimiento artístico que tuvimos para hacer lo que hicimos. Soy amigo de Pipo y de Cano, la paso muy bien cada vez que nos vemos. Vivimos lejos y nuestra comunicación es un poco intermitente, pero cuando nos juntamos es todo como en la época en la que nos conocimos. También me gustaría verlo a Daniel antes de irme a España.
–¿Vos tocaste en la gira de presentación de un disco mítico como Clics modernos? ¿Qué recuerdos tenés de esa aventura?
–Creo que tuve muchísima suerte. Charly estaba en la cima de su creatividad. Era joven, fresco y hacía todo lo necesario como para que fuera muy agradable girar con él. La banda que tenía era un seleccionado: Pablo Guyot, Alfredo Toth, Willy Iturri, Fito Páez, Daniel (Melingo) y Fabiana (Cantilo). Un lujo. Pero también era genial el ambiente. Todos viajábamos juntos en el mismo micro: músicos, plomos, asistentes, productor. No había diferencias de clases, se movían todos con mucho respeto. Me acuerdo de profesionales como Quaranta, Amílcar Gilabert, Mario Breuer, Toto, Quebracho. Para mí fue como ir a la facultad. Yo tocaba el saxo hacía apenas tres años y me hacían sentir que era uno más. Y los shows eran buenísimos porque el público estaba completamente entregado. Eso te hacía sentir muy seguro. Nunca tuve pánico escénico ni nada de eso. Pisábamos el escenario y había una ovación tremenda. La gente te hacía saber desde un primer momento que estaba dispuesta a pasarla bien.
Este martes, a las 20.30, en el Centro Cultural San Martín. El miércoles, a las 22, en Mister Jones, Saavedra 339, Ramos Mejía
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