
La falsa bahiana
Tal como sucedió con la recitadora Berta Singerman, confundida para siempre con la caricatura de Jorge Luz, también Carmen Miranda terminó siendo recordada no por su aporte a la canción brasileña sino por el pintoresquismo del atuendo que inventó para difundirla en todo el mundo.
Sombreros repletos de frutas, enaguas superpuestas, toneladas de abalorios y zapatos de alta plataforma resultaron un disfraz irresistible tanto para transformistas de mala muerte como cómicos famosos. Y por supuesto Ney Matogrosso, que desde hace más de 20 años viene taconeando "O tic tac do meu coracáo" y acaba de repetir en Buenos Aires su homenaje.
Carmen Miranda dejó de ser el nombre para identificar a esa pequeña cantora vital y simpática, un fenómeno internacional que Brasil no ha logrado repetir, para entrecomillarse como denominación de una especialidad revisteril. Lo raro es que recién comenzó a usar su loca versión del ajuar bahiano a fines de los años 30, cuando ya llevaba una década como inspiradora de legendarios autores y dueña de un repertorio sin lugar para la melancolía.
Nunca se sabrá si fue primero la idea de la ropa -la Miranda bocetaba, cortaba y cosía todo lo que se echaba encima- o la letra de "O que é que a baiana tem", un dúo compuesto por Dorival Caymmi describiendo los ingredientes del ropaje, que se oyó por primera vez en su último film brasileño, sirvió para un disco de candor mozartiano y apresuró la partida hacia Broadway.
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En la negra temporada de 1940 el espectáculo de Carmen fue el único inmune a la competencia de la Feria Mundial y poco después cruzaba el país hacia los estudios de la Fox donde se quedó para nueve películas en un lustro. Nunca fue protagonista, pero igual su personalidad sensual, dominante, astuta, llamativa pero nunca grotesca, borró a cuanta ingenua pasada de edad le pusieron al lado.
Estuvo en varios clásicos menores culminando en "The gang´s all here" ("Alegría, muchachos"), con aquel número surrealista, "The girl in the tutti frutti hat", en el que el director Busby Berkeley amplió el icono a dimensiones faraónicas y las bananas del sombrero se perdían en el infinito.
Algo de su antiguo repertorio se coló en estos musicales, pero lo esencial eran las nuevas canciones fabricadas a su medida por el team Gordon & Warren que ni una vez se fueron del tono jocoso en que siempre se movió la intérprete. Basta el título de un par de hits -"Chica Chica Boom Chic" y "Y Yi, Yi, Yi, Yi"- para verificar que nada cambió desde el "Burucuntum" grabado en Río quince años antes.
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Nada bueno resultó del match Carmen Miranda v. Groucho Marx en "Algo llamado Copacabana", un desastre que la expulsó del cine en el que sólo asomó tres veces más haciendo de sí misma. Volvió a llenar teatros por todo el mundo, cargando baúles de vestuario y el imprescindible maletín con las pastillas, pero no alcanzó a reciclarse en televisión, un infarto se la llevó en el verano de 1955.
Pero no fue tanto el fracaso de una película barata o el desgaste de ese acto folklorista repetido por una cuarentona lo que inició el ocaso. La guerra había terminado tiempo atrás y el optimismo que la sola presencia de Carmen Miranda generaba dejó de ser necesario, los invitados a su perpetuo carnaval elegían fiestas distintas y piezas como "Mama eu quero" o "Touradas em Madrid" parecen inoportunas cuando se piensa que, apenas un mes antes del episodio cardíaco, alguien llamado Elvis Presley estaba grabando "Mystery train".
Lo mismo tuvo un funeral a lo Gardel, con 50 mil fanáticos luchando por manosear el féretro con Carmen adentro maquillada y vestida como para salir a escena, según las crónicas. El estilo siguió vibrando por un rato, pero las siguientes generaciones, de Elizete Cardoso y Maysa hasta Elis Regina y María Bethania, se fueron tornando más sombrías, prefiriendo la desolación tipo Elvira Ríos o Juliette Greco al júbilo algo ingenuo, un poco irresponsable de a pequena notavel que Ney Matogrosso preserva mejor que nadie.




