La fuerte historia de vida de Ángel Carabajal: el abandono de su padres, su infancia en la calle y cómo se refugió en las danzas autóctonas
Su espectáculo 20 años con el arte, que se exhibe con éxito en Carlos Paz, fue el más distinguido de la temporada en la última edición de los premios Carlos; el autor de Bien argentino repasa su trayectoria y habla de sus sueños y de su próxima creación
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Artista perseverante, como él mismo se define, Ángel Carabajal cumple dos décadas de trayectoria y lo celebra en 20 años con el arte, el espectáculo más premiado en los premios Carlos 2025: se llevó cinco estatuillas de las 12 categorías en la que estaba nominada. El show se presenta en el Espacio Mónaco de Villa Carlos Paz, en compañía de Marcelo Iripino, Pablo Lozano, Facundo Toro, Nacho Prado, Lucas Cerazo y Los Nombradores del Alba.
Sus veinte años con la música y la danza autóctonas coinciden con la aparición de su biografía, Ángelo, seamos felices, el resto viene solo, de Sergio Oviedo, una historia de autosuperación inspirada en su infancia en la ciudad de Oncativo, Córdoba y sus inicios en el mundo del espectáculo.
En diálogo con LA NACIÓN, Carabajal repasa su vida y anuncia lo que será su próximo gran show, Ángelo, un musical autobiográfico, producido y dirigido por él.

–¿Cómo se celebra 20 años con el arte en un solo espectáculo?
–Es una iniciativa que se generó acá mismo, en Oncativo (Córdoba), de donde yo soy, en una de las fiestas más populares que tenemos, la Fiesta Nacional del Salame. Si bien hacemos esto desde muchos años antes, tomamos como referencia el momento en que nos empezamos a profesionalizar. Y para festejarlo tomamos un poco de los mejores shows que hicimos hasta ahora: algo de América show, un poco de Un cacho de mi vida, con muchas canciones de Cacho Castaña; un poco de Haydée, un show que hicimos para Europa en homenaje a Mercedes Sosa, y nuestro clásico Bien argentino, el show que nos ha hecho trascender. Así que reunimos lo mejor de esos cuatro espectáculos en uno solo, lo que hace que sea muy dinámico, muy variado y entretenido, con una puesta teatral que, a nivel técnico, es la más importante del país.
–A 20 años de aquel debut profesional, ¿recordás cómo fue ese primer show?
–Fue en el teatro Victoria, en la ciudad de Oncativo, zapateando el malambo y también otros ritmos como el rock y la salsa, que desde un comienzo transformaron nuestro espectáculo en algo diferente. Si bien nosotros venimos de la danza folklórica, del malambo, partimos de esa base para incorporar esos otros ritmos que sorprendieron al público. Al comienzo nos veían bailar gato, chacarera, zamba y escondido, que son las danzas tradicionales que uno empieza en la academia, pero cuando sumamos otros ritmos y los músicos en vivo, fue algo especial. Ahí empezó todo.
–¿Fueron criticados por incorporar otros ritmos?
–Sí, nos pegaron un poco los más tradicionalistas, pero no fueron más críticas de las que ya nos imaginábamos, porque desde un comienzo apuntamos a un público no tan conservador, que le gustara el folklore en sus otras versiones, algo generacional. Hasta hacíamos un malambo en el agua; llenábamos una pileta en vivo, chapoteábamos ahí y la gente se enloquecía. Fue un boom. Hacíamos un circo en el agua con el malambo y generó un impacto visual que nos hizo trascender muchísimo. Primero nos criticaron, pero al final todo el mundo quería estar.

–¿Esa referencia al circo es una búsqueda deliberada?
–Sí, ese es nuestro camino, el recorrido que estamos haciendo, no literalmente el circo, pero sí referentes como el Cirque du Soleil, espectáculos de Las Vegas o de Broadway. Si bien somos de Oncativo y venimos de una academia de danza, los sueños son grandes y creo que estamos en camino. A pesar de los 20 años somos muy nuevos todavía, tenemos una buena base y estamos trabajando mucho en Angelo, nuestra próxima producción, que creo va a dar el salto. Buscamos siempre el máximo nivel.
–El aniversario coincidió con la aparición de tu biografía, Ángelo, seamos felices, el resto viene solo, de Sergio Oviedo.
–Sí, lleva el nombre de esta obra que estamos creando, un personaje mío que habla de muchas cosas de mi vida, con un mensaje esperanzador. Es un musical bastante ambicioso, nuestra próxima gran apuesta, donde vamos a volcar toda nuestra experiencia y más también. Aún no tenemos fecha de estreno, estamos trabajando mucho en las canciones con la idea de estrenarlo a finales de este año o principios de 2026.
–Es llamativo publicar una biografía con apenas 42 años. ¿Cómo surgió la idea?
–Es que mi historia artística nace desde que me fui a trabajar a la calle. De chico, mi sueño era ser alguien y el arte de alguna manera me ayudó a insertarme en la sociedad. Yo tomé esa mano que me dio la danza para posicionarme y de alguna manera es un reconocimiento a mi historia.

–¿Y cómo fue esa infancia en Oncativo?
–Bueno, yo nací en un hospital de Córdoba Capital y por cuestiones de mis padres, que estaban separados, él era alcohólico y ella epiléptica, fui abandonado, quedé como tiradito en la casa. Entonces, cuando mi mamá vino hasta Oncativo y le contó a mi abuela, ella salió a buscarme desesperadamente a Córdoba y ahí me encontró bastante desnutrido. Finalmente, con el apoyo de los vecinos, que le ayudaron a montar su casa con muebles prestados, para que la asistente social se llevara una buena impresión, consiguió la tenencia. Así, a partir del año y medio empecé a vivir en Oncativo con mi abuela. Ella era muy humilde y salíamos a la calle a pedir casa por casa. Me la pasé pidiendo hasta los 10, 11 años, cuando empecé a trabajar. Todo eso lo cuento arriba del escenario: los rótulos de la sociedad, los prejuicios, la diferencia, la discriminación que hacemos naturalmente cuando se nos presenta alguien de la calle. Lo llevo al contexto teatral cada noche y la gente se emociona, porque lo cuento en primera persona; a mí no me lo contaron, yo lo viví. No es una cuestión de victimizarme, hoy estoy en otro lugar, pero me gusta contarlo para que esto pueda ayudar a muchos chicos o sirva para cambiar un poquito la percepción de cómo somos cuando nos cruzamos con gente de la calle y tendemos a discriminarlos simplemente porque no está en nuestra línea.
–Otro dato que surge de tu biografía es que jugabas al fútbol en el Club Unión de Oncativo hasta que descubriste la danza por una chica que te gustaba. ¿Cómo fue?
–Exacto, cuando tenía 11 años me anoté en la Escuela Municipal de Danza de Oncativo porque había una nena que me gustaba. Después me empezó a gustar mucho más la danza que la nena y ahí fue donde me posicioné en esto de querer instalarme con el arte en la sociedad y no dejarlo más. Son esas cosas mágicas que no elegís, sino que te encontrás, te tocan. Yo no habría elegido nunca la danza, pero con toda la vergüenza del mundo terminé yendo a la academia por esa nena. Al final dediqué a eso toda mi vida.
–¿Cómo seguiste tu formación?
–La danza me empezó a apasionar, empecé a estudiar y bailar con otros ballets de Córdoba Capital y a los 15 años arranqué una travesía como mochilero al Sur, para aprender las danzas de allá. Yo pensaba que cuanto más al sur me fuera, más genuinas serían las danzas, pero después me enteré de que se llamaban danzas sureñas a las danzas del sur de la provincia de Buenos Aires. ¡Y yo me fui a dedo hasta Ushuaia! Estuve viviendo un año en Caleta Olivia, ahí en Santa Cruz, pero no estaba la danza sureña que yo buscaba. Entonces volví a Oncativo, porque mi abuela estaba muy enferma. Estuve un tiempo ahí y arranqué de nuevo de mochilero para el Norte porque quería aprender danzas norteñas. Ahí sí aprendí mucho viajando por Salta, Santiago, Jujuy. Hice como un posgrado en el mismo lugar donde se bailaban. Y mientras tanto iba viviendo. Como me crie pidiendo, para mí pedir un laburo, trabajar de cualquier cosa me era muy fácil. Tenía esa cosa de ser simpático y amable que me abría muchas puertas y se fueron generando historias de amistades por todo el país, amistades que sigo teniendo.
–Te hiciste en la escuela de la calle...
–Sí, la calle es la gran escuela. Obviamente que no es recomendada. Yo tengo mis hijos (Felipe, de 12 y Gino, de 17) y no los mandaría a la calle por nada. Pero así y todo, la calle es la gran escuela, te enseña las realidades de la vida. Por lo menos a mí me enseñó a entender la sociedad. Eso de golpear tantas puertas. Bastaba que te abrieran y ver cómo te miraban para entender si iban a colaborar con vos o no; todo eso ya lo descifraba. Cuando hoy me siento a hablar con empresarios me sigue sirviendo todo ese aprendizaje de mirar a los ojos y saber si va por ahí o no. Aprendí ese atrevimiento de hablar sin ningún problema, porque vengo de un lugar donde la vergüenza no existía. Quien tenía vergüenza se quedaba sin nada, literal.
–Cuando mirás hacia atrás, ¿qué reflexión hacés sobre estos 20 años de carrera?
–Para mí es hermoso mirar para atrás, porque mirar atrás es alabar esa magia que me ayudó a estar donde estoy ahora, un presente soñado. Todo lo que puede llegar a soñar un niño de la calle cuando no tiene un pedazo de pan para comer, literalmente inalcanzable. Hoy me acuerdo de esos pensamientos y me llena de felicidad y de orgullo. También me genera mucho entusiasmo para seguir creciendo, porque pienso que si pude llegar hasta acá puedo ir mucho más allá. No podría hablar de la forma cómo hacerlo: yo me levantaba a la hora que me levantaba y salía a buscar la vida como salía, pero siempre sentí que había algo mágico más allá. Una magia eterna que me generó el entusiasmo de salir a buscar todo lo que se dio. Después de mil no, un sí, después de otros mil no, otro sí. Y esos sí fueron repuntando. Siempre busqué la felicidad antes que todo, creyendo que el resto iba a venir solo, y el resto fue llegando.
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