The Wall: la indestructible obra de Pink Floyd
Roger Waters presentó en Londres el impactante show que llegaría en marzo a Buenos Aires
LONDRES. Cuando uno se aproxima a Londres no es difícil imaginar por qué Roger Waters eligió utilizar los ladrillos para enmascarar la metáfora sobre la alienación del ser humano en el mejor cuento musical de la historia del rock. Toda la ciudad muestra con orgullo sus ladrillos al descubierto, aquí, allá y en todas partes. Y si se arriba a Londres desde el sur, irremediablemente uno además se topará de frente con la certeza de lo mucho que se entrecruzan la cultura popular inglesa y Pink Floyd en esta ciudad. Allí está el Battersea Power Station para certificarlo, con sus cuatro chimeneas devenidas íconos desde la portada de Animals, tan londinenses como el Támesis mismo o los soldaditos vestidos de rojo del London Bridge. De allí que desde hace una semana Waters esté en esta ciudad para el tramo más emotivo de la gira que ha reconstruido la pared, ladrillo por ladrillo: The Wall en vivo, el espectáculo más ambicioso de la era rock, treinta y dos años después de haber sido concebido, sin sus compañeros de Pink Floyd, pero con la tecnología de su lado para poder representar mejor que nunca toda esa fantástica polaroid de locura extraordinaria con la que selló una época y marcó a toda una generación.
Aunque aquí y ahora, Waters, y The Wall especialmente, van por más. De hecho, el miércoles por la noche, el imponente estadio O2 Arena de Londres está desbordado de seguidores de aquella generación que creció alucinada por las texturas sonoras y la potencia lírica de esta pieza única, es cierto, pero también están sus hijos, que se acercaron para acompañar y para ser parte de un concierto a la altura de su leyenda: 15 millones de dólares puestos en escena, 424 ladrillos gigantes que cubren 70 metros de largo por 11 metros de alto de muro, aproximadamente 2 millones de personas que compraron sus tickets a precios globalizados alrededor de los Estados Unidos y Europa (próximamente, en América latina también -ver aparte-) y 26 canciones soldadas a mano, una tras otra, sin hendijas.
Chequeado los fríos números, sería justo advertir que esta representación ha perdido quizá la fuerza subversiva de su momento, pero también que aún mantiene la misma intención teatral de entonces para plasmar una obra sin fisuras en lo conceptual.
¿Por qué poner en escena hoy a The Wall después de tres décadas (entre 1980 y 1981 se realizaron solo 29 presentaciones en vivo del álbum, en apenas cuatro ciudades, las últimas antes de la separación definitiva de Pink Floyd)? Según el mismo Waters, para celebrar su renovada fe acerca de la humanidad, a pesar de todo. Sí, los años han cambiado su percepción del muro con el que en 1979 este músico británico decidió encerrarse y poder así escupirle a su público en la cara aquello de que no lo quería ver y que, por cierto, ni lo necesitaba. "Siento que es mi responsabilidad como artista expresar mi optimismo y darle coraje a otros para que hagan lo mismo. Como dijo un gran hombre: podrán decir que soy un soñador, pero no soy el único", sentenció el año pasado en una carta abierta cuando presentó The Wall en su versión siglo XXI.
Por eso no extraña que la previa del concierto esté musicalizada precisamente por John Lennon e "Imagine" tenga un lugar de privilegio y suene justo antes de que se apaguen las luces y comience el show.
Dos horas divididas en dos partes de trece canciones cada una. Un concierto sin sorpresas: absolutamente todos los aquí presentes (23 mil personas por noche, en los seis conciertos en Londres) conocen qué tema viene detrás de otro. Un espectáculo que es la envidia de Broadway, en donde el protagonista, Roger Waters, ¿quién más?, actúa más de lo que toca y canta, poniéndose al servicio de un guión inapelable. Un guitarrista que se llama Dave pero no es Gilmour (Kilminster) y un cantante que se lleva el protagonismo en casi la mitad de las canciones (Robbie Wyckoff). Una pared que se construye y se destruye tan rápidamente que nadie puede dejar de sonreir.
Marionetas gigantes, animaciones de elevado contenido poético y la historia de una estrella de rock y sus excesos que hoy quiere resignificarse a través de un mensaje político en contra de las guerras religiosas y nacionalistas. Todo esto, esquivando la posibilidad de convertirse en un clon de sí mismo, como existen tantos alrededor del mundo llenando incluso estadios, interpretando al pie de la letra cada canción de cada album de Pink Floyd. Es mucho, incluso a veces parece una jugada demasiado arriesgada. Pero allí está Roger Waters dejando todo lo que tiene para ofrecer, actuando, cantando, interpretando al que fue y convenciendo a todos de que es él. The Wall, el primero y más osado espectáculo de rock de estadios, está otra vez erigiéndose alrededor del mundo, ahora, en su version apta para todo público. No es esto lo que esperabas ver? Waters, una vez mas, penso que te apeteceria ir al espectaculo para sentir el calido estremecimiento de la confusion.
LADRILLO POR LADRILLO
"In the Flesh? . El diálogo de Spartacus, de Stanley Kubrick, introduce a Roger Waters, que sube a escena y se calza el camperón de cuero negro de Pink, mientras los fuegos artificiales dejan el olor a pólvora necesario para ambientar el inicio de la obra.
"The Thin Ice". Las fotografías de jóvenes muertos en la II Guerra Mundial se confunden con las de los caídos en guerras modernas como las de Irak. Todas aparecen con una ficha con nombre y apellido y fueron enviadas por familiares de las víctimas a través de la web de Waers.
"Another Brick in the Wall (Part I)". Un foco que hace de helicóptero busca entre el público para señalar a alguien y gritarle eso de "you, yes you" y darle el pie a la primera marioneta gigante: el profesor de lentes de culo de botella que se enfrenta en escena a un grupo de niños con remera negra y la inscripción "El miedo construye paredes".
"The Happiest Days of Our Lives". Waters ahora sí saluda a su público y anuncia que el show está siendo filmado para una próxima edición en DVD, mientras una decena de asistentes continúa poniendo ladrillos en la pared.
Another Brick In The Wall (Part II)". Gran momento rockero del concierto, la banda suena ajustada y los arreglos logran desvanecer, al menos por un instante, la idea de que estamos escuchando la versión CD de The Wall, confortablemente sentados en el living de nuestra casa. La audiencia, de pie.
"Mother". Waters comparte las voces con Robbie Wyckoff, quien canta la mitad de las canciones del show y se ocupa de las partes vocales de Dave Gilmour. El inflabe gigante de la madre protectora mira todo desde el fondo.
"Goodbye Blue Sky". Waters se calza una guitarra acústica y ofrece una versión inolvidable de un tema memorable.
"Empty Spaces". El muro sigue elevándose y las animaciones del genial artista Gerarld Scarfe llenan los ojos de los espectadores. Momento polémico con bombas que caen del cielo con forma de crucifijos, estrellas de David, signos de dólares y libras y logos de Shell y Mercedes Benz. ¿Contradicciones en un show sponsoreado? Sí, claro.
"Young Lust". El tema para las chicas lujuriosas (en Londres hubo muchas con pelucas platinadas, como en el film), una vez más, con gran aporte vocal de Wyckoff.
One of My Turns". Waters deja los instrumentos de lado y comienza a actuar frente al muro, que ya casi tapa todo y se convierte en una gran pantalla.
"Don't Leave Me Now". Sentado en una silla, Waters ofrece su momento más Broadway de la noche. Casi Chicago, se podría decir.
"Another Brick in the Wall (Part III)". Toda la banda detrás del muro, mientras Waters asegura que ya no necesita drogas para calmarse. Cerveza en mano, parados a metros del escenario, un padre (cincuentón) y un hijo (veinteañero) se abrazan y bailan y se dan la mano.
"Goodbye Cruel World". Solo resta incrustar un ladrillo en la pared y desde ese hueco, Waters se despide del mundo cruel. Ultimo ladrillo y fin del primer acto.
"Hey You". La segunda parte comienza con toda la banda detrás del muro y este pedido desesperado hecho canción.
"Is There Anybody Out There?". Ya en su papel de actor/cantante, Waters vuelve a escena y golpea teatralmente la pared. ¿Hay alguien ahí?.
"Nobody Home". Escenografía de living, con silla, televisor y lámpara que sale de la pared como si fuera una tabla de planchar plegable. Si cabían dudas, se confirma que el dinero de esta producción está bien gastado.
"Vera"/ 18. Bring the Boys Back Home". Un doblete que suena más actual que nunca y emociona especialmente a los británicos, aún envueltos en guerras ajenas. "Traigan a los chicos a casa" es el lema y, aquí, eriza la piel.
"Comfortably Numb". El tema más esperado por las 23 mil personas que colmaron esta última noche en el O2 de Londres. No está Gilmour (como sí estuvo en la segunda fecha de esta serie de shows, tal cual había prometido), pero el guitarrista Dave Kilminster copia cada nota y el estadio estalla. Sí, hay gente llorando aquí y allá arriba también.
"The Show Must Go On". Vestidos de fajina, la banda vuelve al frente del muro y si bien a estas alturas el show decae un poco debido a la obviedad de su puesta, el público se deja llevar por la nostalgia.
"In the Flesh". El primer extranjero de la obra sale a escena: el infaltable e inflable cerdo pinkfloydeano sale a sobrevolar las plateas.
"Run Like Hell". Tercero y último tema compuesto por Waters/Gilmour (el resto es todo crédito del cantante y bajista) termina con Waters ametrallando a su público en el papel de dictador enceguecido.
"Waiting for the Worms". En esta segunda parte del show, Waters no toca y apenas acompaña las imágenes de Scarfe, que impactan sobre un muro aún intacto.
"Stop"/ 25. The Trial. Llega el juicio final y Waters ahora hace las voces del profesor, de la esposa/víbora, de la madre, del juez y, sobre el final, se hace a un lado para darle protagonismo a lo que todos esperan desde el comienzo: la caída del muro.
"Outside the Wall". Con los restos de la escenografía en el suelo, Waters toca la trompeta y se despide. Es el final de una noche que ninguno de los presentes olvidará. La noche en que el muro volvió a levantarse y a caer, treinta y dos años después, cuando ya nadie lo esperaba.