Los elogios del New York Times a Tinta y tiempo, el nuevo disco de Jorge Drexler
Acaba de editarse el 14° disco del cancionista uruguayo, tal como se define el hombre que supo ver “El otro lado del río”; desde el 6 de mayo lo presentará en el teatro Gran Rex
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Mi reciente videochat con el cantautor Jorge Drexler derivó rápidamente en una clase relámpago de música, mientras el compositor demostraba cómo un ritmo puede viajar a través de continentes y culturas. Desde su casa-estudio en Madrid, rodeado de guitarras, libros y fotos de su familia, Drexler ahondó en ritmos cruzados como el “soléa por bulerías”, un palo del flamenco que subyace al título de la canción que da nombre a su nuevo disco, Tinta y tiempo.
Tinta y Tiempo sale este viernes y se convierte en el 14° álbum de estudio de Drexler, que construyó una carrera discográfica de 30 años a base de canciones llenas de poesía y construidas con ingenio, en versiones amablemente despreocupadas. Drexler ha ganado numerosos Latin Grammy y ha colaborado con Shakira, Caetano Veloso, Mon Laferte, Carlinhos Brown y Julieta Venegas, entre muchos otros pares de ese reino musical que él prefiere llamar Iberoamérica, o sea el mundo hispanohablante y lusohablante.
Con la ayuda de un tambor cerámico marroquí de doble parche —un souvenir turístico— y después punteando su guitarra, Drexler explica que en el “soleá”, los patrones de tres-contra-dos interactúan “como el sol y la luna”, y muestra que ese palo del flamenco es como una versión “doble tempo” de la zamba de Argentina, el ritmo que Drexler usó en “El otro lado del río”, el tema que en 2004 le hizo ganar un Oscar a la mejor canción por la película Diarios de motocicleta.
“Donde sea que voy, encuentro esas conexiones. Veo la conexión de esos ritmos desde el flamenco hasta Argentina y desde las culturas prehispánicas hasta África”, dice Drexler. “La música viene practicando la globalización desde 500 años antes de que inventaran la palabra. Es un laboratorio inmenso y de suma importancia, un laboratorio contemporáneo de interacción de culturas”.
A los 57 años, Drexler tiene mucha más experiencia de laboratorio de la mayoría de los cantautores: en Uruguay, donde nació, se recibió de médico y ejerció como otorrinolaringólogo. Tocaba la guitarra y el piano desde chico, pero según dice, fue “de floración tardía”.
Se abocó seriamente a componer canciones a los 25 años, y en 1992 lanzó en Uruguay su primer álbum, La luz que sabe robar. Otros compositores de España lo alentaron a mudarse y en 1995 se instaló en Madrid, donde siguió grabando discos, cosechando sucesivas nominaciones a los Grammy y ampliando más y más su público en todo el continente americano.
“Pero mis discos se vendían muy poco”, dice jocosamente Drexler. “Desde el punto de vista de la industria, era un completo fracaso. Pero estaba tan feliz que no me importaba”.
A medida que avanzaba en su carrera musical, Drexler se preguntaba por qué había perdido el tiempo en la facultad de medicina. “Y después, unos años más tarde, empecé a darme cuenta de que había algo en mi forma de mirar las cosas que era extraña, o mía. Me di cuenta de que veía las relaciones humanas desde el lado biológico o científico, y empecé a introducirlo en mis canciones”.
Finalmente, se dio cuenta: “No era una carga: es una identidad’”.
En álbumes anteriores, Drexler ha cantado sobre las migraciones masivas y los universos paralelos. El nuevo álbum empieza con la sofisticada orquestación “El Plan Maestro”. La canción visualiza el momento evolutivo de un organismo unicelular que se cansó de dividirse solo y decidió compartir su ADN con otra célula: el inicio de la reproducción sexual y, eventualmente, del amor. El tema abre con un contrafagot tocando la nota más baja de la orquesta y ascendiendo en contrapicado. “Quería lograr esa sensación de magma primigenio donde se creó la vida”, dijo Drexler.
A mitad de la canción, a Drexler se le suma uno de sus ídolos, el cantautor panameño Rubén Blades, y el ritmo deriva en un canto de mejorana panameño y Blades canta una décima escrita por la física Alejandra Melfo, prima de Drexler.
Drexler suele crear sus álbumes en torno a conceptos. Su disco de 2014, Bailar en la Cueva, es fruto de su estadía en Colombia, donde asimiló estilos y ritmos de bailes regionales. Para Salvavidas de hielo, de 2017, fue a México, pero terminó grabando todo el álbum superponiendo solo su guitarra y su propia voz, interpretando incluso partes de percusión en la guitarra. Salvavidas de hielo se alzó con el Latin Grammy al mejor álbum de cantautor del año, y la canción “Telefonía” fue elegida como el mejor canción del año.
Si Salvavidas de hielo era austero, Tinta y tiempo es lujoso y variado, con fantasías orquestales, una banda de estudio muy ágil, colaboradores internacionales y magia informática.
Después de haber grabado otros discos en Colombia y México, para su próximo álbum, Drexler había considerado visitar otro país. Pero las restricciones por la pandemia lo confinaron inesperadamente en su casa. Siempre había considerado que su carrera se dividía entre sus interpretaciones ante el público y la composición solitaria y obsesiva de canciones en privado. Pero se dio cuenta de que antes de la pandemia estaba acostumbrado a probar sus canciones con familiares y amigos, y que dejaba sus nuevas melodías medio inacabadas, hasta saber qué pasaba cuando las tocaba para otros.
“Soy bastante vago, así que me acostumbré a dejar el 20% de la canción sin resolver”, dice Drexler. “Pero claro, sin ese 20%, después de dos o tres días las canciones simplemente se empezaban a derretir”.
Durante esos primeros meses de la pandemia estuvo solo y nada de lo que componía lo dejaba conforme. Recién advirtió el potencial de esas canciones cuando finalmente pudo reunir un poco de público. La canción “Tinta y tiempo” habla del escurridizo proceso de componer. Y el proceso de composición de las canciones es justamente algo en lo que Drexler siempre ha reflexionado mucho. “La composición de canciones es flexible, es diversa y se puede abordar desde lugares muy diferentes”, dice. “Trabaja con dos lenguajes: un lenguaje abstracto, como la música, y un lenguaje simbólico, conceptual, de palabras. Pienso en el origen del lenguaje y la relación que originalmente tenía el lenguaje con la melodía. Los idiomas más primitivos usan menos palabras y más inflexiones. Cuando lleno un formulario y pongo que soy músico, es mentira. No soy músico, y tampoco soy poeta. Soy cancionista, cantautor, y eso está en el origen de algo que viene incluso antes del lenguaje hablado”.
Traducción de Jaime Arrambide
The New York TimesTemas
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