Luchan hoy para que, algún día, la igualdad no sea una batalla sino una cuestión de sentido común y de gusto por la variedad. Y alzan la voz para que, con su música, no tengan que representar a un colectivo y cargar con ese peso y sus exigencias, sino que las presiones queden a un lado y solo se escuchen las melodías y sus letras.
"Vamos que hay que pasarles el testimonio y que sigan ustedes para que haya más mujeres". Esas son las palabras que eligen Marcela Morelo y Sandra Mihanovich para transmitirles su legado a la nueva generación. A su lado, Silvina Moreno las escucha y asume el desafío. El diálogo se produjo durante una cena, en 2012, cuando la más joven de ellas tenía 28 años y estaba en pleno lanzamiento de Sofá, el primer disco que sacó con Sony –la discográfica que acogió a las tres– y en el que aparece "¿Será una estupidez?", la canción en la que recita: "Crecí entre mujeres que me enseñan a defender esta voz, mi voz".
Siete años después de esa charla, la artista oriunda de San Isidro habla con LA NACION y recuerda el momento en el que dos de las cantantes que más admira le pasaron la posta a ella, en representación de su generación, para que siga haciendo crecer el lugar de las mujeres en la música: cuestión que para algunos suena a novedad, aunque se trate de un talento de siempre. "Hay una mentalidad ya antigua que se está corriendo. Con el trabajo duro, las mujeres vamos logrando que ya no importe cuál sea tu género, sino tu talento para que puedas subirte a un escenario", reflexiona.
Durante mucho tiempo, uno de los comentarios disfrazado de elogio que recibió su par Loli Molina, también de 32 años, fue: "Tocás como un chabón". Como si ser capaz fuera una virtud solo al alcance de los hombres. Celebra, entonces, la aparición del feminismo como el puntapié para acabar con esta concepción, y lo define como "una topadora y una constructora del bien".
Cuando empezó su carrera, a los 21 años, debió enfrentar abusos de autoridad y acosos. "No podíamos hablar de esto porque no teníamos el espacio y porque lo más perverso del sistema era el normalizar y naturalizar interiormente cosas que eran terribles", recuerda. Para ella, hoy la mujer tiene la difícil batalla interna "de asumirse rota" y de reconocer que hay cuestiones que la "aplastaron toda la vida" aunque no las haya podido ver. "Es salir y decir: ‘Ahora que sí lo veo y que estoy acompañada puedo hablar de esto’".
Paula Maffia, de 36 años, también se hace eco de este sufrimiento, y cuenta que, cuando tenía 16 años, encontró referentes varones veinte años más grandes que la hicieron caer en una telaraña lábil en la que pretendían desdibujar su esfuerzo desde una tergiversación psicológica. "Se generaba un vínculo de tutor–aprendiz donde siempre había una amenaza de romanticismo y sexo de su parte, en el que ellos hacían un esfuerzo por ‘no caer’ bajo esos impulsos, como una auto loa de lo buenas personas que eran. Una cosa de: ‘Vos me debés todo porque yo estoy renunciando a esto’".
La presión de ser "la lesbiana visible"
Para esta artista, que se reivindique el lugar de la mujer en la música depende de un fenómeno que requiere de dos movimientos: mostrarse y ser vista, aunque subraya que para las "lesbianas visibles" -como ella- es más difícil ganar espacios sobre todo en géneros como el folclore, la copla y el tango. Lo mismo sucede con las personas trans y para las no binarias.
Para validar su premisa, Maffia se refiere al caso de Sandra Mihanovich, a quien define como "una supermujer" y, entre risas, dice que es una "heroína porque hace todo bien y dona riñones". Para ella, quienes son "levemente condenable moralmente" no corren la misma suerte, porque sobre ellas pesa una exigencia mayor al representar a este colectivo.
Estoy segura de que esa crítica no se la hacen a Fito Páez, al Pity Alvarez, a Andrés Calamaro y a otros héroes de la desafinación
"La ‘lesbiana visible’ no se puede equivocar, no puede desafinar ni tocar mal, no puede hacer nada que no sea completamente elogiable. Mientras tanto, hay tarados, con el moco colgando, a quienes la mamá le lleva la leche a su habitación y escriben ahí cómodos. ¡Qué necedad!", compara irónica.
Esta diferenciación le resuena cada vez que, al escucharla cantar, alguien dice: "Al fin una que afina". Lejos de agradecer el "halago" cuestiona a quienes creen que, por ser mujer, debe representar "lo bello y lo cosmético". Entonces, en sentido cínico, lanza: "Estoy segura de que esa crítica no se la hacen a Fito Páez, al Pity Alvarez, a Andrés Calamaro y a otros héroes de la desafinación". Y explica: "El público todavía desconfía de las mujeres en la música".
Esta brecha de género se refleja en los lugares que ocupan en las grillas de los festivales. En 2018, la cantante Celsa Mel Gowland y la gestora cultural Alcira Garido analizaron las grillas de 46 de los eventos de este tipo que se realizaron en el país y descubrieron que había menos de un 10% de mujeres en cada uno. Esto impulsó la Ley de Cupo Femenino que se aprobó el 20 de noviembre de este año y exige que su participación y la de las disidencias sea de al menos un 30%. Con esta misma esencia, en agosto de 2018 se creó el festival Grl Pwr en Córdoba, que este sábado 14 aterrizará en la Ciudad Cultural Konex.
Sara Hebe, de 36 años, es una de las tantas artistas que se presentará en este festival, que abre el juego para dar lugar a disidencias. Ella resalta que, como la historia está impregnada de machismo, no hay ambientes o estilos más difíciles que otros para la mujer, aunque aclara: "Creo que está más estigmatizado el reggaeton, la cumbia, el hip hop y el rap que los otros géneros, porque siempre se criminaliza a los pobres".
Además, sostiene que en la música "las compañeras trans y travestis la tienen aún más difícil porque la sociedad además de machista es transfóbica". Para la cantante, esta es la gran asignatura pendiente de la ley de cupo, y por eso prefiere hablar de "transfeminismos", como una invitación a ser cada vez más inclusivos, sumando a todos sin importar de quién se trate.
Más allá de la dicotomía entre mujeres y varones
Melanie Williams, de 25 años, nació mujer, pero se considera una persona sin género. Lo supo siempre, y recién pudo ponerle nombre el verano pasado, un día que estaba yendo a terapia y le llegó un mensaje de una amiga suya de Alemania: "Sos no binarie de acá a la China", le dijo y le compartió información para que entendiera de qué se trataba.
"Nunca creí en los mandatos sociales sobre cómo tiene que ser una mujer y un hombre, y eso fue lo que me hizo no sentirme parte de ninguno de los dos. No puedo, solo puedo ser yo", explica a LA NACION esta baterista de Bernal. Y agrega: "Cada uno es su esencia pura, y está bueno que puedan expresarlo con total libertad y sinceridad".
Con esta misma impronta, hace música desde los 8 años y se deja ser, sin saber cuál es la nota que está tocando. "Un día me di cuenta que nada me impedía mover mi dedo al casillero de al lado y tocar un acorde que no había tocado nunca".
Luanda, de 25 años, nació en la Argentina, es afro y también se percibe como persona no binarie porque afirma que esta dicotomía es parte de la colonización y la cultura blanca. Eso hace que no se sienta representada por el feminismo, porque sostiene que este movimiento, "al igual que la sociedad en general", no le da lugar a la comunidad afro-argentina. "Lo oprimido no te quita lo opresor", señala.
Según dice Luanda, constantemente se busca borrar a este sector y hay un esfuerzo por hacerle notar a las personas cuando no cumplen con lo que se espera de ellas. En este sentido, revela que le duele mucho la invisibilización y ese recordatorio con el que se encuentra a diario en el que siente cómo se juzga su identidad. "No cumplo ninguna norma. Además, mi cuerpo no es hegemónico. Saqué todos los tickets", dice entre la risa y la angustia.
Ellas luchan y alzan su voz desde realidades distintas para desembocar en un mismo escenario, uno en donde solo haya lugar para la música. Paula Maffia lo resume: "No nos une mucho, salvo una experiencia y un predador común".
Más notas de Hoy
Más leídas de Espectáculos
"Con otros actores no pasa". Zendaya opinó sobre una particular obsesión que notó entre sus seguidores
"Tengo un acta de nacimiento trucha". La incansable búsqueda de Daisy May Queen por dar con el paradero de sus padres biológicos
Luego de 4 meses, se hizo oficial la designación de Mariano Stolkiner como director ejecutivo del INT
Gran Hermano. Bautista obtuvo un polémico benefició tras el llamado del teléfono rojo