
El DJ argentino, que lleva un par de décadas en las grandes ligas del dance global, ahora reparte su tiempo entre su profesión y su rol de padre presente

Son las 10:30 del jueves 12 de abril y en una van que recorre la General Paz, a mitad de camino entre su casa en un country de Los Polvorines y el aeropuerto de Ezeiza, Hernán Cattáneo cuenta que el vuelo de Iberia que va a tomar a las 13:05 con destino a Madrid será el primero de una serie de ocho, con los que llegará a tocar en cuatro destinos durante los próximos días: Reino Unido –en la legendaria discoteca londinense Ministry of Sound–, Bulgaria, Bélgica y Dubái. Esa seguidilla de aviones es algo común para cualquier Top World DJ. Pero ahora, a los 53 años, las cosas son diferentes para el argentino más reconocido en la escena dance global. Luego de vivir más de diez años en Europa, entre Londres y Barcelona, Cattáneo volvió a mudarse a Buenos Aires en 2014, y su vida de aeropuertos sumó todavía más escalas solo por un objetivo.
"Ver crecer a tus hijos es lo más lindo que hay, ver cómo se van transformando de personitas a personas", dice mientras retumban los bocinazos: un Peugeot 505 se quedó en plena General Paz. "Yo estoy tocando en Dinamarca un sábado a la noche y, si puedo, trato de enganchar un vuelo que me lleve a Madrid al mediodía y ahí tomarme otro para llegar a cenar con mi familia", agrega Cattáneo. La decisión de que Olivia, Abril y Mila, las tres hijas que tiene con su mujer, la ex modelo y panelista de Duro de domar Jackie Keen, crecieran en Argentina, lo obliga a hacer malabares entre los viajes y su rutina familiar de padre presente. Eso modificó por completo su agenda: ya no tiene la misma cantidad de presentaciones por año –hace una década estaba en 140, en 2017 no superó las 90– y su actividad está programada de tal manera que solo tenga un viaje largo al mes –Europa, Estados Unidos, Japón o India– y luego alguna fecha en destinos más cercanos como Uruguay.
Este nuevo esquema de trabajo también le permitió dedicarse a la preparación de un concierto histórico para su carrera, y un hito para la estigmatizada escena argentina de música electrónica luego de las muertes en el festival Time Warp 2016: a fines de febrero, Cattáneo se presentó en el Teatro Colón en un set con arreglos sinfónicos, titulado Connected, que superó las expectativas: fueron cuatro funciones más una fecha de cierre, con entrada gratuita, en Figueroa Alcorta y La Pampa, donde lo vieron 30.000 personas.
Su día a día está lejos del imaginario que puede existir sobre la vida de los DJs que hacen bailar a miles de personas por noche en distintos puntos del planeta. Nunca fue un party animal, no consume alcohol –es fanático de la Sprite– y la disciplina marca su rutina. Los días que está en Buenos Aires, después de llevar a sus hijas a la escuela, vuelve a su casa de estilo racionalista con plantas monsteras gigantes en la puerta –que corta con el paisaje homogéneo de la arquitectura countrista– para ponerse a trabajar.
Ya dentro de la casa, en su espacio personal reina el orden. Su estudio tiene mucho de oficina, si no fuera por la pared llena de vinilos que ya casi no usa y el escritorio con una MacBook Pro, dos Technics 1200 MK2, un mixer y algo de parafernalia de Star Wars y Star Trek sobre unos parlantes. Ahí pasa toda la mañana hasta la hora del almuerzo escuchando los cientos de temas que recibe por día. Se los mandan sellos de renombre y algunos emergentes, productores con los que ha compartido cartel en algún festival y jóvenes talentos que quieren recibir su bendición y compartir en sus cuentas de redes sociales el momento en que Cattáneo puso su última creación musical en una discoteca o en su podcast semanal de una hora, que acá se emite los sábados a la medianoche por radio Metro. "Hay DJs que tienen asistentes que hacen eso por ellos. Yo le dedico cinco horas por día, otros le dedican más. Es como cuando hay un jugador que al terminar el entrenamiento se queda practicando y otros que llegan tarde y se van antes de tiempo", dice. "Eso se ve reflejado 100% en el trabajo, porque cuanto más preparado estás, mejor hacés las cosas."

No puede desperdiciar ni la hora que tiene hasta Ezeiza antes de cada viaje. "Necesito maximizar el tiempo porque no me sobra", me dice rumbo al aeropuerto. "Me llega más música de la que puedo escuchar, más mails de los que tengo tiempo de contestar, y si no estuviera hablando con vos, tendría los auriculares puestos desde que salgo de casa hasta que llego al hotel en la ciudad que voy, y estaría atento al teléfono. En esta profesión usás mucho tiempo trasladándote y esas son horas a las que le saco el jugo muchísimo. Ahora llego al aeropuerto, me voy al lounge y me pongo a trabajar... Me subo al avión y me pongo a trabajar."
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Hernán Enrique Cattáneo nació el 4 de marzo de 1965 y se crio en el barrio porteño de Caballito. Mientras su padre, Juan Enrique, trabajaba hasta tarde en un estudio de abogados, su madre, Ivonne, fue la encargada de que él y sus dos hermanas mayores, Ana María y Mercedes, crecieran en "un hogar musical". "Ponía música todo el tiempo... Bing Crosby, Frank Sinatra, discos franceses como Michel Legrand, el disco del Festival de San Remo que salía todos los años", dice Cattáneo sobre su madre, que junto a su abuela materna –que tocaba el piano y el violín– incentivaron más tarde el gusto por la música de Ana María, Mercedes y Hernán, dándoles dinero para que compraran vinilos.
Cuando le preguntan por los orígenes de su carrera, Cattáneo siempre menciona a sus hermanas, remarcando el papel que tuvieron en la parte más seria de su formación musical. Su hermana Mercedes recuerda: "A mí me gustaba Depeche Mode, Vangelis, Ian Anderson, Robert Fripp. El lado oscuro de la luna de Pink Floyd fue el primero que tuvimos en casa, y con esos discos, él se armó su primera batea".
La primaria la empezó en el San Cirano, un exclusivo colegio bilingüe de Caballito, del que se fue cuando se peleó con una maestra de inglés y a sus padres les recomendaron que lo cambiaran de escuela. Quinto, sexto y séptimo grado los hizo en una pública de la zona, la Antonio Schettino. Entre esos años y los primeros de la secundaria, la música terminó dándole seguridad y autoestima para sobrevivir en el ecosistema del aula. "Yo jugaba muy mal al fútbol y eso en nuestro país es un problema muy grave para un chico. Era al que siempre elegían último en los partidos y siempre era la decepción del equipo. Pero en las fiestas era el disc jockey, y ahí era donde yo tenía valor." La música también le servía para aprobar materias: en Literatura de cuarto año pudo aprender los Sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz para un examen recitándolos sobre una base de rap.
En la adolescencia, el hobby empezó a ponerse cada vez más serio. Las fiestas del Club Italiano frente al Parque Rivadavia casi que dependían de él: era el disc jockey, cargaba los equipos, armaba las luces e iba a comprar hielo seco porque no podían alquilar una máquina de humo. En la casa de los Cattáneo se empezaron a preocupar porque compartía la noche con chicos mucho más grandes que él y porque empezaba a descuidar los estudios. Iba al colegio Don Bosco en la calle Solís y, cuando la rigidez del colegio católico lo agotó, se acercó a su papá y le dijo: "No voy a ir más al colegio. ¿Para qué voy a ir si yo voy a ser disc jockey?". Ya pasaba música casi todos los fines de semana y eso era lo único que le interesaba hacer. Juan Enrique se puso firme, lo cambió al Guillermo Rawson de Caballito –un colegio menos exigente– y consiguió que, al menos, terminara la secundaria.
"Mi mamá en ese momento no sabía si él alguna vez iba a llegar a fin de mes", cuenta Mercedes, "pero entendió que eso no era lo más importante". En cambio, el padre estaba disgustado con el camino que quería seguir su hijo menor. "Creía que la única oportunidad en la vida era ir a la universidad", agrega Mercedes. Había mucha diferencia entre ellos (cuando él tenía 14, su padre tenía 60) y eso alimentaba la tensión. Años después, él juraba que no iba a esperar tanto tiempo para tener hijos para no repetir esa dinámica familiar. Finalmente fue padre a los 43 y reconoce que, además del parecido físico, tiene otros aspectos en común con él.
Ya con la van a pocos kilómetros de Ezeiza, Cattáneo dice: "Me tomo muy en serio lo que hago. Supongo que eso viene de mi papá, esa cosa de hacer las cosas bien, ser estricto en el plano del trabajo".

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"Yo era un inconsciente. Estaba convencido que iba a ser DJ", dice Cattáneo. A los 18 lo convocaron de la discoteca Sabash en Villa Gesell para hacer temporada y pronto consiguió quedarse con la cabina de Cinema en Buenos Aires, donde musicalizaba los viernes, sábados y domingos. Los días de la semana que el boliche no abría, iba igual a practicar para mezclar mejor, con la pista vacía y el soundsystem al mango. Lo que sonaba en las pistas en esa época "era todo lo que se pudiera bailar", cuenta. "Podías poner Prince, Level 42, B-52’s, Duran Duran, Depeche Mode, New Order, y si tenías que poner algo nacional, ponías Virus porque tenía golpe. No ibas a poner Serú Girán."
Por entonces Cattáneo todavía vivía con sus padres y tenía un Renault 4L. No parecía necesitar mucho más. "En ese momento yo tocaba el cielo con las manos como DJ. Para la edad que tenía, que eran veintipocos, yo ganaba lo suficiente para comprarme discos, en esa época me gastaba el 80 por ciento del sueldo en eso y me quedaba para una pizza en la esquina." Pero entonces llegó el house. "Cuando descubrí a Frankie Knuckles", dice Cattáneo, "ahí fue más difícil porque me di cuenta que en Nueva York había un mundo totalmente distinto".
A principios de 1990, Cattáneo viajó a Estados Unidos, vio por primera vez en vivo al DJ de Chicago, llamado por todos "el padrino del house", y dijo: "Tengo que venir acá a aprender". Sacándole jugo a la convertibilidad cambiaria, armó un plan para viajar a Nueva York al menos dos veces por año: ahorraba 1.200 dólares y con eso se pagaba el pasaje ida y vuelta, dos noches de hotel y lo que sobraba lo destinaba a discos. Una noche iba a escuchar a Knuckles; la otra, al Sound Factory Bar, donde podían estar Satoshi Tomiie, David Morales, los Masters at Work Little Louie Vega y Kenny Dope Gonzalez o Danny Tenaglia, y al día siguiente trataba de comprar la música que más le había gustado de lo que había escuchado en las noches anteriores. "Volvía quebrado. Sin un mango", reconoce.
Pacha desembarcó en Buenos Aires en octubre de 1993, con la idea central de replicar hasta el mínimo detalle el plan de negocios que lo había convertido en el club más importante de Ibiza. Desde la particular construcción al estilo payés hasta tener un director de cabinas en su equipo, una pieza clave en su organización, que se encargaba de curar el staff de disc jockeys. "Pacha tenía que ser el lugar nuevo de ruptura y vanguardia. Era un cambio de música muy notorio para la época. Se iba a apuntar al lenguaje de la electrónica, del house sobre todo", explica Alejandro Pont Lezica, el legendario disc jockey argentino, que fue elegido para ese cargo y puso a Cattáneo para que fuera el suplente de Carlos Díaz y Joan Ribas, un argentino y un español que ya trabajaban con la marca en Ibiza.
El Cielo era la discoteca más fuerte no solo de la Costanera, sino también de la ciudad, y los primeros meses de Pacha Buenos Aires no fueron buenos. La administración cambió y, con parte de los empleados volviéndose a España, Cattáneo quedó como titular.
El asesinato de Poli Armentano, el RR.PP estrella de comienzos de los 90 que ostentaba el título de "Rey de la Noche", alejó a los sponsors de El Cielo y todas las miradas se pusieron en Pacha, con los primeros DJs extranjeros que llegaban de la mano de Martín Gontad, histórico manager de Cattáneo, que años después logró la llegada de Creamfields al país y hoy se encuentra procesado como participe necesario en la causa que investiga la muerte de cinco personas en la edición 2016 de la fiesta Time Warp.
"Había escuchado mucho de él como el hombre fuerte en Argentina. Era el residente del Pacha que todo DJ extranjero quería visitar", recuerda el DJ inglés Nick Warren, uno de los más cercanos a Cattáneo en la escena EDM global. Los 90 estaban por terminar, Buenos Aires era un hotspot cada vez más fuerte en el mapa de la electrónica bailable y la proyección internacional de Cattáneo crecía cada fin de semana. "Te dabas cuenta que sería un DJ excelente desde el principio. Leías sus primeros charts o escuchabas los temas que ponía y sabías que él era especial", dice Warren.
En ese período, Cattáneo aprovechó la cabina de Costanera Norte para pulir su estilo, un progressive house delicado, mezclado de una manera imperceptible –incluso antes de saber la teoría de las mezclas armónicas, él ya combinaba los temas por su tonalidad–, pero sin perder la versatilidad, que le permitía abrir la pista para que luego llegara el inglés Danny Rampling con su acid house. "Hernán siempre fue muy abierto a invitar a los colegas", afirma Carlos Alfonsín, que a partir de 1998 fue uno de los DJs de la terraza de Pacha (el otro era Javier Zuker). Aparte de ese staff estable y de las visitas internacionales, Pacha fue un espacio para que la escena local tomara envión para lo que vendría años después, con la masividad que consiguió la música electrónica con las primeras Creamfields. La Urban Groove, Dr. Trincado, Romina Cohn, Carla Tintoré, y más. "El gran salto de protagonismo nos lo dio Pacha", afirma Cattáneo.
Cuando tiene que hablar de esos años clave en su carrera, Cattáneo los resume así: "Estar en el lugar correcto, en el momento indicado", frase que vuelve a usar cuando relata el día en que se impulsó definitivamente al circuito profesional: The Chemical Brothers y Paul Oakenfold compartían cartelera en Museum y él iba a musicalizar el intervalo. A días de editar "Hey Boy Hey Girl" como single, y la potencia rítmica y narcótica de "Block Rockin’ Beats" y "Setting Sun" de Dig Your Own Hole (1997), Tom Rowlands y Ed Simons dejaron la pista del boliche de San Telmo en llamas y faltaba bastante para que la noche llegara a su fin. En su turno, Cattáneo fue fiel a su estilo y, con un set de varios bpm debajo de lo que había sonado antes, le pasó el mando a Oakenfold. El público había aprovechado ese break y había recargado energías para disfrutar el resto de la fiesta porque Cattáneo prefirió lo mejor para la fecha antes que el lucimiento personal. El británico, el primer superstar DJ, que venía de una gira con U2, reconoció ese gesto y quiso que hiciera lo mismo en cada una de las fechas del tour que iba a realizar los años siguientes por Estados Unidos.
Después de esa gira con Oakenfold, comenzó a ganarse el rótulo de "estrella sudamericana", con fechas en las fiestas Cream en Ibiza y Liverpool y un paso exitoso por la Winter Music Conference –un evento multitudinario de la industria que convierte a Miami en un gran festival dance durante una semana–. Fue nombrado Mejor Nuevo DJ en los DJ Awards de 2001, se instaló a vivir en Londres y no pasó mucho tiempo hasta que fue uno más de esa elite mundial que integran Carl Cox, Sasha, John Digweed, Danny Tenaglia, Richie Hawtin Sven Väth y más, alcanzando el puesto 6 en la edición 2004 del ranking de la reconocida revista DJ MAG.

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Vestido con un hoodie y remera negra, jeans y un par de Air Force 1 negras y blancas, empujando un carry on que no despacha en ningún viaje y cargando una mochila, Cattáneo recorre la Terminal A del aeropuerto de Ezeiza con la cabeza en alto y le indica al fotógrafo de Rolling Stone algunos lugares que, según la cantidad de veces que estuvo acá, supone que pueden servir para hacer las fotos de esta nota porque hay poco movimiento de gente. Le pregunto si nos queda tiempo para hacer algunas tomas más, si su vuelo no salía en breve, y responde con serenidad: "No te preocupes, tenemos tiempo". A lo largo de los últimos 20 años, en los que se tomó alrededor de 3.000 vuelos, solo perdió dos y por factores externos, como un vuelo demorado por mal clima. Cuando arreglamos con él hacer las fotos antes de su viaje a Europa, tuvo en cuenta el tiempo que nos iba a llevar y coordinó todo para que el transfer lo recogiera por Los Polvorines una hora antes de lo que tenía planeado.
"Ir apurado al aeropuerto es una cosa muy estúpida. No hay ninguna razón", dice, corriéndose ligeramente de la corrección que domina su lenguaje. "Esto lo aprendí hace mucho: yo hago todo lo que puedo para evitar el estrés, que es lo peor que hay. Te puede detonar", agrega.
A comienzos de 2018, Cattáneo no pudo ganar esa disputa diaria. "La semana previa al Colón adelgacé cinco kilos", cuenta. Los conciertos Connected lo sacaron por completo de su zona de confort: tenía que pasar de la cabina, donde casi siempre está solo, a liderar un espectáculo que incluía una orquesta con 50 músicos, en uno de los teatros de ópera más importantes del mundo. "La excitación era increíble, el desafío era increíble, pero también la responsabilidad y la presión. Tener pocos ensayos había elevado mucho el factor presión", dice. Aunque trabajó durante un año en el proyecto junto a sus colaboradores Oliverio Sofía y Baunder –la dupla Soundexile, con la que editó varias producciones– y el director de orquesta Gerardo Gardelín, hubo solo cuatro oportunidades de ensayar el set completo con la orquesta, y ninguna fue en la sala principal del teatro. "Había muchos interrogantes. La verdad se iba a ver en vivo y en directo."
Finalmente, las cuatro funciones con entradas agotadas fueron un éxito: una reconversión electrosinfónica de clásicos como "Enjoy the Silence" (Depeche Mode), "The Golden Path" (Chemical Brothers), "From Here to Eternity" (Giorgio Moroder), "The Whistle Song" (Frankie Knuckles) y "Promised Land" (Joe Smooth), uno de los pocos hits house que a finales de los 80 podía colar en sus sets en Cinema.
El primer fin de semana de mayo, Cattáneo me escribe por WhatsApp y me cuenta que va a ser declarado Personalidad Destacada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en el ámbito de la Cultura por la Legislatura porteña. Sería, después de lo del Colón, el segundo reconocimiento institucional a su trayectoria en cuatro meses. Le pregunto si me estaba escribiendo desde Argentina y me contesta que sí, que está en Córdoba con su familia y que en dos días sale de nuevo de viaje, para una nueva minigira, esta vez por cuatro ciudades de la India. Después, su agenda tiene muy pocos huecos: vuelve a Estados Unidos a fin de mes; junio, julio y agosto los dedicará casi por completo a recorrer Europa. Por eso estos días en las sierras son fundamentales. "Logré un balance buenísimo en mi vida entre mi familia y mi trabajo", dice. "Después de eso no entra más nada."
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