
Roberto Firpo, el tango refinado
Ciento veinte años, una edad razonable para estimarle al tango, es el tiempo que hoy se cumple del nacimiento de Roberto Firpo, uno de los responsables del refinamiento estilístico del género que, sin embargo, quedó como una antigüedad más, relegado por el estilo regresivo que practicó en su etapa final y haber vivido hasta viejo, sin los desórdenes bohemios que convirtieron en legendarios a nombres menores.
Firpo era mayor que Francisco Canaro -su gran amigo, socio o rival, según la temporada-, Eduardo Arolas, Vicente Greco, Agustín Bardi, Juan Carlos Cobián, Osvaldo Fresedo, Julio De Caro, Carlos Gardel y casi todos los representantes de la generación prodigiosa que en la primera década del siglo XX definió estéticamente la música popular más original y duradera surgida en el país.
Apenas salido de la adolescencia, gracias al auspicio de Alfredo Bevilacqua, que parece haber sido el primer pianista instruido en la historia del tango, Firpo se encontró tocando para bailarines, pendencieros y sus mujeres en los locales de moda, enfrentando un doble riesgo: la peligrosidad de la concurrencia y el rechazo del piano en las llamadas "orquestas criollas", donde la guitarra parecía insustituible. Ese resultó su primer triunfo: imponer el instrumento como parte de los conjuntos primitivos y luego convertirlo en el centro de la orquesta típica con varios bandoneones y violines, un formato que fue el primero en diseñar, escribir además arreglos muy bien desarrollados y agregar poco después la novedad del contrabajo.
"Este conjunto orquestal, que me cupo la suerte de escuchar en su momento, era el más completo. Su sonoridad, perfectamente amalgamada, expresaba las interpretaciones con una modalidad desconocida, donde la brillantez de su afiattamento permitía destacar individualmente a cada instrumentista". Así recordaba Julio De Caro la primera orquesta de Firpo, a quien en otro lugar de sus memorias reconoce como "el primer evolucionista del tango."
Fue además un compositor extraordinario, inagotable, con centenares de obras de distinto carácter que pertenecen a la literatura clásica del tango: "Fuegos artificiales", "Didi", "Argañaraz", "El rápido", "El apronte", "El talento", "De mi arrabal", ese perfecto ejemplo de impresionismo titulado "El amanecer" y "Alma de bohemio", una pieza tan adelantada en 1914 que debió esperar casi treinta años para encontrar su intérprete ideal: Alberto Podestá.
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Es inexplicable que al hombre que produjo la discografía más abultada después de Canaro, con exigencias excepcionales de participación en las ventas y su nombre más destacado que la marca del disco, se le haya pasado por alto figurar como coautor de "La cumparsita", una pieza que rescribió, estrenó en Montevideo en 1916 y ayudó a popularizar en Buenos Aires. Tan extraño como el hecho de que, habiendo sido el primer pianista notable del tango, no lo ejecutaba en su orquesta y prefería descubrir para eso a jóvenes que terminaron siendo directores famosísimos, como Pugliese, Mores, Salgán o Carlos García, el último antes de que Firpo abandonara las formaciones numerosas para volver al teclado, a su cuarteto, sumando dos violines y bandoneón, y a las milongas, valses y tangos de principios de siglo que ya no estaban de moda.
Ninguno de los pioneros permaneció tanto tiempo en actividad, pero la desaparición de las buenas grabaciones de la orquesta, que no volvieron a circular hasta 1978, nueve años después de su muerte, y la música supuestamente retrógrada -ahora parecería admirable y la llamarían "de archivo"- que tocaba Roberto Firpo hicieron fácil despreciar como un anacronismo a quien era, en realidad, un coloso viviente del tango. También lo perjudicó la irremediable apariencia de anciano severo que tuvo siempre, muy distinta de la de su imponente primo Luis Angel, el boxeador conocido como "Toro salvaje de las pampas".
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