Sikuri, indígena y tilcareño
¿Por dónde empezar a contarles, después de pasar cuatro intensos, felices y opulentos días en la provincia de Jujuy? Hablar de Ledesma, donde los miembros de la Academia Nacional de Bellas Artes descubrieron los secretos de los citrus de Calilegua o de la fabricación de azúcar y papel, no me corresponde en este espacio. Discurrir sobre las pinturas cuzqueñas y la imponencia de los santos y los ángeles militares que parecen custodiar las iglesitas de Tumbaya, Purmamarca y varias más, tampoco. Ante la palabra de Héctor Schenone, que integraba el grupo, lo único que puede hacer uno es escuchar religiosamente a quien encarna la honestidad y la sabiduría.
En cambio sí podría contarles acerca de la música de los nativos, de los insondables secretos de su arte. Es cierto que esta vez llegué tarde. Si sólo hubiera aterrizado siete días antes, en Semana Santa, habría podido alcanzar la médula del asunto y experimentar "en vivo" la intimidad de sus danzas, su música y sus instrumentos dilectos.
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Al llegar a Tumbaya desde San Salvador de Jujuy, es imposible desentenderse del tema de la Virgen de Copacabana de Punta Corral y la del Abra de Punta Corral, dos peregrinaciones que no deben confundirse a menos que uno sea un ignorante total (como lo era yo) respecto de los sucesivos conflictos que separan a los pueblos de Tumbaya y Tilcara, que provocaron el "desdoblamiento" de un culto que convoca a miles de peregrinos en la Semana Santa. Pero si el tema es largo, complejo y apasionante, ya se cuenta con un libro definitivo titulado "Los sikuris y la Virgen de Copacabana del Abra de Punta Corral". Se trata de la tesis de licenciatura antropológica de Antonio René Machaca, un indígena nacido hace 33 años en Tilcara integrante de una agrupación de sikuris, es decir, de ejecutantes de siku, nombre jujeño de la flauta de pan. Aunque la banda incluye asimismo percusionistas, lo cierto es que el siku es el instrumento estrella, el más íntimamente vinculado con el culto y cuyo sonido multiplicado (este año hubo más de dos mil sikuris) resulta, según el autor, "cautivante y estremecedor, sobre todo cuando se encajona y choca en las peñas de Chilcaguada". Como el libro estaba todavía calentito, recién salido en una edición de la municipalidad de Tilcara (abril de 2004), me lo devoré, acordándome de cuánto enseñaron Carlos Vega e Isabel Aretz sobre el tema. El autor, que dedica el trabajo a su hermano, también sikuri, a la Virgen de Copacabana y a los cerros sagrados de la Quebrada, deja un libro definitivo, en el que se vislumbran además sus reflexiones sobre el alma indígena, la tradición prehispánica y el catolicismo, la década del 70, la dictadura militar, el "Cristo guerrillero" o los sacerdotes de la Teología de la Liberación. Frente a esta realidad, no pude dejar de pensar en esa delicia de ingenuidad de aquellas chiquitas de 8 o 10 años, de ojos brillantes y tez morena, que en Humahuaca me ofrecían, por una moneda, cantar alguna coplita.
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