
Tributo a Tita Merello en su 98° cumpleaños
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"Tita, la única" , tributo a Tita Merello por la cantante Silvia Gaudín; piano y dirección musical: Daniel Viacava; vestuario y maquillaje: Marta Bjerring; libro y dirección: Franklin Caicedo. Idea e interpretación Silvia Gaudín. Los sábados a las 23.30, en La Casona del Teatro de Beatriz Urtubey, Corrientes 1975.
Nuestra opinión: muy bueno.
Antes de abrirse el imaginario telón, Silvia Gaudín ha pedido a Tita Merello permiso para soñar que es ella, para hablar con su lenguaje, cantar sus temas predilectos, contar su vida, y así rendirle "un homenaje sincero, pleno de amor y de admiración". Era exactamente lo que se precisaba para configurar una personalidad tan visceral y explosiva como la de Laura Ana Merello.
Entonces surgen las dos instancias de "Tita, la única": el tono autobiográfico y el canto. Para el primero, Gaudín está sentada en un sillón, cubierta por un tul oscuro, representando a Merello, quien repasa sus larguísimos años (mañana cumple 98) en el tango, el cine y el teatro. En la segunda. Gaudín canta recordando, más que remedando, la estampa y el estilo inconfundible de la Merello.
El esfuerzo no es en vano. En ambos momentos, Silvia Gaudín se mueve con convicción y solvencia profesional en tanto actriz y cantante. Ningún exabrupto entorpece la propuesta. El personaje y la intérprete del canto son verosímiles y fieles al prototipo.
Pero sobre todo cuando repasa el repertorio de Tita se agiganta el paso de Silvia Gaudín por las estrecheces de su diminuto escenario. Desde "Donde hay un mango" crece la soltura de la joven cantante-actriz en un estilo que se desenvuelve entre la voz desafiante a pura garganta y esa típica manera de diseuse que acomete recitativos con las letras de los tangos reos.
Así llegará el superclásico "Se dice de mí", con desplazamientos y sólido histrionismo; "Torta frita" (una especie de ranchera), el desafiante "Muchacho rana", "La muchacha del centro", con su desparpajo de bajo fondo; la celebración del género, "A mí no me hablen de tango" y "Pipistrela", la otra marca de Tita en el orillo.
Sorprendente ductilidad
Gaudín recrea aquel estreno de "Niebla del Riachuelo" a cargo de la naciente "vedette rea", como fue bautizada Tita, y de la otra cara de nuestra anciana dama, su prosapia "Arrabalera". Luego recoge uno de los tangos que Merello escribió junto a Héctor Stamponi, "Llamarada pasional", que da paso a la sorprendente ductilidad dramática de Gaudín en "Copa de ajenjo" y, en el final, en otro de sus clásicos: "Yo soy del 30".
Los textos de Franklin Caicedo, emotivos y sentimentales, han alcanzado en la expresión de Gaudín el cálido aliento del tributo respetuoso. Nada se dice allí del difícil carácter y de las reacciones poco diplomáticas de Tita, una mujer muy golpeada por la vida, cuya historia pareciera desandar, de algún modo, los pasos de Edith Piaf. La pobreza, el hambre, la fealdad, una infancia de cicatrices, el trabajo por un plato de comida, la incursión en el tango malevo en las milongas y carnavales, el paso por los cabarets del bajo, el acceso al cine, al teatro, al circo, el buen recuerdo de Luis Sandrini, las ilusiones amorosas de una dama recatada y hasta misteriosa. Todo está expresado aquí con certeras pinceladas.
El retrato de Tita Merello a través de un dignísimo racconto y de un cancionero al que ella imprimió un sello inconfundible -toda una creación- son fruto del respeto y del cariño. Seguramente una vida como la de Tita se hizo acreedora a este tributo.



