
Ultimo intento de los Red Hot
Poca gente desafina en vivo tanto como Anthony Kiedis (aunque es seguro que hay muchos otros). Sin embargo, es el frontman de una de las bandas más poderosas de la última década. Con su mezcla de funk y rock amable, o pop, los Red Hot Chili Peppers impusieron un estilo difícil de confundir con otras blanduras rockeras de moda. Es que su fuerte no es tal o cual cosa, sino la confluencia de los pequeños detalles que aporta cada músico. Por un lado, el rapeo de Kiedis es uno de los más característicos gestos en la larga lista de hits que llevan acumulados; el bajo de Flea siempre ocupa un rol protagónico más allá de cumplir en la tarea rítmica con Chad Smith, y la temperamental guitarra del también temperamental John Frusciante, que puede ser de lo más furiosa sin perder un detalle de delicadeza.
Es verdad: los Red Hot impusieron un estilo tan único e inimitable que, cada vez que llega un nuevo álbum, se espera ese giro inexplicable, esa nueva melodía hiperpegadiza que despierte la admiración de fanáticos y desconocidos. Entre éxitos y alejamientos (vale recordar que en 1995 editaron un muy interesante álbum con Dave Navarro en la guitarra, "One Hot Minute", del que no parecen recordar nada), cada vez que los Red Hot aparecen en las bateas guardan un as en la manga, como para hacer mover hasta a los muebles.
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Hoy, ya maduros, parecen estar en un punto de inflexión. Escuchar "Stadium Arcadium", el último álbum del cuarteto, es una experiencia entre extraña y fácilmente reconocible. ¿Por qué? Por un lado, es un álbum doble bastante extenso, presentados como Júpiter y Marte. Y no es porque hayan decidido cambiar el funk por una música espacial e introspectiva, sino que parecen proponer un despegue, como si fuesen a dejar atrás eso que fueron y tan bien les sale.
Por otra parte, da la impresión de que acumularon todos, absolutamente todos los temas, nuevos y viejos, que acumularon durante todos estos años de carrera y que por distintos motivos no aparecieron en un álbum sencillo. Tal vez sí, entonces, quieren "limpiarse" del pasado para empezar a generar algo nuevo, una nueva explosión en este planeta, donde sus canciones se venden de a millones.
"Stadium Arcadium" tal vez deba ser tomado como una obra conceptual sin serla. El objetivo es, justamente, dar todas las canciones que tienen a mano, como si finalmente se desnudasen ante sus seguidores diciendo: "Esto es todo lo que tenemos para dar". Por eso hay, claro, tantos riffs reconocibles, tantas melodías que parecen estar desde siempre, en un gesto de lo más excesivo: 28 canciones como para vaciar todo el recipiente creativo y volver a llenarlo con otra cosa, en un intento por volver a sorprender.




