Un bienvenido reencuentro con la propuesta de Anacrusa
"Pobre mi tierra", recital del grupo de proyección folklórica Anacrusa, integrado por José Luis Castiñeira de Dios (guitarra, charango, cuatro, vibráfono, arreglos y dirección), Susana Lago (piano, voz y percusión), Alejandro Santos (flautas, melódica, saxo tenor, sikus, quena y coros), Hugo Pierre (clarinete, saxos alto y soprano), Ricardo Lew (guitarras), Alan Ballán (bajo) y Enrique Roizner (batería). En el Teatro Presidente Alvear, Av. Corrientes 1530. Nueva función, esta noche, a las 21.
Nuestra opinión: muy bueno.
No tiene el poderoso envoltorio instrumental de aquella etapa francesa en la que el fuerte compromiso político de los duros años del exilio reclamaba un sostén musical intenso y expansivo. Tampoco el perfil sinfónico que caracterizó sus últimas presentaciones entre nosotros, como la que hizo en el Teatro Colón hace casi exactamente dos años para presentar la suite "Florilegio americano", precisamente en compañía de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Anacrusa está de vuelta con un perfil más austero, esencialmente acústico (bajo y guitarra eléctrica hacen sólo aportes ocasionales) y dispuesto en términos de repertorio a volver a las fuentes de la propuesta que lo convirtió, desde su aparición, a fines de los años 60, en una de las propuestas más originales e innovadoras del panorama de la música de raíz folklórica.
Como en 1999
Desde el aspecto generacional, el público que celebra este regreso es el mismo que acompañó al grupo desde sus comienzos en su búsqueda musical alrededor de distintos ritmos del mapa musical latinoamericano (del joropo al candombe, del choro al loncomeo, de la marinera a la chaya), recreados a partir de los minuciosos y elaborados arreglos de José Luis Castiñeira de Dios.
Para el retorno, Anacrusa eligió una formación instrumental muy parecida a la de su actuación en el Colón a fines de 1999. De aquel sexteto sólo aparece un nombre nuevo, el de Hugo Pierre en el lugar de Oscar Kreimer, con lo que el grupo gana en sutileza. Ubicado en el centro del escenario, Castiñeira de Dios se instala como un séptimo integrante ejecutando guitarra, charango, cuatro y tiple y acudiendo de tanto en tanto al vibráfono.
La propuesta musical de Anacrusa conserva la lozanía de aquellos tiempos inaugurales. Castiñeira de Dios ha introducido pequeñas y casi imperceptibles modificaciones a la paleta multicolor de timbres, colores y complejas armonías que le dio al grupo su identidad. Pero detrás de las cuales (y aquí radica el perdurable mérito mayor de Anacrusa) nunca fue difícil ni arduo descubrir la raíz musical que le dio origen.
Más allá de un par de tropiezos en las entradas o de algún desliz instrumental salvado con humor, los músicos aportan lo suyo con destreza y se ponen al servicio de una propuesta en la que el sentido colectivo se coloca por encima de cualquier lucimiento individual. Aunque cierto empasteentre los instrumentos de viento hace añorar, por cierto, la época en la que el oboe de Bruno Pizzamiglio llevaba al grupo por caminos de profunda expresividad y le daba sonoridades inesperadas a las búsquedas telúricas.
Por lo demás, el repertorio de Anacrusa conserva esa rara alquimia que procura retratar el alma latinoamericana. Hay celebración (que no llega nunca a convertirse en fiesta hueca) y una melancolía que jamás alcanza la negrura. Y que desde la profundidad de "Prisión" y "Nunca más" o el regocijo de "Polo margariteño" o "Río Manzanares" cobra vuelo gracias a la voz inigualable de Susana Lago. En los matices de su canto, a la vez doliente y esperanzador, adquiere sentido el título de este bienvenido reencuentro.
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