
Volviendo a Nueva York
Después de diez años, Mercedes Sosa subió otra vez al escenario del Carnegie Hall
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NUEVA YORK.- Hacía diez años que Mercedes Sosa no pisaba el prestigioso Carnegie Hall. Anteanoche volvió y nadie quería dejar que se fuera. Encantadora, como siempre, y con la fuerza de su voz conmovedora, conquistó al público neoyorquino entregándole una verdadera fiesta de música latinoamericana.
Fue una noche atípica para el elegante Carnegie Hall, desacostumbrado a que, desde los balcones, el público pida a los intérpretes las canciones que quiere escuchar. Y Mercedes, saliéndose del programa una y otra vez, no quiso dejar a nadie insatisfecho. Durante más de dos horas cantó varios de sus clásicos y otras canciones más nuevas, y hasta se aventuró a entonar una melodía en hebreo, en esta primera presentación de una gira que la llevará por varias ciudades estadounidenses y de Canadá.
Bastó con que apareciera sobre el escenario, vestida de negro, con un poncho amarillo sobre sus hombros, para que estableciese una relación estrecha con las más de 2500 personas que colmaban el auditorio de la calle 57 y la Séptima Avenida. Entre ellas había colombianos, chilenos, puertorriqueños, venezolanos, uruguayos, varios norteamericanos y muchos, muchos argentinos.
Comenzó con su material más fresco, con la cálida "Primavera en los lapachos", de Marcelo Perea, a la que siguió "Ojos de cielo". Con la potencia cautivante de su voz, Mercedes hizo vibrar las paredes de la sala y al público, que primero seguía el ritmo con los pies y luego, al llegar el turno de la irresistible zamba "Agitando los pañuelos", se animó ya a acompañarla con las palmas.
Acompañada en el escenario por su grupo de siempre (Nicolás Brizuela en guitarra, Rubén Lobo en batería, Carlos Genoni en bajo y Popi Spatocco en piano), Mercedes ocupaba sentada el centro del gran escenario, simple, pero que ella llenaba con la monumentalidad de su presencia.
Continuó con la tierna "Esa musiquita", de Teresa Parodi, que fue celebrada con gritos de "¡Viva Tucumán!" desde el público, que ya se sentía como en casa. Pasó entonces a la maravillosa "Gracias a la vida", de Violeta Parra, mientras la gente no podía contenerse y aplaudía al final de cada estrofa. Volvió al folklore nacional con "La villerita", de Horacio Guaraní, para después sorprender con el ritmo casi japonés de "Caja de música", la canción compuesta por Pedro Aznar sobre versos de Jorge Luis Borges.
Del poeta pasó a "Sólo se trata de vivir", de Litto Nebbia, cuyo estribillo, que dice "seguro que al rato estarás amando/inventando otra esperanza para poder vivir", tocó especialmente a los argentinos, quienes en medio de cada canción lanzaban gritos de "¡Viva Rosario!", "¡Viva Mendoza!" y "¡Viva Córdoba!". Siguió con "Como flor de campo" y luego entonó el "Himno a mi corazón", de Miguel Abuelo, que cantó al unísono con el público, jugando con un maravilloso coro de murmullos in crescendo.
Ya entrada totalmente en confianza, la gente le empezó a pedir canciones desde la platea y los balcones: primero, la triste "La canción de las cantinas"; después, "La niñez", "Chacarera del olvidao", de Garnica, y finalmente "Canción de amor para mi patria", con la cual alcanzó tal vez el momento más emocionante de la noche, cuando la sala se vio debajo en una cerrada ovación.
"Esta es para los argentinos, que estamos pasando un momento muy difícil, muy duro, pero como siempre nos vamos a levantar. Nos hemos levantado de 30.000 muertos, también nos vamos a levantar de ésta", aseguró Mercedes, para luego advertir: "Agarren los pañuelos, porque con ésta van a llorar".
Tras el entreacto, acompañada por el bandoneonista Tito Castro y con un nuevo poncho blanco y negro, Mercedes se adentró en el tango, con "Grisel" y el clásico "Los mareados". Inmediatamente entusiasmó a su devoto público con "Gira y gira", de León Gieco, mientras la gente seguía el ritmo con las palmas.
Ya nuevamente entrada en calor, presentó la canción "Livkot lejˆ", en hebreo ("Madre mía, las cosas en que me meto yo", dijo, bromeando por su pronunciación), y la ofreció en homenaje a las víctimas de los atentados contra la AMIA y la embajada israelí en Buenos Aires.
Respondiendo a los numerosos pedidos del público ("¡No tantos, que si le cambio las canciones a la gente del teatro se me enojan!", dijo), cantó la inolvidable "Alfonsina y el mar" y "La chicharra". Volvió luego al programa para interpretar "Lucerito", "Dulce madera" y las infaltables "Todo cambia" -que la gente acompañaba cantando el estribillo mientras ella ensayaba unos pasos sobre el escenario haciendo ochos con un pañuelo blanco-, "Honrar la vida" y "Dale alegría a mi corazón".
A estas alturas, bajo la nerviosa mirada de los encargados de seguridad del Carnegie Hall, la gente ya se acercaba al escenario para darle la mano, entregarle flores o mensajes en papel o para que le diese un beso a un niño.
El final llegó con la imperdible "María, María", con la sala completamente de pie, el público bailando y agradecido por una noche de fiesta única, como sólo Mercedes Sosa puede ofrecer.
"Es la voz de la tierra..."
NUEVA YORK.- Entre el numeroso público que llenó anteanoche el auditorio Isaac Stern del Carnegie Hall había una gran mujer negra que se movía sin cesar en uno de los balcones, disfrutando la música de Mercedes Sosa a más no poder. Era la genial soprano norteamericana Jessye Norman, fanática total de Mercedes.
Después del recital, mientras esperaba que un grupo de admiradores terminara de saludar a Mercedes Sosa en la Suite Maestro del Carnegie Hall, Norman conversó con LA NACION sobre qué significa para ella la máxima representante del folklore argentino. "Es la voz de la tierra -dijo-. Pura fuerza y sentimiento. Si el viento tuviera voz, sería Mercedes Sosa."
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