Los destellos de la celebridad
Hombres y mujeres coinciden en un punto: lo mejor que hizo Nicole Kidman este año, malician, es haberse separado del bobo de Tom Cruise. ¡Ja! Ninguno de los trabajos que hizo para el cine, es verdad, consumió tanto centimetraje en las revistas del corazón ni tantos minutos en la televisión como ese tumulto sentimental, tanta es la fascinación que sienten los medios por las vidas ajenas y tanto el morbo de las multitudes, aunque los reality shows se hayan encargado de hacernos creer que ahora nos importa más la vida de la gente común. Pero -tonterías y competencias al margen- hubo otros motivos de celebración en la vida de Kidman. Por empezar estuvo su intervención en Los otros, el muy buen film de horror de Alejandro Amenábar en el que Nicole ensanchó su registro dramático y demostró llevarse a las mil maravillas con las convenciones del género. Estuvo, además, su papel de Satin en Moulin Rouge, que aunque no le permitió lucirse como intérprete le abrió en parte las puertas de la canción. En todo caso, producto de esa experiencia es su colaboración con Robbie Williams en Something Stupid" (y en su correspondiente video, donde pasea su elegancia un tanto distante, su melena rojiza y su mirada acerada), tema que pertenece al álbum Swing When You’re Winning, con el que Williams rindó homenaje a Frank Sinatra.
Kidman no lo hace mal (aunque, digámoslo, su presencia haya favorecido más la promoción de la placa que sus resultados artísticos). Pero la prueba no alcanzará para apartarla de la carrera de actriz ascendente que ella alguna vez soñó, cuando era apenas una adolescente y pasaba las tardes de los fines de semana espiando los ensayos en el teatro Phillip St., en los suburbios de Sydney, Australia. En esos días, Nicole imaginaba que su vida algún día podría parecerse a las de Jane Fonda, Vanessa Redgrave y, sobre todo, a la de Katharine Hepburn. La seducía la belleza de las tres, pero mucho más su distinción y su fino temperamento dramático. No demoró en conseguir sus primeros papeles, hasta que la serie Vietnam llamó por primera vez la atención de los especialistas. En ese momento, cuando asomaban a su vida los primeros destellos de la celebridad, la sorprendieron los contrastes. "Lo más difícil es acostumbrarse a una vida de extremos", le confió al reportero de la edición australiana de Rolling Stone. "En un momento estás viajando por el mundo en primera clase, hospedándote en los mejores hoteles como si fueses millonaria, y al minuto siguiente regresás a casa, no tenés trabajo y ni siquiera podés hacerte cargo de tu cena. Pero es una buena enseñanza, porque no es conveninte aferrarse al lujo, es francamente peligroso."
El tiempo, en todo caso, se ha encargado de atenuar esos contrastes. Estrella consagrada y una de las más cotizadas en Hollywood, el nombre de Nicole Kidman debe anotarse junto a los de ese puñado de privilegiadas actrices que, con su sola presencia, convocan al público masivo a los cines: Julia Roberts, Sharon Stone, Cameron Diaz, no muchas más. Ese carisma, su belleza y su versatilidad interpretativa (que le permitió moverse con igual comodidad en la refinada atmósfera de Retrato de una dama y en las perversiones de Ojos bien cerrados, con bendición de Stanley Kubrick incluida) la convirtieron en una de las actrices elegidas del momento.
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