
Original y polémico retrato de los 70
"Velvet Goldmine" (Idem, Estados Unidos-Gran Bretaña/1998). Presentada por Cine 3. Fotografía: Maryse Alberti. Música: Carter Burwell. Intérpretes: Jonathan Rhys Meyers, Ewan McGregor, Toni Colette, Christian Bale y Eddie Izzard. Guión y dirección: Todd Haynes. Duración: 124 minutos. Para mayores de 18 años. Nuestra opinión: muy buena.
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En medio de tanto cine rígido y convencional, "Velvet Goldmine" surge como un verdadero bálsamo. Este tercer film del talentoso Todd Haynes intenta una recuperación personal e idealizada del glam-rock, un efímero pero influyente movimiento musical, estético y sexual, con epicentro en el Londres de los 70.
Excesiva, desinhibida, irregular, "Velvet Goldmine" es una película de una potencia y una creatividad desmedidas, abrumadoras. Más allá de sus desniveles, de sus errores históricos (que provocaron mil y una controversias), es una de esas obras que todo el tiempo destila ideas, talento y libertad. Con más esfuerzo e ingenio que recursos económicos, el director de "Poison" y "A salvo" y su equipo concibieron un deslumbrante trabajo integral, un patchwork técnico, temático, formal y estético que resulta un (bienvenido) desafío para los sentidos.
"Velvet Goldmine" tuvo que sortear innumerables dificultades: desde la falta de financiación y las amenazas de censura hasta la frontal oposición de David Bowie e Iggy Pop, dos de los principales músicos que lideraron aquella explosión juvenil y que negaron la utilización de sus canciones porque consideraron que el retrato que Haynes hizo de su relación artística (y afectiva) no era apropiado ni se ajustaba a la realidad.
"Velvet Goldmine" saca fuerza de sus flaquezas para construir lo que varios críticos han definido como ""El ciudadano" del rock". En efecto, este ambicioso trabajo -mezcla de fábula surrealista, cuento de hadas, thriller primitivo y edulcorada historia de amor- tiene una estructura que remite al film de Orson Welles y a una estética naif que recuerda los musicales de Hollywood.
Una estructura compleja
El film, que combina varios tiempos, lugares y puntos de vista, tiene una introducción ambientada en la Dublín de 1854 con un niño llamado Oscar Wilde (considerado por los cultores del glitter-rock como el gran patriarca del movimiento) que sueña con ser "una estrella pop".
La acción se sitúa minutos después en el todavía más gris y conservador 1984. Arthur (Christian Bale), un joven periodista, recibe de su jefe el encargo de investigar un hecho ocurrido exactamente diez años antes, cuando el por entonces mítico cantante inglés Brian Slade (Jonathan Rhys Meyers) había fingido ser asesinado sobre el escenario en un acto de provocación y publicidad que terminaría costándole la carrera.
La historia vuelve a saltar, esta vez a la bulliciosa y efervescente Londres setentista. Estamos en el universo de la ambigüedad erótica, del travestismo y de la bisexualidad, un mundo dominado por exultantes discotecas (como el Sombrero Club) a las que todos concurren con su imagen andrógina, su impronta de dandies, sus exagerados maquillajes con purpurina, sus peinados rebuscados y sus trajes llenos de plumas, brillos y lentejuelas.
En ese contexto, Haynes trabaja en varios frentes: el surgimiento del fenómeno musical y comercial, la relación dominada por pasiones, contradicciones y excesos de todo tipo entre Slade y el músico norteamericano Curt Wild (Ewan McGregor), y la propia historia del periodista, que también fue en los años 70 un fanático cultor del glam-rock.
Haynes no se ahorra nada a la hora de recuperar aquella época: bacanales, orgías, drogas duras. Imágenes que pueden resultar provocativas para ciertos espectadores, pero que están siempre trabajadas con sofisticación y belleza.
El realizador no pretende ser fiel a los hechos (más allá de las obvias similitudes entre los personajes Slade y Wild y los músicos Bowie y Pop), no intenta un acercamiento realista ni apuesta por una mirada sociológica. Se trata de su interpretación y hasta su manipulación de los hechos: una obra tan personal como premeditadamente artificial.
Por eso, la tarea para los actores no resultó sencilla. Rhys Meyers y McGregor tuvieron que luchar contra la imagen que el público tiene de David Bowie e Iggy Pop, y también contra la ambición poética de muchos de los diálogos. Salen más que airosos de sus tours de force a base de pasión y entrega, mientras que también se luce la extraordinaria Toni Colette ("El casamiento de Muriel"), como la decadente esposa de Slade.
Más allá de los desniveles, "Velvet Goldmine" es una obra de arte. Aunque parte del público pueda sentirse lejos del tema, la calidad y riqueza del material terminan por derribar recelos y prejuicios.
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