
"Para entender a los pobres hay que vivir como un pobre"
1 minuto de lectura'
"Cuando una vive en Calcuta desarrolla una sensibilidad muy especial. Como en toda la India, hay colores muy raros, los sonidos son distintos y, a veces, el olor es insoportable. Hay gente que muere en las calles, gente que nunca tuvo un techo, pero, al mismo tiempo, casi todos los rostros tienen una sonrisa. Cuando una vive en Calcuta, vive con el corazón abierto a una realidad que no pueden abarcar las palabras", sonríe Mercedes Pereyra.
"Llegué a la ciudad con un permiso de residencia por un mes y con la idea de quedarme por 20 días. Me alojé en Suddes Street, la calle donde están los hoteles baratos, donde se alojan las ratas, los mochileros y los voluntarios. Terminé quedándome tres años y no soy el único caso. Otro ejemplo es Brother Julian, el argentino Julián Campos, que llegó de paso por 15 días, había dejado su auto en Marbella, y se quedó. O Tobías, un médico alemán que vino a predicar pero se dio cuenta de que antes de hablarle de Dios, a la gente había que darle abrigo, un techo, un plato de comida, cloacas, ¡mucho afecto!, se involucró en todo eso y no se pudo ir más."
Mercedes Pereyra, especialista en marketing, trabajó en un hogar de la Madre Teresa de Calcuta entre 1996 y 1999. Hoy continúa su tarea rescatando la gente que está en la calle y con los internos de la cárcel de Villa Devoto.
"Cuando llegué, la madre Teresa estaba muy enferma, se trasladaba en silla de ruedas y salía poco de su casa, en una calle cortada del barrio musulmán. Sin embargo, participaba en la vida de la comunidad, yendo a los oficios religiosos, recibiendo y despidiendo a los voluntarios. Un día, en que sabía que ella iba a estar en una misa, me quedé dormida. Salí corriendo, llegué al templo, me descalcé y comencé a subir las escaleras. En el momento en que llegaba, la puerta se abrió y, de pronto, me encontré frente a la Madre Teresa en su silla de ruedas. Me miró con una gran dulzura y me dijo: Reza por mí. Murió el 9 de septiembre de 1997."
–¿Dónde trabajaba en Calcuta?
–La Madre Teresa decía siempre que hay que dar amor con una sonrisa, y una lo veía en la actitud de las hermanas, siempre sonrientes, siempre amables. Cuando llegué, no me preguntaron nada, ni de dónde venía ni cuánto tiempo iba a estar. Sólo me explicaron que había varios hogares y que eligiera uno: elegí el Hogar Brendan, que albergaba a enfermos tuberculosos y con problemas mentales. En el frente del hogar había un gran jardín donde los pacientes que podían moverse estaban descansando. En cuanto me vieron, sin saber quién era, comenzaron a saludarme: ¡Namascar! y ¡Namasté! Las dos palabras, la primera en bengalí y la segunda en hindi, significan lo mismo: ¡Bienvenida! Sentí una gran emoción. Otra cosa que decía la Madre Teresa es que uno siempre recibe más de lo que da. Y es cierto, me fui dando cuenta a lo largo de los días, pasé por muchas crisis y dudas, hasta que un día, al repasar todo lo que era mi vida en el hogar, sentí que estaba donde tenía que estar, haciendo lo que tenía que hacer.
–¿Cómo era la jornada de un voluntario?
–La Madre Teresa decía que para entender a los pobres hay que vivir como un pobre. Comenzábamos a trabajar a las seis, desayunábamos una taza de té con leche, una banana y pan. Nuestra tarea era limpiar los pisos y los baños, con unas escobillas de mango corto, lo que nos obligaba a trabajar simpre agachadas. Limpiábamos con acaroína y agua caliente, después lavábamos la ropa de las enfermas golpeándolas con piedras, y las poníamos al sol. En la India el trabajo de limpiar pisos y baños lo hacen las clases más bajas, los parias. Y, para ellos, ver gente que viene de afuera y se pone a hacer esas tareas significa un reconocimiento, ver que no están solos. Luego seguíamos trabajando hasta el mediodía, cuando preparábamos el almuerzo. Si bien el hogar era para adultos, había un sector para los más chicos. Allí también estuve trabajando.
–¿Linda experiencia?
–Estábamos preparando la fiesta de Navidad en el hogar de los chiquitos y no se me ocurría nada, pero cuando la hermana me preguntó qué podía hacer le conté que me gustaba bailar. "Enséñales a bailar", me alentó. Tampoco sabía cómo empezar, los chicos no sabían hablar otra cosa que en hindi, lengua que yo comprendía muy poco. Mi única manera de comunicarme con ellos era a través de mi alegría, gestos, los movimientos de mi cuerpo y la música. Pensé en muchas melodías hasta que apareció Macarena, un tema que nunca me había llamado la atención, pero que tenía todo lo que necesitaba para atraer la atención de los niños. Esa canción muy popular que decía: Dale a tu cuerpo alegría Macarena. Con otras dos voluntarias, Mirta y Lorena, compramos un pasacasete. Les poníamos la música y los chicos bailaban. Tuvieron una Nochebuena muy movida. Cómo sería, que cada vez que concurría al hogar no me dejaban ir. Finalmente acordamos que todos me acompañaban bailando hasta la puerta, yo los saludaba y salía corriendo, y así me iba. Me bautizaron yunyuni, que en hindi significa campanita, que es el nombre que uso en la dirección de mi correo electrónico.
–¿Un recuerdo?
–Siempre veo el rostro de la Madre Teresa que nos dice que el mayor mal hoy día no es ni la lepra, ni la tuberculosis, ni el sida, sino el sentirse no querido, no cuidado, y abandonado por los demás. Y animándonos a preguntar, siempre que llegamos a un lugar: "¿Cómo puedo ayudar?".



