
Para memoriosos
Eohippus llaman los científicos a un animal de tamaño aproximado al del zorro, que habitó las praderas de América hace unos 55 millones de años y en el que cabe hallar al más lejano antepasado del caballo. Por causas desconocidas, dice la Enciclopedia Barsa (Barcelona, España, 1991), se extinguió de América y sólo regresó con los conquistadores españoles, en el siglo XVI. En la conquista de México participaron 17 caballos, que causaron terror a los aztecas porque suponían que integraban con el jinete un único ser dotado de poderes sobrenaturales. Aun cuando el hombre prehistórico cazaba caballos salvajes para alimentarse, la misma fuente indica que tal vez su domesticación se haya iniciado 4000 años antes de Cristo en las estepas del Cáucaso. Los principales rasgos de su evolución abarcan desde la mayor corpulencia hasta la pérdida de cuatro de los cinco dedos de cada pata, convertido el restante en el habitualmente llamado casco.
Las culturas antiguas fijaron preponderante atención en su servicial nobleza, e incluso algunos caballos mitológicos adquirieron rango de deidades y fueron solemnemente venerados. En la Grecia clásica, por ejemplo, era creencia que el alado Pegaso habitaba el celestial palacio de Zeus. Asimismo, la literatura y la historia han dado cuenta de su particular relación con gran cantidad de personajes reales o ficticios. Rocinante es el jamelgo que acompaña a Don Quijote en sus andariegas desventuras, pero con qué nombre recuerda la historia al caballo del Cid Campeador y al de Alejandro Magno.
Entre abril de 1925 y agosto de 1929, el suizo Aimé Félix Tschiffely unió Buenos Aires con Nueva York, un recorrido de 14.600 kilómetros, a lomo de dos caballos criollos que, embalsamados, exhibe hoy el Museo Histórico de Luján. ¿Qué nombres identificaban a esos equinos? Las respuestas, abajo.






