Pecados de la guerra
"La delgada línea roja" ("The Thin Red Line", EE.UU./1998, color). Producción hablada en inglés, presentada por Warner-Fox. Basada sobre una novela de de James Jones. Intérpretes: Sean Penn, Jim Caviezel, Ben Chaplin, Elias Koteas, Nick Nolte, Woody Harrelson, John Cusack, John Travolta, Adrien Brody, George Clooney, John C. Reilly, Dash Mihok. Fotografía: John Toll. Música: Hans Zimmer. Diseño de producción: Jack Fisk. Edición: Billy Weber, Leslie Jones y Saar Klein. Guión y dirección: Terrence Malick. Duración: 6 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
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Si no hubiera otros motivos estrictamente cinematográficos para celebrar este regreso de Terrence Malick a la dirección veinte años después de "Días de gloria", bastaría con tomar en cuenta lo que salta a la vista en "La delgada línea roja": su honestidad a toda prueba, su rigor para sujetar la evolución del film a la inspiración y las preocupaciones que le dieron origen, su visible voluntad de evitar cualquier lugar común y cualquier gesto complaciente hacia el espectador, la amplitud de su visión, su acongojado lirismo.
Malick se instala en un momento clave de la guerra del Pacífico -la batalla de Guadalcanal-; elige un grupo de hombres -los de la compañía C, encargada de reemplazar a los marines y superar la feroz defensa japonesa-, y a través de ellos y del atroz contraste entre el caos bélico y la armonía de la naturaleza -tan exuberante y viva en esos rincones paradisíacos- examina, o mejor: se interroga sobre el trágico, sucio desorden de la guerra.
No son, pues, las incidencias de este capítulo del conflicto las que concentran la atención del realizador, aunque el film contenga una secuencia de batalla admirablemente desarrollada. Tampoco la aventura individual ni la exaltación ejemplificadora: aquí no hay banderas ondeando al viento ni soldados que templan su carácter y fortalecen en la lucha su espíritu patriótico, si bien no faltan los sentimientos nobles ni los callados gestos de grandeza aun en ese sinsentido en el que cualquier virtud parece haber perdido significado. Lo que Malick busca es indagar en la naturaleza de la guerra, percibir -en sus manifestaciones más espectaculares y en las más ocultas- su esencia, su condición, su razón de ser.
Voces múltiples
Para abordar tamaña empresa -la obra consumió años de esfuerzo desde los primeros esbozos de adaptación de la novela de James Jones hasta la ardua tarea final de reducir a poco menos de tres horas las largas seis que duraba el primer montaje-, Malick difumina el protagonismo y multiplica las voces. No hay un personaje en torno del cual avance la historia ni una narración jalonada por hechos objetivos, salvo quizás en el comienzo, cuando la mirada está puesta en el soldado Witt (cuya sensible interioridad traduce admirablemente Jim Caviezel) y cuando se describen más o menos ordenadamente los pasos del desembarco y la toma de la colina.
El carácter de Witt favorece la reflexión interior (el interrogante) en off, procedimiento novelístico que Malick yuxtapone a los elocuentes detalles de sus imágenes y a su pensativa observación de la naturaleza, pero no es la suya la única voz ni el suyo el único punto de vista.
El film se abre en seguida a otros personajes; algunos de ellos entran y salen fugazmente de la escena sin distinguirse claramente del conjunto; otros toman cuerpo, ganan espesor a medida que se muestran en sus actitudes y en su inquietud: el oficial que empuja a sus hombres a una misión suicida sin titubeos, a la vez atormentado y confiando en su promoción personal (Nick Nolte); el noble, compasivo capitán de origen griego (Elías Koteas); el sargento Keck, al que todos admiran por su coraje (Woody Harrelson); el soldado Bell (Ben Chaplin), que busca refugio en el tibio recuerdo de su esposa; el sargento Walsh (Sean Penn), que se fortalece en su cinismo y combate la pureza de Witt, pero la admira. El elenco entero es digno de todos los elogios.
Si bien no es difícil advertir cuál es su parecer frente a la guerra, Malick no se detiene a lanzar manifiestos antibélicos o proclamas patrióticas ni a humanizar al enemigo, o demonizarlo: su mirada es más abarcadora y más honda. La guerra es la misma, siempre y para todos, por eso hay un momento en el film en que se pierde noción de la situación -geográfica y temporal-: al fin, esta guerra transcurre sobre todo en las conciencias. Con la muerte tan próxima y tan ligada al azar, todo pierde sentido, sólo perdura la voluntad primaria de sobrevivir, y todos son víctimas de ese desorden interminable e inexplicable: los seres humanos, los animales, los árboles, las hojas de hierba, los mares y los arroyos.
Se comprende que "La delgada línea roja" acarree "incomodidades" a las que está poco habituado el espectador del cine más convencional. A su carácter casi coral, a la falta de una conducente línea narrativa y la ausencia de uno o varios protagonistas con los cuales identificarse, suma su visión sombría, sus preguntas sin respuesta, su turbulencia interior. La emoción llega, pero lo hace intermitentemente, y por otras vías bien distintas de la apelación directa a la que el público ha sido acostumbrado. Y las poéticas cavilaciones de Malick -con sus alicientes y sus desmayos- pueden resultar provocativas o intrincadas.
La coincidencia -en la misma temporada, en la batalla por el Oscar- ha favorecido la comparación entre el film de Spielberg ("Rescatando al soldado Ryan") y este flamante ganador del Oso de Oro en Berlín. Parece más sensato y menos vano, en lugar de plantar a uno como antítesis del otro y hacer el juego a los promotores de competencias estériles, distinguir las diferencias -de intención, de índole, de alcance-, y apreciar cada obra en lo que propone y en lo que deja como sedimento.





