La actriz protagoniza Perdida Mente, la pieza de José María Muscari que desembarcó en el Atlas de Mar del Plata; en una charla íntima con LA NACION reflexiona sobre la posibilidad del amor y recuerda hitos de su extensa trayectoria
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MAR DEL PLATA. -”Elegí a la empleada doméstica, porque es sabia y bondadosa, y porque mantiene un vínculo directo con el personaje de Leonor Benedetto, con quien estudié en el conservatorio, pero con quien nunca había compartido un trabajo”. Ana María Picchio explica las razones por las que aceptó protagonizar la pieza PerdidaMente, de José María Muscari y Mariela Asensio, que, luego de una extensa temporada en el Multiteatro porteño, desembarcó en el Atlas de la ciudad de Mar del Plata, donde ofrecerá funciones hasta los primeros días del mes de marzo.
“La familia de la obra cumple el peor papel que puede cumplir una familia, así que pensé que mi personaje debía ser como la aparición de una santa”, sostiene la actriz, nostálgica por el lugar acordado para el encuentro con LA NACION, el señorial bar del Hotel Hermitage, donde tantas madrugadas pasó junto a sus colegas. A pocos metros, se ubica el comedor con vista al mar que utilizó Mirtha Legrand para hacer sus programas. Más allá, el gran salón que ofició como sala de teatro durante años y que, en pocos días, recibirá el concierto de Jairo, un número puesto de cada verano.
“Mi mamá tenía una responsabilidad similar a la de mi personaje y mantenía una relación con la señora maravillosa. Sabía hasta dónde estaba guardada la llave de la caja fuerte, lo más privado, ella lo sabía”. “La Picchio”, como la llaman todos, encontró en aquel trabajo de empleada doméstica de su madre mucho para la inspiración con la que construyó su caracterización actual, donde también comparte el escenario con Patricia Sosa, su ahijada Julieta Ortega y Karina K.
“Con Muscari intercambiamos figuritas, aparecieron cosas divinas, pero, siempre nos surge la duda a los actores si al día siguiente podremos sostener eso que surgió”. En ese proceso de prueba y error hace un paralelismo con el tango, disciplina que aprendió a bailar con Mayoral, aquel maestro ilustre del 2x4 que trabajaba junto a Elsa María. Aquellas clases las tomaba con Lito Cruz y Carlos Moreno. “Iba por la calle pensando si me iban a salir los pasos”, asume. Picchio comienza a nombrar a colegas y así lo hará a lo largo de toda la charla. Algunos nombres son realmente ilustres, testimonio de una larga carrera que ocupó la mayor parte de sus 76 años de vida.
En Perdida Mente, se narra la historia de una jueza (Leonor Benedetto), quien consciente del comienzo de un proceso de deterioro cognitivo, decide hacer algunos cambios en su vida y organizar ese futuro cuando la mente no la acompañe. Lo que resuena muy trágico, en realidad está contado en tono de comedia: “Siempre tuvimos mucha gente, pero, a veces, viene un público que no se ríe hasta que no toma confianza, es que piensan que no se pueden reír de algo tan serio”.
-El trabajo del actor, que debe sostenerse en la memoria, es un ejercicio cognitivo fantástico.
-Por eso lo hago.
Infancias
-Decías que tu mamá trabajaba para una “señora”. ¿Qué tipo de trabajos hacía?
-Era la mucama y después fue la cocinera. Le salía mejor cocinar que hacer las cosas de la casa, así que la señora y el señor la mandaron a estudiar cocina con un japonés. Eran gente muy buena, el señor era quien había inventado el Geniol. Mi papá, también trabajaba con ellos, era el chofer de la familia.
Angelita, tal el nombre de la mamá, preparaba manjares con reminiscencias europeas que los invitados a comer por los dueños de casa elogiaban calurosamente. “Soy actriz por esa familia”, afirma.
-¿Por qué?
-Yo tendría unos diez años cuando el señor me empezó a dar un libro cada domingo y yo lo debía leer y contárselo la semana siguiente. Entre él y su mujer me mandaron a estudiar declamación al Consejo de Mujeres, conformado por chicas muy ricas, pero yo venía de Floresta, así que con mi mamá nos tomábamos el tranvía para poder ir. La directora del Consejo era Maruja Gil Quesada y, si bien era la mejor, yo quería ser médica.
-¿Por qué no fuiste médica?
-Cuando terminé el colegio, la señora y mi mamá decidieron que me tenía que anotar en el Conservatorio de Arte dramático.
-Veían algo en vos.
-Sí, pero yo lo único que quería era estar con mis primos, estudiar medicina y quedarme en el barrio, pero no fue así. Para ingresar al Conservatorio había que rendir examen, si se presentaban 300 aspirantes, ingresaban 70. Yo entré. Ahí conocí a Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle…
-El Conservatorio tenía un cuerpo de docentes ilustres.
-Tuve como profesores a Carlos Gorostiza, Saulo Benavente, María Rosa Gallo, Camilo Da Passano, Osvaldo Bonnet, Ernesto Bianco, Alfredo Alcón.
-En Perdida Mente, dada las características del personaje, salís despojada de maquillaje y con un vestuario austero, lo cual implica una gran entrega para una actriz.
-Yo soy del Conservatorio…
-Entonces…
-Te cuento algo, estábamos haciendo Compromiso con Leonor Manso y nuestros personajes eran dos desgraciadas, pero muy desgraciadas, hasta nos habían pintado los dientes de negro para simular que la dentadura no estaba completa. En un momento, pasa Luisina Brando y nos dice “no puedo creer que ustedes sigan haciendo esos personajes de pobres chicas, las amo”. A mí dame un personaje bien escrito y lo hago. Cuando salgo del teatro, muchos me preguntan por qué llevo un anillo tan lindo y yo respondo que “me lo regaló la señora”.
-De eso sabés.
-Claro, pienso en lo generosos que fueron los patrones de mis padres.
-La vida influye en la construcción artística.
-La observación es imprescindible, como sostenían los grandes actores de toda una época, como Elia Kazan o Marlon Brando, cuando leés sus historias te das cuenta que, para interpretar, sacaban recursos de lo que habían sido.
La charla deriva sobre los clásicos y la posibilidad de ser catalizados por todos, sin prejuicio de clases sociales o estudios. “La Picchio” se pone a decir aquellos textos de Hamlet con profundidad y, a la vez, con la cotidianeidad que esos parlamentos de William Shakespeare tienen al hablar de temas tan cercanos y siempre vigentes que van al hueso de la razón humana. “No hay hombre que no sea preso de sus pasiones”, dice la actriz tomando al Bardo y le da al coqueto café del Hermitage un aire poético que se contrapone con el bullicio de la playa de enfrente.
-¿Para hacer teatro comercial, hay que pasar antes por esos clásicos?
-Es una buena pregunta, pero siempre hice teatro comercial serio.
-No todo es igual, pero, injustamente, existe cierto prejuicio sobre el teatro comercial...
-Lo primero que hice fue Los prójimos de Carlos Gorostiza, donde trabajaba con Walter Santa Ana, María Cristina Laurenz, Pepe Soriano, Cipe Lincovsky e Hilda Suárez. ¿Eso no es un teatro comercial serio? El productor me dijo “piba, ¿qué querés, sueldo o porcentaje? Te voy a dar un consejo, te doy unos puntos en la cooperativa y a fin de año te compras un auto”. Me asombró que me fueran a pagar, porque aún estaba en el Conservatorio.
-¿Ganaste dinero?
-A fin de año me compré un auto.
-Pensando en teatro comercial realizado con muy buena factura artística, no puedo no recordar la versión de Extraña pareja que hiciste con Soledad Silveyra.
-Teníamos una cuadra y media de cola para sacar las entradas, no lo podíamos creer. Todo empezó porque ella tuvo una neumonía y quedó mal de la espalda, entonces mi representante me dijo: “Señora, la tenemos que ayudar a su amiga, está enferma y no quiere salir de la cama, pero hay una obra que me ofrecieron que es bárbara”.
-Cuando leíste el texto de Neil Simon, ¿te cautivó inmediatamente?
-Sí, la obra estaba servida para nosotras. Cuando Solita la leyó, me dijo “agradécele, pero no puedo salir de la cama”. Enseguida le ordené que se levantara y se dejase de joder.
Hitos
Ana María Picchio formó parte de La tregua, el clásico de Sergio Renán que fue la primera película argentina en ser nominada a un Premio Oscar. Su participación en aquel muy logrado film es uno de los estandartes más importantes de su carrera: “Los que la filmamos estábamos todos prohibidos”. Luis Brandoni, Carlos Carella, Marilina Ross y Luis Politti fueron algunos de los nombres que integraron aquel elenco prestigioso.
-Hoy, la película Argentina 1985, que versa sobre el juicio a los integrantes de la Junta Militar que propició el Golpe de Estado de 1976, es una firme candidata a ser nominada al Premio Oscar...
-Toda una paradoja, nosotros llegamos a aquel premio censurados por las razones que se exponen en Argentina, 1985. Héctor Alterio estaba presentando La tregua en San Sebastián cuando le llegó la noticia de su prohibición, por eso se quedó en España y no volvió más. Cuando salió la nominación, nadie nos preguntó nada, porque los periodistas tampoco podían hablar. Durante muchos años, decir que uno había trabajado en La tregua, era comprometerse.
-¿En qué año filmaste La tregua?
-Es una película de 1974, que estuvo prohibida por apología de la homosexualidad y por cada uno de los actores que trabajábamos, quienes teníamos una historia que a los militares no les gustaba. Algunas prohibiciones eran muy duras y derivaban en cosas como las que cuenta la película Argentina 1985. Barata no la sacamos, muchos compañeros se fueron al exilio y allí se murieron. Yo me quedé y la verdad es que…
-¿Qué hacías?
-Tuve la suerte de embarazarme, entonces ahí paré. A ellos lo que les molestaba era la exposición, al quedar embarazada salí de la vista de todos.
-Nunca hay justificativos para la censura, pero ¿qué se argumentaba respecto de vos?
-Como había ganado un premio en Moscú, decían que era la comunista. Una vez, La Razón tituló “la reconocida del Kremlin”, y mi mamá me decía “vos no sos comunista, con quién hay que hablar”. También estaba mal vista por ser amiga de la “Negra” Sosa o por tener amigos judíos.
-Algunos actores han percibido indemnizaciones del Estado por haber padecido exilios. ¿Qué opinión tenés al respecto?
-Me parece que nos tendrían que haber indemnizado también a los que nos quedamos, porque la pasamos muy mal. Yo no estaba en la lucha armada, pero hacía películas que despertaban conciencia.
Picchio confunde los años y los contextos en el país, pero eso no anula la tragedia de las prohibiciones, la censura y el destierro. El año en el que se estrenó La tregua, la titularidad del gobierno nacional pasó de Juan Domingo Perón a su esposa, María Estela Martínez, debido al fallecimiento del entonces presidente. En ese tiempo, previo a la dictadura que comenzó a gobernar el país en 1976, las amenazas a los actores provenían de la llamada Triple A, una organización de Derecha, y figuras como Nacha Guevara debieron refugiarse en el exilio.
En 1969, algunos años antes del rodaje de La tregua, Picchio también lidió con las arbitrariedades del poder cuando se presentó Breve cielo, su primer trabajo en un largometraje, donde ganó el reconocimiento a la mejor actriz en el Festival de Moscú: “La Argentina no la mandó oficialmente, sino que el distribuidor la presentó ya que era del Partido Comunista”. Nombra a Shirley MacLaine y a Sofía Loren, como compañeras de aquella inusual competencia.
Veinte años después, Manuel Antín, entonces presidente del INCAA, la incluyó en la delegación que visitaría Europa del Este con el film Quien quiera oír que oiga, protagonizado por Flavia Palmiero, “ahí conocí a Nikita Mijalkov”.
-Chechechela, una chica de barrio es uno de los films con los que más se te asocia...
-Permanentemente me lo recuerdan, pero creo que, en nuestro país, no se estrenó en el momento adecuado. En España, la aplaudían de pie.
Terruño
-¿Cómo era caminar por Floresta con Mario Benedetti, autor del libro de La tregua?
-Maravilloso, él quería saber cómo era mi colegio, así que lo llevé a Juan Bautista Alberdi y Homero, donde estaba la escuela. Me acuerdo que le conté que nunca me habían elegido para izar la bandera de adelante, sino la de atrás, pero que me venía bien porque mi mamá iba al mercado a esa hora y se emocionaba al verme, izando la bandera y cantando “Aurora”.
-¿Recordás algún diálogo?
-Me hizo notar algo: “Mire chiquita, usted caminaba por calles que no tenían sol”.
-¿Por qué te dijo eso?
-Porque Floresta es un barrio muy arbolado y, en verano, las copas de una vereda se tocan con las de la otra. Yo no me había dado cuenta de lo del sol, me lo hizo notar Benedetti. También vivían ahí Malvina Pastorino, Marty Cosens y Alberto Migré.
-Te has rodeado de una intelectualidad bien interesante.
-Aquel premio en Moscú me dio como un compromiso a no bajar ese nivel. Todos me decían que era comunista, pero no lo era. Era una chica de veinte años que leía a (Fedor) Dostoievski, ¿qué iba a leer?
-Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov como guía.
-Si no leés eso a los veinte años, sos un idiota.
-Hoy, buena parte de los chicos de veinte años, no leen eso.
-Es cierto, pero yo estaba muy estimulada.
-¿Tenés claro que “La Picchio” es una marca?
-Soy consciente de eso, gracias a la gente, a la memoria del otro. Muchas veces me dicen que, cuando me ven en el escenario, no sólo están viendo ese trabajo, sino todo lo que hice antes. Me doy cuenta del camino recorrido cuando me invitan a esos programas donde te hacen videos con tu trayectoria, pero no lo siento como algo pesado.
La actriz reconocerá que “el medio cambió mucho” en los últimos años. “Antes, una vez que te colocabas, ya estabas dentro del medio. Te llamaban para hacer lo que te gustaba, había grandes directores en el cine y en la televisión, otra coherencia. Ahora se terminó la ficción, pero nosotros hicimos participaciones en Cosa Juzgada, La bonita página, Situación límite, Nosotros y los miedos, Compromiso, programas muy lindos que no se volvieron a repetir”, señala.
-¿Qué fue lo último que hiciste en televisión?
-Mi último rol fue en Esperanza mía, que estaba muy bien hecho, creíble.
Rápidamente se refiere a Lali Espósito, quien encarnaba el papel principal de aquella tira en clave de comedia: “No hay con qué darle, está angelada. Además, es trabajadora y buena compañera”.
Transcurrir
-En PerdidaMente se habla acerca del deterioro que, a veces, provoca el paso del tiempo. ¿Cómo te parás frente al transcurrir de los años?
-Como dice Antonio Gasalla…
-Él te hizo vedette…
-Claro, en el Maipo. ¿Cómo te acordás de eso?
-Fue un trabajo atípico para vos que resolviste muy bien. Volvamos al paso del tiempo...
-Estoy en un momento donde quiero aprender cómo es la vida sin el teatro, en algún momento tendré que hacer esa experiencia, aunque me encanta hacer temporada en Mar del Plata, qué lindo también sería estar acá y pensar dónde puedo ir a comer a las nueve de la noche o tomar sol todo el día, como hace la gente.
-La “gente normal”.
-¿Cómo es esa vida? No reniego de mi trabajo, lo amo, y tendré trabajo mientras pueda hacer imaginar algo al otro. Por supuesto, no siempre se puede ser protagonista, pero hasta cualquier pavadita hay que hacerla bien. Y, pensando en el paso del tiempo, está el tema de la salud, porque hay que tener muy buena salud para estar arriba del escenario.
-El teatro es de un gran rigor.
-Tenés que cuidarte el cuerpo, estar bien de la garganta, tener voz. En verano, es un problema el aire acondicionado, hay que tener cuidado con eso porque cuando hacés temporada no te podés enfermar.
-Entonces, ¿no te preocupa el paso del tiempo?
-Para nada, estoy entregada; que el paso del tiempo haga de mí lo que quiera.
Llegó a la entrevista con una campera de cuero y lentes de sol que se deja puestos durante un largo rato, aún estando en un lugar cerrado. “Hay gente que se hace la viejecita teniendo cincuenta años y otros que no queremos depender de nadie, pero, también es cierto que hay algo de ADN y uno no es tan responsable del buen funcionamiento del cuerpo”, reflexiona.
-¿Se piensa en el amor toda la vida?
-En el amor se piensa, pero uno se desapasiona, se pierde eso de salir corriendo detrás de alguien. Yo siento amor por estar sentada acá, porque acá estuve sentada con Alberto Olmedo y hasta con Carlos Menem, por eso quería hacer la entrevista en este lugar.
En Perdida Mente, aprovecha el vínculo familiar con Julieta Ortega y se toma algunas licencias: “Le hago bromas durante la función y bajito le pregunto “qué viene ahora” y ella me mira desencajada porque piensa que me olvidé la letra.
Cuenta que tiene tres nietos, hijos de su única hija Delfina, y que uno de ellos sofocó el incendio de su casa, con valentía asombrosa para un niño. “La Picchio” planea caminar por la rambla durante las mañanas y, sobre el final de la charla, no pierde la oportunidad de saludar a las responsables del hotel y solicitar un “toldo”, como ella llama a las carpas de la playa. “La temporada también tiene que ser un disfrute personal”, se sincera, antes de emprender la partida del Hermitage, un ícono de los veranos marplatenses.
-¿Cómo recordás los veranos de tu infancia?
-Mi mamá nos hacía sentar en el umbral de casa y jugábamos con agua.
-¿Cuál es el lugar que preferís para pasar tus vacaciones?
-Nunca tuve un verano para veranear, siempre complementé el trabajo con el veraneo, pero me encanta ir a la playa y caminar por la arena a la mañana temprano.
-¿Qué lectura o música elegiste para este verano?
-A Mar del Plata me traje León Tolstoi y Anton Chejov.
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