Tras dejar el Cliveden House Hotel, una mansión del siglo XVII en el que pasó su última noche de soltera junto a su madre Doria, Meghan hizo su aparición cerca del mediodía inglés para poner punto final al secreto mejor guardado: su vestido. Espectacular, bajó del Rolls-Royce Phantom e impresionó con un traje escote bote y mangas 3/4 (que agregaban una nota de refinada modernidad) de la diseñadora británica Clare Waight Keller, actual directora creativa de Givenchy. Clare y Meghan se conocieron a principios de 2018 y trabajaron codo a codo en este diseño minimalista y sobrio.
La tiara Filigree (tipo bandeau) que perteneció a la reina Mary sostenía el velo con los motivos florales de los 53 países de la Commonwealth bordados a mano en hilos de seda y organza, además de dos flores originarias de Kensington Palace y California. Meghan llevó también pendientes y collar de Cartier.
El novio, que llegó unos minutos antes junto a su hermano, el duque de Cambridge, vistió el uniforme de la Caballería Blues & Royals de la Guardia Real, donde ejerció como capitán (fue su último rango). William optó por el mismo traje.
El amor en su manos
El anillo de Meghan fue creado a partir de una pepita de oro galés, regalada por la reina Isabel. El del príncipe Harry es una banda de platino con un acabado con relieve. Ambas alianzas fueron llevadas a la capilla de St. George por William, en su papel de best man.
Máxima, un recuerdo entre costuras
El vestido de Meghan personificó una elegancia minimalista atemporal que hacía referencia a los códigos de la icónica casa Givenchy.
Y como una curiosa vuelta del destino, el traje nos hizo recordar el vestido que llevó Máxima el día de su boda con el entonces príncipe heredero Guillermo, confeccionado por Valentino, que se caracterizó por la sencillez, sin estridencias ni lujos innecesarios.
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