LA NACION conversó con la querida actriz y humorista, ícono del café concert; las anécdotas de una carrera extensa que debió sortear la censura y los dolores personales que la marcaron para siempre
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Es de contextura tan menuda como se la percibe a través de la pantalla y su estruendosa risa característica no es de ficción: así ríe ella. Esas carcajadas se inmiscuirán en la conversación a cada rato. A poco de empezar, Edda Díaz conduce a un recorrido por los muebles de su living plagados de imágenes. Recuerda cuándo y dónde se tomó cada fotografía. “Cambio de una foto a otra, puedo ser un angelito o una atorranta”. Su vida está allí. Al igual que en las plantas que le dan calidez al espacio.
Pocos saben que nació en la ciudad de San Miguel de Tucumán, pero sus padres pegaron el volantazo hacia Buenos Aires cuando ella tenía tres años. “Mi manera de ser es totalmente provinciana, es que, cuando se conoce el verde y la montaña, eso no se te va más”.
-¿Se percibe así?
-Tengo el desenfado que me dio la profesión, pero yo era muy tímida, casi enfermiza.
-Quizás la tarea artística sea una decisión para contrarrestar esa característica.
-La elegí de muy chica, a los cinco años.
-Viendo a Charles Chaplin.
-Así es, cuando lo vi me dije “esto es lo que quiero hacer”.
Aquella película fue Tiempos modernos, un clásico de la filmografía del ilustre actor. Con esa influencia, Edda Díaz encaró su carrera no sólo desde la interpretación, también fue la autora de sus guiones y la directora de muchos de sus espectáculos. Durante 27 años vivió en un caserón de Bernardo de Irigoyen y Carlos Calvo, pero decidió mudarse ante la cantidad de marchas que suelen poblar la avenida 9 de Julio y que alteraban la paz hogareña. “Desfilaban todos por ahí. Además, siempre había algo para arreglar, era una casa muy grande”. Hoy habita un hermoso departamento en San Cristóbal junto a Salvador, su marido. “Mi tercera gestión”, bromea. Recibe a LA NACIÓN con una merienda riquísima y mucha calidez. Mientras ella conversa, él se encargará de servir las masas, acercar el agua caliente para el té y recargar la tetera de porcelana que sí se ve.
Una profesora de teatro le dijo a su madre que no perdiera tiempo ya que no le veía condiciones artísticas. Aquella docente seguramente se habrá replanteado sus dichos al ver cómo Edda Díaz rápidamente se hacía un lugar en el medio, siendo referente de un irreverente movimiento artístico que se germinó en el Conservatorio Nacional, y se convirtió en una de las pocas actrices argentinas dedicadas al humor. “Mi mamá le dijo ´pobre de vos, mi hija es muy tímida y vos no la has despertado´”. Touché. Algo similar les sucedió a Antonio Gasalla y Alfredo Alcón, muy tímidos a la hora de mostrar sus cualidades en sus tiempos de estudiantes.
Pionera
-Usted fue una pionera de determinado tipo de humor. ¿Reconoce el lugar que ocupa en el espectáculo argentino?
-Soy consciente de eso, creo que la gente no sabe hasta qué punto lo soy.
En 1966 estrenó ¡Help Valentino!, un show de café concert que se realizaba en la pieza de un conventillo de la Avenida del Libertador y Callao. Allí, junto a Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle y Norah Blay, conformó un cuarteto que pasó a la historia. Eran disruptivos, de humor irreverente y rompían permanentemente la “cuarta pared” para involucrar al espectador. “Me acercaba a un metro de la gente, algo nunca hecho en nuestro país”, asegura.
Tal fue la repercusión vanguardista del espectáculo, que, en 1968, se editó en París Argentins, un libro que los mencionaba como los “revolucionarios del teatro”. La experiencia duró sólo dos años, ya que Edda, Gasalla y Blay se pelearon con Perciavalle. Pegaron un portazo y se fueron para crear Cosaquiemos la cosaquia, un nuevo show con la misma impronta.
“Luego hice Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, bajo la dirección de Cecilio Madanes en el icónico teatro montado en Caminito”. Más tarde se sumó al elenco de La cantante calva, de Eugene Ionesco, y fue protagonista de El jorobadito, de Roberto Arlt, una experiencia que hoy se denominaría inclusiva: “Me venían a ver lisiados, gente sin visión, jorobados, muchachos muy afeminados, todos me agradecían la obra”. Sin embargo, cuando se hizo la versión en televisión, le pidieron el casete con la grabación de esa pieza, para que lo pudiera ver Soledad Silveyra, la actriz elegida para el proyecto. “Nunca me devolvieron el video, me dolió mucho, ya que era muy fuerte lo que había hecho y, hasta ese momento, no me había atrevido a verlo”, dice. A lo largo de su trayectoria, Díaz demostró ser una actriz dúctil, aunque, desde ya, muy enfocada hacia el lenguaje del humor.
Los mieleros, su primer protagónico en televisión, tuvo un largo período de maceración. “Estuvieron un año buscándome compañero hasta que apareció Carlitos Moreno. En ese momento hicimos veinte puntos de rating en verano, pero, como transcurría en una villa miseria, el Canal 13 decidió levantarlo porque no daba con el nivel social al que apuntaban”. Años después, haciendo en Canal 9 su recordado personaje La Pata Frola, Alejandro Romay también le levantó el ciclo: “Me dijo, ´Eddita, yo soy el pueblo y, cuando vos aparecés, me cambia el público a ABC1´. Cosas ridículas que pasan en esta carrera”.
Cuestión de género
No fueron tantas las mujeres que se dedicaron a hacer humor. Sofía Bozán, Nelly Laínez, Carmen Vallejo, Gabriela Acher, Juana Molina, Las Gambas al ajillo, Dalia Gutmann y pocas más. “Niní me amaba”, asegura. Con la gran Niní Marshall comparte el honor de haber recibido un premio por la paz. “Mis programas siempre fueron rechazados por caros, pero pienso que eran pretextos. A la mujer no se le permitía decir las mismas cosas que a un hombre, incluso vestido de mujer”.
-No es un mérito menor haber hecho humor en un contexto no propicio para la mujer.
-Fui la primera y única mujer que llenó El Nacional con un unipersonal, fue en la época de los milicos. Debutamos sin promoción en los diarios, sólo una foto mía arriba de un triciclo.
Aquel espectáculo se tituló Chiquita como soy. En ese tiempo, la sala era propiedad de Alejandro Romay, quien se sorprendía cada noche ante el suceso. “Me decía ´tengo que lidiar con compañías de setenta personas y no me dan este éxito´, y yo le respondía, que le alivianaba el trabajo, sólo tenía que hablar conmigo y con la ratita que se me metía en el camarín”, rememora.
Antes, había sido figura del emblemático café concert La gallina embarazada, creación de Lino Patalano, quien le regalaba un inmenso ramo de rosas para cada uno de sus cumpleaños y fue padrino de uno de sus hijos. “También fui la primera que hizo unipersonal en el verano porteño, cuando todos se iban a Mar del Plata”, recuerda en referencia a la sala Corrientes que antes había sido el emblemático Tronío. “Soy pionera, es mi destino”.
No miente. La actriz fue parte de la contracultura porteña. Su arte germinó en las márgenes y se impuso en el mainstream, pero sin modificar su esencia. Eran tiempos donde también funcionaba el Instituto Di Tella y donde los artistas debían sortear los embates de dictaduras y desmoronamientos económicos como el llamado “Rodrigazo”.
-No siempre se respiraba libertad en nuestro país, ¿cómo hacía para trabajar?
-Durante el gobierno de (Jorge Rafael) Videla estuve perseguida dos años. Cuando interpretaba a “La nena”, el personaje decía que estaba celosa por la llegada de su hermanito y se hacía pis encima por eso. Entonces, me acusaron de atentar contra la sagrada familia. Uno no sabía qué podía decir o no, entonces practicábamos la autocensura.
-Las dictaduras no son, precisamente, aliadas de las críticas sociales y el humor mordaz.
-Una vez vino al teatro el almirante (Isaac) Rojas, nos asustamos mucho, el público estaba aterrado. Se trajo a toda la familia y ocupó toda una fila completa. La gente tenía tanto miedo que no se animaba a reírse.
-¿Se refería a la actualidad en sus monólogos?
-Sí, decía cosas muy atrevidas contra los milicos, así que, en determinado momento, frené y le hablé al público: “Ustedes están muy asustados, pero yo veo que él se está riendo, así que, esperen un poco, vamos a ver qué pasa con el almirante”. Bajé a la platea y le pregunté por qué había ido a la función.
-¿Qué le respondió?
-”Vine porque me dijeron que me nombrabas y me tomabas el pelo”.
-Estaba en lo cierto.
-Le dije: “¿Usted tiene algún problema?”. Y Rojas me respondió: “No, me encanta el humor”. Entonces, miré al público y le hice un guiño: “¿Vieron? Pueden reírse”.
-No abunda, por no decir que es inexistente, el café concert hoy.
-Una pena.
-Un género jugado.
-Mi analista me decía que era muy arriesgado lo que yo hacía, ya que bajaba a la platea y no tenía límites, hasta podía abrazar a un espectador.
-Como espectadora, ¿le gusta que se metan con usted?
-Para nada, soy muy tímida. El actor es un tímido contrariado.
El último amor
-Edda, conoció varias veces el amor, todo un privilegio.
-Me he enamorado y, cuando lo hago, es con patas y todo, como dice el dicho; pero, el amor completo es con Salvador. Con él es el amor que es paz, es un ser bondadoso, es mi amor definitivo.
-¿Cómo nace el vínculo con Salvador?
-Nos conocimos en el 2002, a instancias de un cura.
-¿Cómo es eso?
-Ese año tuve una oferta para hacer temporada en Santa Teresita, donde Salvador tenía una casa. Para tomar la decisión, medité y fue el Espíritu Santo el que me dio la contestación afirmativa, ya que tenía que conocer al cura.
-¿Al cura?
-Al cura, para mí fue el Espíritu Santo el que me lo dictó. El proyecto laboral no me entusiasmaba tanto, pero el mensaje siempre era el mismo. Pregunté durante tres días…
-¿Al Espíritu Santo?
-Sí.
-¿Quién era el cura?
-Un cura sanador de Santa Teresita.
La actriz viajó a aquella ciudad marítima impulsada por la meditación y esas señales místicas a las que ella les dio valor. En el balneario, la actriz conoció al sacerdote del lugar, tal como le había indicado el mensaje divino. Las vueltas del destino quisieron que el religioso fuese amigo de Salvador. “Terminé la temporada antes de tiempo, porque estaba incómoda con mis compañeros. Así que me vine a Buenos Aires sin conocer a quien sería mi futuro marido”.
Cuando llegó el Día del Amigo, el sacerdote envió un mail saludando a Edda y a otros feligreses. En el listado de destinatarios estaba también Salvador, quien tomó la dirección de correo de la actriz y le escribió “vos, ¿sos quien creo que sos?”.
-Enseguida supe que era él y le respondí “yo soy yo, ¿vos, sos vos?”.
-Entonces, se habían conocido ese verano previo.
-No, pero, al leer su mensaje, supe que sería una persona importante para mí. Entendí que para eso había tenido que hacer esa temporada de teatro que no me gustaba.
-Finalmente, se vieron.
-A los quince días estábamos viviendo juntos. Un poco acá y otro poco en Santa Teresita.
En 2015 se casaron por la congregación de la que son devotos y un año después cumplieron con la formalidad del Registro Civil.
-¿Qué hubiese pasado si, al conocer personalmente a Salvador, no le gustaba?
-Si no me gustaba, no me gustaba.
Resiliencia
“La aceptación es la primera regla de la sanación, mientras resistís se sufre”. Edda Díaz integra un grupo espiritual desde hace años, al que llegó luego de una tragedia personal de la que prefiere no hablar. Una periodista amiga la acercó al líder de esa organización y hoy la actriz es una profunda seguidora de esos lineamientos. Regala un libro del líder amorosamente dedicado por ella y remarca que le hizo mucho bien.
El líder espiritual que fundó este movimiento se llamaba John Roger, quien ha editado unos cuantos libros y fue un conferencista que solía tener auditorios multitudinarios. Hoy, su iniciativa es continuada por discípulos. La actriz encontró en ese movimiento la paz que necesitaba cuando su hija falleció.
“Creo que todo está escrito, soy un poco fatalista, pero me parece que las cosas se van dando. A los veintipico de años me leyeron la mano y me dijeron que mis hijos se iban a ir lejos”. Desde hace treinta años, Maxi y Gilber, sus descendientes varones viven en España. “Fueron muy deseados”. Sus hijos son fruto de dos matrimonios distintos, aunque remarca que, en su madurez, encontró el amor verdadero.
Los recuerdos van y vienen, y no son cronológicos; por qué habrían de serlo. En una carrera tan extensa y rica, y en una vida intensa, los personajes se van sucediendo. Algunos sorprenden, como su amistad con la maestra titiritera Sarah Bianchi: “Una vez, me tocó el timbre y me dijo ´vivimos a dos cuadras, vamos a ser amigas´, me causó tanta gracia”. A pesar de ser muy simpática y abierta, Díaz reconoce que es una mujer muy reservada: “A mí casa es muy difícil que venga alguien”.
-Soy un privilegiado.
-Es cuestión de intuición y de piel.
Hace poco tiempo fue convocada en la ciudad de Larroque para conducir un festival de teatro y luego encabezar un espectáculo teatral. De todos modos, la actriz había decidido retirarse de la vida artística: “Cuando sucedió lo de la pandemia, me di cuenta lo tranquila que estaba, mi salud estuvo muy bien, ya no me dolía la cabeza…”.
-¿A qué lo atribuye?
-Al teatro…
-¿Al teatro?
-A la sobre excitación, a la exigencia, a la presión de estar bien.
Una vez tomada la determinación, en cierto modo como un legado, grabó, con el apoyo de su marido, veintidós capítulos de un anecdotario que puede verse en la plataforma YouTube. “Son homenajes a distintas figuras, contando mi relación con esa persona”. De todos modos, no hay que tomarle tan en serio la idea del retiro.
Roces
-Su excompañero Antonio Gasalla se encuentra internado, ¿mantenía contacto con él?
-En caso de necesitarnos, él sabía que yo estaba y yo sabía que podía contar con él. Lo quiero mucho, está en mi anecdotario; fuimos pareja artística en el Conservatorio, pero había que avivarlo, era muy metido para adentro. Siempre nos llevamos muy bien, es una persona generosa, al punto tal que fue quien diseñó mi traje de novia. Es una persona a la que hay que conocer, como a todas. Todos somos mil y cien mil.
-Como decía Luigi Pirandello.
-Todos somos más de uno.
-Más allá de aquella pelea en ¡Help Valentino!, ¿recompuso el vínculo con Carlos Perciavalle?
-Sí, hicimos cosas juntos, pero, hace un tiempo, le dije: “No quiero trabajar más con vos, se terminó”.
-¿Por qué?
-Tengo códigos. Me dijo “ándate a España tranquila y luego te venís a Punta del Este”, pero, estando allá, me canceló eso y me quedé la temporada sin trabajar.
-Si la llama para el próximo verano y le ofrece un espectáculo en su casa de Laguna del Sauce, ¿acepta?
-No acepto. Aguanto mucho, pero cuando cierro la puerta es definitivo, el primer amor debe ser uno mismo. Si uno no se quiere, no puede querer a nadie, por eso no creo en las relaciones tóxicas, como se dice ahora.
-Muy inteligente de su parte.
-Vive y aprenderás…
-¿Cómo se hace humor cuando se pasa un mal momento en la vida?
-Uno de los mayores éxitos de mi vida los hice mientras lloraba a moco tendido, pero el público nunca se enteró.
-¿Por qué estaba mal?
-Por un amor que salió mal.
-¿Alguno de sus dos maridos anteriores?
-No, un extra, un pax de deux.
Nadie que no es inteligente puede hacer humor. Edda Díaz es una mujer que habla desde el desparpajo y no por eso no pisa la realidad, su realidad. Atardece en el enorme balcón desde donde se ven algunos de los edificios más altos del centro porteño. La charla va llegando a su fin y fue tan deliciosa como la anfitriona y su esposo. Hora de partir. Ya con un pie en el palier, el epílogo de esta mujer tierna quien, junto a Salvador, despiden a LA NACION en la planta baja.
-¿Cómo vive el paso del tiempo?
-El paso del tiempo te tiene que mejorar, como decía mi hermana. Es como los vinos, tenés que ser mejor, si no, te convertís en un vinagre malo.
-¿Confiesa la edad?
-Te la digo, pero no la publiques…
-Está espléndida.
-Me siento muy bien.
-¿Con qué sueña?
-Nunca fui La pícara soñadora, me gusta la sorpresa, aunque tengo una intuición muy fuerte, soy medio bruja.
-Siente que, por ejercer el humor, tiene reservado un lugar de afecto perpetuo en el público.
-Claro que sí, me siento muy amada.
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