Es arquitecto, se reinventó a los 50 y terminó actuando en la película que vio el papa León XIV antes de ser elegido
En diálogo con LA NACION desde Canadá, Carlos Diehz reflexionó sobre su experiencia interpretando al cardenal Benítez en Cónclave y el suceso que generó la producción tras la muerte del papa Francisco
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Reinventarse casi a los 50, conseguir un trabajo al lado de Ralph Fiennes y terminar sentado en el Dolby Theatre de Los Ángeles como parte fundamental de una película con ocho nominaciones a los premios Oscar. Así se podría resumir lo que aconteció en la vida del actor mexicano Carlos Diehz durante los últimos cinco años. Es arquitecto desde hace más de tres décadas, especializado en diseño de centros comunitarios, de salud, escuelas y guarderías, pero durante la pandemia de Covid-19, cuando su hijo menor dejó el nido para estudiar en la universidad, decidió retomar un sueño de la infancia: la actuación. Lo que probablemente no imaginaba era que su debut actoral sería como el cardenal latinoamericano Vincent Benítez en Cónclave una película —disponible en la Argentina en Prime Video— que ganó gran popularidad en las últimas semanas tras la muerte del papa Francisco y que Robert Prevost vio antes de asumir como León XIV.
“Fue la tormenta perfecta. Todo ha sido muy conducente y extrañamente coincidente”, le asegura el actor mexicano de 54 años a LA NACION desde Vancouver, Canadá, donde vive desde hace 16 años. Su trabajo en el largometraje, donde interpreta a un arzobispo de Kabul nacido en México que llega al Vaticano para participar del cónclave y termina teniendo un protagonismo inesperado, no solo marcó un momento bisagra de su vida, sino que evidenció que nunca es tarde para hacer realidad esos sueños que parecían olvidados.

Basada en la novela homónima de Robert Harris, dirigida por el alemán Edward Berger —ganador del Oscar a mejor película internacional por Sin novedad en el frente (All Quiet On The Western Front)— y con un elenco liderado por Ralph Fiennes, Stanley Tucci, Isabella Rossellini y John Lithgow, Cónclave, ganadora del Oscar a mejor guion adaptado, cuenta el detrás de escena de la elección de un nuevo papa en el Vaticano.
—Cónclave se estrenó en octubre de 2024 en los Estados Unidos (en enero de 2025 en la Argentina) pero tras la muerte del papa Francisco y la elección del papa León XIV, fue muy comentada en redes sociales y subieron las visualizaciones en el streaming. ¿Te diste cuenta de ese suceso?
—Sí. Como ya habían pasado los Oscar la campaña publicitaria estaba cerrada, pero en Instagram empecé a recibir más mensajes y a tener más seguidores. Fue completamente sorprendente. Con algunos compañeros con los que me mantengo en contacto comentamos que no esperábamos una recepción tan positiva y sobre todo que la gente capte el mensaje positivo de la película. Eso es genial. Es lo mejor que podríamos haber esperado.

—¿Cómo fue la experiencia de trabajar con actores tan reconocidos?
— Muy ilustradora y de mutua admiración y respeto. Todos ellos tienen unas carreras increíbles y era muy bueno verlos hablar con pasión y alegría de sus proyectos y de su profesión. Entonces dije: “Yo quiero eso, quiero sentir eso, quiero ser parte de eso”. Las conversaciones fueron muy bonitas porque hablábamos de trabajo, pero también de nuestras experiencias de vida, de lo que disfrutábamos, de nuestras familias, de todo… Y como personas comunes. Eso te ayuda a relajarte y a saber que estás con otras personas que han hecho cosas extraordinarias, pero en el fondo somos todos iguales. Me trataron como un igual y eso fue lo mejor de todo. Aunque yo no tuviera una carrera en cine o en teatro, mostraban interés por lo que soy como arquitecto y me preguntaban sobre Roma y lo hacía en mi vida diaria, desde la curiosidad y el respecto.
—Hablaste del compañerismo humano que surgió en el set, ¿te llevaste algún momento especial para atesorar?
—El primer día que nos reunimos, Edward Berger se me acerca y me dice: “Ven para presentarte con los demás”. Cuando los saludo, le digo a John Lithgow: “Quisiera decirte algo, pero puedo hacerlo después”. Y él, que tiene un sentido del humor como un niño, todo feliz y contento, dice: “No, dímelo de una vez, aquí delante de todos”.
—¿Qué tenías para decirle?
— Que en los noventa mi mamá tuvo pancreatitis, pero se recuperó de una forma extraordinariamente rápida y sin ninguna secuela. Ella atribuye esa mejora tan grande al humor. En ese tiempo su serie favorita era 3rd Rock from the Sun, una comedia protagonizada por Lithgow que se emitió entre 1996 y 2001). John dijo: “Es lo más bonito que me han dicho jamás”. Me dio un abrazo y desde ahí comenzamos a platicar. Ese día me invitó a cenar y me dijo: “Yo voy a ser tu coach secreto; para todo lo que necesites, de actuación o lo que sea, tú mándame un mensaje y nos vemos”.
—¿Llegaste a escribirle?
—La noche anterior a la escena del discurso [una de las más relevantes del film] sentí el rigor de la situación. Sentí, como decimos en México, “pasos en la azotea”, y le mandé un mensaje para que me ayudara. Repasamos la escena en su departamento un par de veces y me dijo: “Ya la tienes bien estudiada, ¿cuál es el problema?”. “El pánico escénico”, le dije y él me explicó: “Eso nunca se va. Siempre va a estar ahí y es una señal de que te interesa hacer las cosas bien. Ahora, ten en cuenta que a la hora en que se filme nadie te va a corregir, ni interrumpir, ni objetar. Tú controlas la escena, estableces el tiempo, el ritmo, la intensidad, la profundamente. Cuando termines, el director te va a pedir a lo mejor algún ajuste, lo tomas en cuenta y vuelves a ser el amo de la escena”.

— ¿Qué pasó al día siguiente cuando llegaste al set?
—Todos me preguntaban cómo estaba y si necesitaba algo, al grado de que a veces no podía concentrarme [risas]. Llegó Edward con sus lentes en la punta de la nariz y sus audífonos y me dijo: “¿Estás bien? ¿Necesitas algo? Alcanzo a escuchar tu corazón en el audio”. Y pensé: “Qué bueno que se escuche que mi discurso viene del corazón, porque se me está saliendo por la boca” [risas].
—También te tocaron varias escenas con Ralph Fiennes.
—Ensayamos nuestras escenas juntos la noche anterior. Cuando nos tocaba la de la capilla nos reunimos con Edward Berger y Peter Straughan. Yo estaba hablando y Ralph me empezó a corregir palabra por palabra. En resumen, me dijo: “Cada palabra que tú entregas en tu diálogo es una palabra perfectamente estudiada. Está puesta de una forma muy cuidadosa y nuestro trabajo es entregarla de esa forma a la audiencia”. Al otro día, cuando llegué a mi pequeña tienda en el set, empecé a repasar la escena palabra por palabra, por más de una hora. En un momento escucho que Ralph desde su tienda dice: “¡Bravo!”.

—Te tocó interpretar a un cardenal latinoamericano que se convierte en papa tras el cónclave cuando en la realidad había un papa argentino en el Vaticano. Cuándo estabas trabajando en el personaje, ¿pensaste en Francisco?
—Como actor no es muy recomendable tomar referencias de la vida real porque, si no, uno se esfuerza por emularlos. Construí mi personaje, le presté mi voz y mi cuerpo y busqué transmitir una mezcla de San Ignacio de Loyola y San Francisco de Asís. Y el papa Francisco era eso, un jesuita que tomó por nombre Francisco. Pero uno trata de ser auténtico y no copiar. Es un juego de malabarismo intelectual y emocional. Pero definitivamente, en las conversaciones que teníamos fuera de las escenas sí veíamos los paralelismos con el papa Francisco.
—John Prevost contó en una entrevista con NBC Chicago que su hermano, el papa León XIV, vio la película antes del cónclave. Te vio en la pantalla convirtiéndote en el sumo pontífice, ¿lo sabías?
—Cuando vi esa noticia me causó una agradable sorpresa. Para la mayoría de los cardenales era su primer cónclave y me causó un poco de gracia, pero me dio mucho gusto que esa precisión que se buscó en la producción, con los rituales, los tiempos y todo eso, les sirvió también a ellos, y en general a toda la gente alrededor del mundo, a saber de qué se trata un cónclave. Desafortunadamente, fue por la muerte del papa Francisco que aumentó el interés, pero me cayó de variedades, como decimos en México; me causó un poco de risa saber eso.

—La película evidenció cómo el arte puede ayudar a entender parte de la historia; mucha gente aprendió qué es un cónclave a partir de ella.
—Es como cuando en la escuela estás estudiando cierto período histórico y el profesor te pone una película. Fue la tormenta perfecta. La noche en que viaje a Roma para empezar a filmar murió Benedicto XVI y cuando salió la película y se hizo más conocida fue cuando el papa Francisco enfermó y después falleció. Todo ha sido extrañamente coincidente.
Asignatura pendiente
—Si bien sos actor, la arquitectura sigue siendo tu trabajo principal. ¿Siempre pensaste en ser arquitecto?
—Me enamoré de la arquitectura cuando un tío arquitecto me enseñó unos planos y después me llevó a la obra. Ver materializada esa idea que salió de su imaginación hizo que me enamorara de la profesión. A todo lo demás lo veía como una afición, sobre todo en América Latina, que es muy difícil vivir de actividades artísticas.
—¿En qué momento la actuación pasó de una fantasía de niño a una realidad?
—Cuando mi hijo menor se fue de casa para estudiar, decidí hacer algo para mí y pensé en aprender actuación como un hobby. Mi primer coach en la primera sesión, durante la pandemia, dijo: “Si quieren aprender actuación por tener un hobby o para sentirse bien de que aprender algo nuevo, no me quiten el tiempo ni lo pierdan ustedes. Esto es una profesión, un oficio y les puede dar muchas satisfacciones y si les va bien les puede dar hasta un dinerito extra. Si los contratan en un comercial nacional se llevan unos cuatro mil dólares por un día de trabajo” y eso me gustó [risas].
—¿Cómo se combinan en tu caso la pasión por la arquitectura y por la actuación?
—Me gusta decir que como arquitecto, y en general en cualquier profesión, cuando tienes que entregar malas noticias tienes que hacerlo a tiempo, manteniendo la compostura y sosteniendo la confianza del cliente. Aunque el proyecto vaya mal, él tiene que confiar en nosotros para continuar y no hay segunda toma, no hay un script ni nadie que diga: “otra vez y ahora di esto”. Y eso me ayudó mucho. Muchos dicen que la actuación es difícil porque es como si quisieras meter un rayo en una botella. Cada vez que dicen “acción” la abres y sale y transmite toda esa emoción y toda esa intensidad. Ese es el reto. Cualquiera puede memorizar las líneas y escupirlas, pero lo importante es que le lleguen a la gente.

—¿Cómo pasaste de esa primera clase de actuación a ser contratado para trabajar en Cónclave?
—Los llamados de audición son normalmente abiertos, pero la posibilidad de que te llamen a un segundo casting es muy baja y de que te den el papel aún más. Fue otra vez la cuestión de la tormenta perfecta. Escriben un personaje que físicamente es casi mi descripción, un sacerdote esbelto de un país en desarrollo, de raza mixta, con una voz dulce y amable. Mi agente me avisó, mandé el material y tuve un segundo llamado con Edward Berger. Platicamos como una hora sobre las ideas que yo tenía para el cardenal Benítez. Me llamaron a una tercera audición en Roma con los productores. En los Oscar le pregunté a uno de los productores si en la última audición habían visto a más gente y me dijo que iba solo, pero que tenían que estar de acuerdo muchas personas.
—En los últimos meses experimentaste el mundo de Hollywood en primera persona, ¿te gustó lo que viste?
—Sí. Quería sacarme selfies con todo el mundo y pedirles autógrafos, pero me quedó muy claro que detrás de cámaras no haces eso porque eres parte de ese equipo. Mi esposa me ayudó a tomar algunas fotos en la entrega de los Oscar. Vi a Whoopi Goldberg y a Cristo Fernández e Isabella me presentó a Laura Dern. En la sala estuve sentado junto a las chicas de Anora [ganadora de seis premios Oscar incluida mejor película] así que tuvimos nuestro propio festejo.
—Hablando de tu esposa, ¿cómo tomó tu familia tu nueva faceta de actor?
—Cuando todo esto comenzó hablamos de las posibles repercusiones y cambios que podría haber en nuestras vidas. Mi esposa y mis hijos — que tienen entre 24 y 34 años — me apoyan, pero son muy privados.
Fascinación por Relatos salvajes
—¿Cómo cambió tu vida después de haber participado en una película nominada al Oscar?
—En Canadá la gente es muy respetuosa del espacio personal de los demás. Si me reconocen o no, no lo sé, pero me escriben mucho por Instagram. Pero la vida sigue normal, sigo con mi trabajo de arquitecto. En agosto me voy a Corea del Sur a participar de un evento que armó un grupo de fans sobre el impacto de la película, las percusiones en la sociedad y la producción artística. Por otro lado, seguimos tocando puertas para otras producciones; hay algunas negociaciones en marcha, vamos a ver que sucede.
—¿Estás al tanto de las producciones argentinas? Acá hace poco se estrenó El Eternauta.
—Sí, comencé a verla. Me gusta mucho la interpretación del actor principal [Ricardo Darín]. Me gusta mucho lo que hace. Lo recuerdo mucho de Relatos salvajes, del ingeniero “Bombita”… [risas]. ¡Qué buena actuación y que historia tan divertida!, ¡Qué película! Toda de principio a fin, me encanta. La compré y es de mis favoritas.

—¿Te gustaría trabajar en alguna serie o película argentina?
— Claro. A mi agente y a mi manager les dije: “Proyectos en Latinoamérica, sí a todo”. Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México... Es mostrar nuestra cultura, lo que nos conecta como comunidad latinoamericana, con nuestras diferencias, aunque tenemos más cosas en común.
—Cerca de los 50 te reinventaste, convertiste un hobby en una profesión y tu personaje de un papa latinoamericano dio la vuelta al mundo. A siete meses del estreno de la película, ¿qué balance hacés?
—Me han dicho “si hubieras empezado a actuar en la preparatoria, llevarías 30 años de actor” y tal vez no… Tal vez me hubiera decepcionado y terminado como arquitecto de todos modos. No hay forma de saberlo. Lo único que sabemos es que este fue el momento correcto de hacerlo. Todo tenía que ser, e iba a suceder en el momento correcto. ¿Por qué se dio esto? Para que mucha gente joven alrededor del mundo, sean cristianos, católicos o no, viera en el cardenal Benítez que hay esperanza y que alguien puede hacer una diferencia y que vale la pena ser la voz del amor y de la razón en todas las situaciones.
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