Patricia Dal: su cambio rotundo, la estafa en la que perdió los ahorros de una vida y sus ganas de volver a enamorarse
En pandemia, la exvedette decidió emprender un cambio significativo, estudiar coaching ontológico, hacer reiki, meditar y vivir la mayor parte del tiempo frente al Cerro Uritorco
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Hace un par de años que Patricia Dal vive entre Buenos Aires y Capilla del Monte, en Córdoba. “Me duermo mirando el Cerro Uritorco”, dice la exvedette en diálogo con LA NACIÓN. La última vez que se subió a un escenario fue hace siete años, con la obra Extinguidas, de José María Muscari. Luego, la pandemia cambió su vida, porque se decidió a estudiar algunas cosas que había postergado durante años para darle prioridad al teatro. Ahora es coaching ontológico, hace reiki, meditación y está cumpliendo un sueño que acaricia desde chica: acompañar a las personas.
Durante la charla recuerda cómo salió adelante luego del terrible accidente de tránsito que sufrió en los 80 y que dejó algunas marcas en su cara, habla del juicio que todavía tiene con los dueños de una casa que alquiló hace poco más de un año en Carlos Paz y que la estafaron, y recuerda anécdotas con algunos de los grandes del humor con los que trabajó. “Me subí a un escenario con todos: Alberto Olmedo, Jorge Porcel, José Marrone, Alfredo Barbieri, Adolfo Stray, Darío Vittori, Juan Carlos Calabró. Y de todos aprendí mucho”, asegura.
–¿Te retiraste?
–No definitivamente porque si aparece algo que me interesa, vuelvo. Trabajé con Muscari hasta antes de la pandemia. Y después, viviendo sola, decidí estudiar coaching. Antes había estudiado terapia gestalt, transpersonal, me recibí, hice yoga durante 15 años, meditación. Todo mientras hacía teatro. Y eso te va llevando por un camino de autoconocimiento. No me daba cuenta pero ya no estaba disfrutando tanto, como si mi ego se hubiera tranquilizado un poco. Porque todos los que estamos en un escenario queremos gustar, que nos admiren y que nos digan cosas lindas. Sigo queriendo y me gusta, pero con el coaching empezó a bajarme el ego y a no depender tanto de la mirada del otro ni de la opinión del otro. Siempre me gustó la psicología porque mi padre murió cuando yo tenía 12 años, y en ese momento me pregunté, y después lo hice toda la vida, por qué la gente se muere tan joven. Me interesó entonces saber qué pasa en nuestra cabeza, en nuestro cuerpo y con nuestras emociones. De hecho, ahora estoy terminando un máster en emociones. Trabajo en teatro, televisión y cine desde los 20 años y disfruté del mejor momento, cuando todo era glamoroso. En los últimos años, no voy a decir que atan todo con alambre porque los productores se tuvieron que reinventar y hacen lo que pueden, pero las cosas cambiaron y la calidad no es la misma.
–¿Por eso diste un paso al costado?
–Más que una decisión es algo que se dio porque después de la tan maravillosa experiencia de Extinguidas no tuve propuestas interesantes. No me retiré totalmente, todo depende de la propuesta. Me gusta mucho la comunicación, la radio y la televisión ni hablar; me encantaría. Comunicar me hace bien. En Extinguidas éramos diez mujeres y durante cuatro años todas las noches el público nos aplaudió de pie y algunos llorando. No podíamos creerlo ni nosotras. Los aplausos a cada una eran largos y realmente nos emocionábamos mucho. No recuerdo un aplauso así en ninguna obra en mi vida. Siempre quise estudiar y no tenía tiempo. Y en la pandemia estudié coaching porque quería acompañar a las personas solas. En pandemia el mundo cambió y todos cambiamos un poco, me parece. Yo cambié. Sufrimos mucho. Ya no proyectamos tanto.
–¿Y por qué decidiste vivir en Capilla del Monte?
–Después de la pandemia estuve una semana sola frente al Cerro Uritorco. Sentí la necesidad de estar en silencio, de conectarme conmigo y con la naturaleza. Meditaba. Y a la semana volví renovada, con una energía increíble. Y decidí que si no hago algo que me haga sentir feliz todos los días con un texto que me guste y donde se me valore y respete, prefiero no hacerlo. Tengo muchos amigos en Capilla, hay una gran movida relacionada con la sanación y acompañar a otros. Voy y vengo. Iba a quedarme, pero tuve una estafa muy grande en Carlos Paz que todavía no se solucionó y ya hace más de un año. Solamente quiero que me devuelvan lo mío. Desde entonces me quedo tiempos largos en Capilla, pero todavía vuelvo a Buenos Aires, hasta que se resuelvan estos temas económicos. Me siento feliz, duermo viendo el cerro. Básicamente el cambio tiene que ver con esto de las emociones. Me gusta acompañar al otro a que descubra su potencial y en eso tiene que ver el coaching.
Estafa y juicio
–¿En qué está el juicio por estafa?
–No puedo hablar mucho porque no está resuelto todavía. Básicamente, se quedaron con mis ahorros de toda la vida. Yo tenía un contrato para irme a España durante un año con el pasaje sacado para trabajar con coaching y me pasó esto y tuve que quedarme. Alquilé una casa, los dueños vivían al lado y una noche, porque sí, volví y no pude entrar. Fui a la policía, hice la denuncia y esta gente se quedó con todo adentro. La fiscal no los imputó por robo inmediatamente, recién ahora lo hizo. Se quedaron con mi dinero, los ahorros de toda mi vida, y me devolvieron la mitad de las cosas y todas rotas. Tendrían que haberlos llevado presos esa noche. Pero todo me va a ser devuelto, porque además de buenos abogados tengo la razón. Trabajo mucho con la aceptación y desde entonces me siento mejor y el juicio se encaminó.
–¿Trabajás haciendo coaching?
–No, porque todavía me faltan algunos títulos que quiero tener. Pero sí doy reiki, meditación, hago retiros, trabajo con alimentación. Estoy haciendo otro curso de ayurveda. Hay que entender que no a todo el mundo le hace bien lo mismo. Por ejemplo, no todos pueden ser vegetarianos. A los 20 años podés decidir ser vegetariano y buscar la manera de suplementar los nutrientes de la carne. Pero a las personas de determinada edad nos criaron con carne y yo, de vez en cuando, necesito comer carne y no hay manera de suplementar eso en este momento. Lo mío tiene que ver con estas disciplinas en forma muy responsable. De todas maneras, hacer teatro también es ver feliz a la gente.
Un accidente casi fatal
–En los 80, en tu mejor momento laboral, tuviste un grave accidente. ¿Qué recuerdos tenés de eso y cómo saliste adelante?
–Tuve un accidente grave, es verdad, porque estaba manejando y choqué. Al poco tiempo volví a manejar porque no quería tomarle miedo. A los seis meses del accidente ya estaba trabajando otra vez. Todavía tenía la cara hinchada cuando vino a verme Darío Vittori a proponerme hacer una obra de teatro con él. “Te vengo a buscar nena porque quiero hacer una comedia de gira que se llama El bicho bajo la lupa y que hice con Beatriz Bonett”, me dijo el Tano. Y le respondí que no estaba para eso, que todavía tenía unas marquitas en la cara, que después se fueron. Me dejó el libreto y me dijo que iba a recuperarme bien. Acepté e hicimos una gira por todo el país. Usaba lentes, porque mi personaje era una psicóloga y solamente al final me los sacaba y me soltaba el pelo y me transformaba en una mujer sexy. Tengo mucho que agradecerle al Tano porque un día me dijo un piropo hermoso: “Nunca pensé que eras una comediante que prácticamente podía igualar a Beatriz Bonett”. No creo que lo hiciera como ella, pero me acerqué bastante. No era un buen momento para mí, pero soy una persona de una gran fuerza y muchísima fe y voy siempre para adelante. Como dice Facundo Manes, a partir de los cincuenta y pico tenés que hacer algo que nunca habías hecho, y no podés quedarte sentado frente a la televisión. Hay mucho para hacer.
–Hiciste muchas revistas y trabajaste con grandes del humor, ¿tenés anécdotas para compartir?
–Muchísimas. Recuerdo una con (José) Marrone. Era muy chica cuando empecé a trabajar con él, nos íbamos de gira y mi mamá les encargaba a (Adolfo) Stray y a Marrone que me cuidaran. Estábamos en Córdoba y a la noche, después del teatro, las chicas queríamos salir, ir a bailar. Y no nos dejaban porque nos podía pasar algo. Una noche me invitó a salir un chico y acepté. Marrone todas las noches recorría las habitaciones para saber si estábamos y le pedí a mi compañera que fingiera que yo estaba. Justo nuestra habitación estaba frente a la de él, y cuando volví vi un revuelo tremendo en el hotel y resulta que José había tenido un cólico muy fuerte, tanto que tuvieron que llamar a la ambulancia. Cuando le dio el cólico se arrastró hasta nuestra puerta y la arañaba pidiendo ayuda y mi compañera le decía que estábamos durmiendo, que no se hiciera el gracioso. La cosa es que al final, cuando estuvo mejor, me dijo que se había dado cuenta de que yo no estaba. “Me puedo estar muriendo y vos te fuiste a la calle”, decía. Porque era muy exagerado. Así nos cuidaban.
–Y con Alberto Olmedo?
–Con Olmedo hice una revista en la que tenía un sketch con él y un día el regisseur, que era quien estaba atento a que estuviéramos listos antes de salir a escena y todo bajo control, no encontró a Alberto en su camarín. Délfor Medina, que era mi marido y yo ya estábamos en escena y tenía que entrar Alberto, que era mi amante, fingiendo ser un peinador gay. Bueno, esa noche Alberto se había ido a tomar un café y no volvía y nosotros estábamos en escena esperándolo y sin saber cómo estirar hasta que apareciera. De repente vino rápido, desesperado, se sacó la corbata y se la ató en la cabeza y entró enloquecido. Fue muy gracioso. Increíble el talento de este tipo que pudo dar vuelta la cosa, y yo seguirlo. Aprendí mucho de comedia con todos.
–¿De quién más aprendiste?
–De Tristán también. Era muy miedoso y en las giras, cuando íbamos por caminos de montaña, todos dormíamos menos él qué estaba atento, sentadito bien derechito y diciendo: “cuidado, cuidado”. Lo queríamos matar. En otra oportunidad estaba de gira con Alfredo Barbieri, que era el presidente de Variedades en la época de la dictadura. Un día nos paró la policía militar en la ruta, pusieron a las mujeres por un lado y a los hombres por otro, con las manos contra el micro y apuntándonos. Y Alfredo se dio vuelta, sacó el carnet y dijo: “soy el secretario de Variedades”. Y le respondieron: “date vuelta porque te vamos a dar” (risas). Y quedó como anécdota, porque cualquier cosa que pasaba después respondíamos: “callate secretario de Variedades”. Otra vez estaba haciendo un adagio con una peluca y uno de los chicos puso su pie sobre mi aplique, sin querer y me levanté diosa pero con una red en el pelo. Íbamos a comer todos juntos a Arturito, que quedaba en Corrientes y casi la 9 de Julio. Eran mesas de cincuenta personas. Todos recuerdos lindos. Hice una película con Ernesto Bianco y no podía creerlo, porque era muy chica. Se sentó al lado mío, me agarró de la mano y me dijo: “tranquila, que va a salir todo bien”. Y salió perfecto en la primera toma. Hay que ser empático porque es un buen negocio, ganás amigos y es un autoregalo. Creo en la disciplina, en el respeto.
–¿Tuviste muchos amores?
–Estuve casada con un abogado del cual me separé después de once años. No soy fácil para enamorarme, necesito admirar al otro y me cuesta. Ahora menos, porque estoy un poco más abierta. Después salí con alguien muchos años, y tuve relaciones cortas. Me seducen los hombres inteligentes y más grandes, quizá porque me pongo en el rol de hija, porque perdí a mi papá siendo muy chica.
–¿Te enamoraste de algún colega?
–Nunca me enamoré de un compañero de trabajo. Siempre necesité personas tranquilas al lado mío y de quienes pueda aprender. Bailo tango hace mucho tiempo y está bueno porque hay gente de todas las edades y de todo el mundo. Es un buen lugar para conocer a alguien porque el tango es muy sensual y romántico. A mí me gusta conectar. ¡Chicas, inviertan en clases de tango!
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