¿Qué veo? En Verano del 85, Ozon combina la memoria y la tragedia en esta historia de amor en la Francia de los 80
Sin llegar a la perfección de Frantz, quizás su más clara aspiración a la obra maestra, este film que llega en estreno por MUBI revela la madurez del arte del director, el control de su puesta en escena al servicio de sus ideas y un humor entrelazado con una emoción desgarradora
Verano del 85 (Été 85, Francia/2020). Dirección: François Ozon. Guion: François Ozon, sobre la novela Dance on My Grave, de Aidan Chambers). Fotografía: Hichame Alaouie. Edición: Laure Gardette. Elenco: Félix Lefebvre, Benjamin Voisin, Philippine Velge, Valeria Bruni-Tedeschi, Melvil Poupaud, Isabelle Nanty, Laurent Fernandez. Duración: 101 minutos. Disponible en: Mubi. Nuestra opinión: muy buena.
François Ozon ha ocupado un lugar propio en el cine francés desde su aparición, una especie de rebelde de su generación a partir de los 2000 y hoy convertido en un asistente regular a festivales y premiaciones. Su cine se ha nutrido de una vasta y ecléctica cinefilia, que combinó las intrigas de Alfred Hitchcock y los melodramas de Douglas Sirk con el universo provocador de Rainer Fassbinder, el kitsch y el arte pop, la ópera y la autobiografía. Ardiente iconoclasta en sus inicios, artífice de una mirada queer nada académica, hoy ha conseguido equilibrar su humor corrosivo y devastador con una emoción genuina y dolorosa, nacida de una memoria ya madurada de las pérdidas y los amores más ardientes. Verano del 85 se aloja en ese camino de reencuentro con un pasado que es propio y generacional, que asimila el esplendor del paisaje normando y la luz del verano a la pasión adolescente, y al mismo tiempo ofrece una aguda reflexión sobre la creación de esos recuerdos, la manufactura de cada vida amorosa.
Como ocurre a menudo en el cine de Ozon, su película es un juego de dos, de pares, de dobles. Dos personajes que se conocen y se enamoran, dos tiempos que se entrelazan y se complementan, dos experiencias que se desdoblan, la directa y la narrada. Los dos personajes son Alexis (Félix Lefebvre), un adolescente de 16 años que cursa el liceo y pasa los días andando en bicicleta por la costa, navegando en algún velero prestado, pensando obsesivamente en la muerte casi como un inconsciente espejo de Rimbaud; y David (Benjamin Voisin), un joven ardiente que ha perdido a su padre y busca el deseo a cada paso, una especie de James Dean de los 80 de aires trágicos y seductores, corriendo siempre contra el tiempo y el destino. Se encuentran una tarde de viento entre las olas del mar, cuando a Alexis se le vuelca el velero y David se dispone a socorrerlo, y el rescate es mutuo: para Alexis el descubrimiento de la pasión y el discurso para expresar su deseo; para David, la escapada del control de su madre (Valeria Bruni-Tedeschi), el abrazo de emociones intensas y fugaces.
Desde el comienzo Ozon instala la tragedia, y lo hace con la gracia de la voz de Alexis –rebautizado Alex- que no solo reinventa su identidad en el encuentro con David sino que escribe ante nuestros ojos la historia que los une, como capítulos de una novela rosa, como testimonios de una crónica policial. Porque en Ozon el melodrama siempre se enreda con la muerte, con el misterio de su suceso, con la pesquisa incierta de su desciframiento. Así, en el presente, Alexis es citado por una asistente social que intenta comprender su amistad con David; sus reuniones con el profesor Lefèbvre (Melvil Poupaud) pretenden novelar los fragmentos sueltos de ese verano; los interrogatorios policiales buscan explicar las semanas que pasaron juntos. En el último par de ases de la película, Ozon conjuga el arte y la vida, el amor y su invención. “¿Inventamos a las personas que creemos amar?”, se pregunta Alexis en esa encrucijada entre ficción y realidad que parece no dejarlo escapar.
Como también ocurre en el mundo de Almódovar, el cine reciente de Ozon recupera y revisita su obras anteriores: la escritura como eje del relato que aparecía en La piscina y En la casa, la estructura triangular de Gotas que caen sobre rocas calientes y Vida en pareja, el duelo de Bajo de arena y Tiempo de vivir, la intriga como señuelo en Amantes criminales y 8 mujeres. No es solo la repetición de motivos bajo un concepto de autoría sino la expansión de una obra que se siempre se mira a sí misma como un reflejo que se desvanece. Ozon ha logrado expresar en su cine ese esplendor que solo existe en tanto se lo recuerda, que es menos una experiencia directa que una memoria inventada, que requiere tanto de la mente como de los sentidos.
Sin llegar a la perfección de Frantz, quizás su más clara aspiración a la obra maestra, Verano del 85 revela la madurez del arte del director, el control de su puesta en escena al servicio de sus ideas, el humor entrelazado con una emoción desgarradora en las escenas del cementerio, el uso inteligente de la canción ‘Sailing’, en la voz de Rod Stewart, como una puerta de entrada a un mundo que atesora su propio lenguaje. Quizás sea menos explosiva y audaz que otras, pero es madura en sus reflexiones, consciente de que junto al apogeo de la felicidad está el germen de su posterior desilusión, que junto a la experiencia efímera de la vida está el arte que la inmortaliza.
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