
Retratos de Chivilcoy
Daniel Muchiut, fotógrafo aficionado que causa afición entre los entendidos
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A Daniel Muchiut le gusta un cuento de John Berger. Daniel Muchiut vive en Chivilcoy, a 200 kilómetros de Buenos Aires. John Berger vive en algún lugar de Europa. Y, en principio, la distancia entre cualquier lugar de Europa y Chivilcoy parece medirse más fácil con una palabra que con números: lejos.
El cuento de John Berger que le gusta a Daniel Muchiut cuenta la historia de un cartero.
De paso por Buenos Aires, gracias a un franco en la imprenta donde trabaja desde hace 25 años, Daniel Muchiut dice sobre el cuento de John Berger: "Habla sobre un cartero que, durante uno de sus recorridos, se tropieza con una piedra enorme. La levanta y la forma que tiene lo fascina. Desde ese momento, durante los próximos 20 años sigue haciendo el mismo camino todos los días y juntando distintas piedras de formas increíbles con las que termina haciéndose un castillo; un castillo para vivir en medio de esas mil formas".
A Daniel Muchiut este cuento le gusta porque le parece que, pese a haber sido escrito lejos, habla un poco de él y un poco de la diferencia que él ve entre los artistas del campo y los artistas de la ciudad. No dice artistas, dice "los que hacemos arte", porque los verbos le suenan menos grandes, menos jactanciosos que los sustantivos. Así, tal vez más que decir que Daniel Muchiut es un fotógrafo sería más coherente definirlo como alguien que saca fotos.
Nacido en Chivilcoy hace 40 años, desde los 19 fotografía su entorno: fábricas cerradas, perros salvajes, un campo de girasoles devastado por el paso de la langosta. Esas imágenes, no hace mucho, fueron admiradas en el FotoFest, el prestigioso festival de fotografía mundial con sede en Houston, Texas, por fotógrafos y curadores de todo el mundo.
Con calma
Según cuenta Elda Harrington, fotógrafa, curadora y promotora incansable de la obra de Muchiut, sus fotos llegaron al público siempre por insistencia de quienes lo conocen y admiran. "Nunca por propia presión; es humilde y no entiende que su obra tiene un gran valor -cuenta Harrington-. En el Festival de la Luz 2006, la última edición, lo convencí para que tomase un día de licencia en su trabajo y viniera a mostrar sus fotos. A los revisores les encantó. Wendy Watriss, directora de FotoFest, me llamó para decirme que le daba la beca de la inscripción y el hospedaje."
Durante la muestra en Houston, Anne Tucker, curadora de fotografía del Museum of Fine Art adquirió cuatro de sus obras para su prestigiosa colección, y varios curadores y directores de festivales lo invitaron a exponer. Muchiut habla sobre esos acontecimientos con calma: "Volví de Houston y a la semana tuve que volver a trabajar como siempre; agarré la bicicleta y me fui a la imprenta".
Como el cartero del cuento de Berger, Muchiut hace y deshace mil veces el mismo camino juntando imágenes fascinantes: la historia de un hombre que vive en un auto, un matador de cerdos en una curtiembre, marcas en las camas, en los cuerpos, esperas ociosas en bares oscuros. "Yo pertenezco a ese entorno, mis imágenes son de pocas cuadras de donde yo vivo", dice Muchiut, y define ese lugar que habita, ese mundo que retrata como marginal: "Ser marginal es estar al margen de un arte más oficial, yo lo siento por ese lado. Mis circunstancias geográficas me dejan, muchas veces, afuera de lo que pasa en el circuito".
Pertenecer al interior, paradójicamente, es muchas veces quedar afuera. Pero a Daniel Muchiut su condición, según cree, le da una impronta particular, una identidad y una fuerza especial: "Mi papá vino de La Pampa viajando semanas para levantar una casilla de chapa y pelearla; los padres de mi mamá se escaparon de la guerra en barco y en esas raíces, en esa gente luchadora deben haberse entretejido mis genes. Es como el cuento del cartero: cuando estás solo, en el campo, te tiene que sostener una energía mayor, distinta. Te sostienen las ganas de generar una obra".
Y son esas ganas, como pasó en el FotoFest, las que pueden hacer que la cotidianidad de un pueblo de 70.000 habitantes cobre una dimensión inesperada: "Es como la música. Uno puede estar escuchando a un africano golpeando una caja y acceder a esas emociones. Con la fotografía pasa lo mismo: las historias que cuento se pueden volver universales".






