
Scott Henderson, en los confines del blues
Recitales del guitarrista Scott Henderson junto con el bajista John Humphrey y el baterista Kirk Covington. Blues, jazz y rock. Artista invitado: Miguel Botafogo y su grupo. Producción: Oliverio. En el auditorio del Bauen Hotel, Callao 360.
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Ahí está, otra vez, el larguirucho de Scott, con su elegante aire de vagabundo.
En su cuarta visita lo acompañan otro flaco que no cabe en su alegría, a juzgar por esa sonrisa eterna a modo de rictus, mientras pulsa en su bajo una que otra nota de base. Y el tercero de la partida, el imponente vikingo Kirk Covington, de musculosa y calza, dispuesto a descargar toda la furia disponible y la neurosis galopante que admitan los parches.
Todo para hurgar en las estribaciones del blues, con un poco de jazz y dosis pantagruélicas de rock.
Scott, se sabe, tiene antecedentes envidiables en su trayectoria de músico. Amén de compartir con Chick Corea y Zawinul y de consagrarse al estudio de la música da fe de versatilidad. Tanto como para mostrarse músico de jazz en Europa y músico de blues y de rock en otras latitudes.
Henderson está en la onda de la fusión, en la que cabe de todo. Pero en esta visita parece querer mostrar el rostro del rock tras el que se esconden subrepticiamente algunos esporádicos toques de jazz y fortuitos giros de blues.
Cabe suponer que Scott lidera el trío en esta presentación de temas de sus discos "Dog Party" y "Tore Down House". Pero en la práctica parece ser que es Covington el que precipita a los tres en la vorágine del estrépito en el que no cabe el más mínimo matiz, la menor sutileza. La estética apocalíptica de Kirk cede poco espacio para que la música respire algún instante en melodías y armonías en medio del estruendo.
Puede tratarse de temas que dan el nombre a ambos discos, o de "Dolemite", o de su clásico "Jakarta", o "Slidin", o "Hound Dog". En estos, o en otros, la guitarra asoma apenas con su sortilegio. Cuando esto ocurre, uno descubre que Scott nos está retaceando lo mejor de su arte.
La riqueza musical, entregada por goteo con ráfagas del mejor jazz y con una tibia aproximación al blues es, entonces, apenas una promesa.
Y en cuanto al esperado blues (ese blues esencialmente proteico, pero fatigado en su camino de infinitas metamorfosis superstars) lo recibimos aquí en las postrimerías de su popularización, transmutado en la percepción de músicos blancos, lo que significa que es blues-rock. El blues más vendible por su cuota de histeria y alboroto juvenil.
El blues prometido por Scott apenas sí roza los estilos regionales del blues (desde el rural hasta los de Luisiana, Texas o Chicago) para derivar en una expresión urbana, como una imitación, y a veces con toques exacerbados donde proliferan los efectos sonoros de reverberaciones.
De todos modos es la musicalidad de Henderson la que perdura en el oído.
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