Arma mortal se suma a la tradición de grandes parejas de policías de la TV
La dinámica de los compañeros muy distintos entre sí tiene una larga historia en la pantalla chica. Aquí algunos de los dúos más recordados del universo de las series
La historia de las ficciones televisivas están llenas de dúos que empezaron mal, personalidades opuestas que en principio no encajaban pero que pronto se volvieron inseparables, complementarios, un equipo. Algo de todo eso se verá en la nueva versión de Arma mortal, aquella película protagonizada por Mel Gibson y Danny Glover que ahora regresa en forma de serie a estrenarse mañana a las 22, en Warner Channel. Y que ya desde el primer episodio hace honor a la larga tradición de parejas de policías televisivas, tan ocupadas siempre en resolver el crimen de la semana como en probar la fortaleza de su lazo fraterno.
Arma mortal. No era pequeño el desafío de llenar los zapatos de Mel Gibson y Danny Glover, de volver a presentar a Martin Riggs y Roger Murtaugh para una nueva generación. Sin embargo, con el visto bueno y el guión para el piloto de Shane Black, creador de la historia original, los nuevos compañeros de armas tenían buenas perspectivas. Y lo cierto es que al menos en principio Clayne Crawford (Riggs) y Damon Wayans (Murtaugh) cumplen de sobra con el compromiso y consiguen evitar la imitación dándole sus propios toques al policía dispuesto a morir porque no tiene nada por lo que vivir y a su compañero al que le pasa exactamente lo contrario.
Starsky y Hutch. Las diferencias entre los protagonistas de esta serie que se realizó entre 1975 y 1979 empezaban por lo superficial y luego se complementaban con personalidades algo distintas. Sin sutilezas, el morocho Starsky (Paul Michael Glaser) era el más impulsivo y violento mientras que el rubio Hutchinson (David Soul)–Hutch era su apodo– era el cerebro del equipo. Policías californianos siempre a bordo del distintivo Ford Torino pintado de rojo y blanco que no parecían muy interesados en respetar las reglas y no se cohibían al ejercer la fuerza. Un nivel de violencia que le presentó problemas a los productores del programa aun a pesar de su éxito. Cuando bajaron el tono, bajó el rating, claro.
CHIPS. Dos policías en moto. Uno rubio, blanco como la nieve y bastante pueblerino y conservador. El otro morocho, latino y siempre dispuesto a las bromas y de carácter más atrevido, volátil. Los uniformes bien ajustados y todo lo que puede pasar en una autopista cargada. La premisa central de la serie era tan básica que no podía ser otra cosa que un fracaso rotundo o un éxito descomunal. Y, como se sabe, ocurrió lo segundo. Niños de todo el mundo disfrazados de Poncherello (Erik Estrada) y Baker (Larry Wilcox), jugando a las motos en el patio del colegio, álbumes de figuritas, loncheras, mochilas y todo lo demás. Hasta que después de seis temporadas y con Wilcox hace tiempo fuera del cuadro fue el tiempo de bajarse de la moto. Ahora, el año que viene, habrá un regreso. Una película dirigida y protagonizada por Dax Shepard (Parenthood) como el rubio Baker y Michael Peña (Antman) en el lugar del canchero Ponch.
Cagney y Lacey. A principios de los años 80 la TV se atrevió a una pareja que hoy ningún productor pondría en pantalla. Christine Cagney (Sharon Gless) y Mary Beth Lacey (Tyne Daly) eran los personajes centrales de la serie de policías Cagney y Lacey , un par de detectives femeninas aguerridas, inteligentes y capaces que además de ser compañeras en la patrulla también eran amigas cuando se bajaban de ella. Una, Lacey, esposa y madre, la otra, Cagney, soltera y sin compromisos familiares. Aunque hoy parezca increíble ninguna parecía una modelo de pasarela y en las siete temporadas que duró la ficción su integridad y profesionalismo siempre fueron lo más importante.
División Miami. Ninguna pareja de detectives tuvo tanto estilo ni fue tan influyente en la moda de toda una generación como la que formaron Sonny Crockett (Don Johnson) y Rico Tubbs (Philip Michael Thomas). Creada por Michael Mann, la serie marcó una época, pintó una aldea –la sangrienta, soleada e infestada de drogas Miami–, y reinventó un género que para los años ochenta lo necesitaba con desesperación. Una banda de sonido inolvidable, una dirección de fotografía novedosa y personal además de unas historias que se atrevían a mostrar en simultáneo con lo que sucedía en la realidad la peculiar forma que asumía el crimen y la lucha contra el narcotráfico en la ciudad de La Florida.