La treve: la interpretación de los sueños, en un apasionante policial belga
La treve (Bélgica, 2016). Creador: Matthieu Donck. Elenco: Yoann Blanc, Guillaume Kerbush, Sophie Breyer, Anne Coesens, Jean-Henri Compère, Catherine Salée, Sophie Maréchal. Disponible en: Netflix.Nuestra Opinión: muy buena
Uno podría pensar, luego de ver varios de los diez episodios disponibles de La trêve, que la verdad se esconde en los sueños. Los dibujos que se alojan en la mente de los personajes se asemejan a esos bosques frondosos que bordean la pequeña ciudad valona de Heiderfeld, refugio de la adolescencia del inspector Yoann Peeters (Yoann Blanc) y hoy escenario de un misterioso descubrimiento.
El cadáver de Driss Asani, un joven africano de 19 años, aparece flotando en el río Semois, con severas heridas en el rostro. Para la policía local se trata de un suicidio, para Peeters la punta del iceberg de un extendido tendido criminal. ¿Quién está detrás de esa muerte? ¿Los pobladores locales y sus secretas vidas personales? ¿El club de fútbol que lo contrató como una nueva promesa y lo abandonó a su suerte? ¿La alcaldesa y sus maniobras encubiertas para que se construya una monumental represa en la región?
Todos esos interrogantes se despliegan en dos líneas temporales: las sesiones actuales de Peeters junto a su terapeuta, quien intenta descifrar en la memoria del policía las claves de los recientes sucesos; y la pesquisa del pasado, que sigue las últimas horas de Driss en el bosque, su extraña carta de suicidio, los símbolos pintados con sangre en las paredes de su casa, y las razones que tienen los distintos habitantes del lugar para verlo muerto. La serie evita una puesta demasiado sombría y decide distribuir algunos indicios con audacia e inteligencia: el silencio que invade algunas escenas en la granja de dos hermanos, los encuadres sugestivos en la comisaría, las relaciones personales que se tejen entre la hija de Peeters y la de la alcaldesa.
Los belgas nos reservan siempre finales asombrosos, conspirativos y, en ocasiones, de una innecesaria extravagancia que intenta menos salirse de lo previsto que confirmarnos que toda imaginación resulta siempre insuficiente. Algo de ello ocurre en Tabula rasa –otra de las series belgas de gran éxito– y aquí se acentúa en los episodios finales, donde son varias las vestiduras de los falsos culpables.
Sin embargo, su creador Matthieu Donk tiene como aliado a un gran intérprete como Yoann Blanc, cuyo semblante oscila entre el tedio y la irritación del inicio, potenciado por esa asfixiante inmovilidad pueblerina, y el lento desequilibrio en el que se proyecta, del que todo su mundo parece formar parte. No en vano son sus sueños los que resultan más indescifrables.