La silla: una comedia brillante que se revela como uno de los secretos tapados de 2025
El comediante Tim Robinson se convierte en un ejecutivo preso de una obsesión insólita
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La silla (The Chair Company, Estados Unidos/2025) Creada por: Tim Robinson, Zach Kanin. Elenco: Tim Robinson, Lake Bell, Sophia Lillis, Will Price y Joseph Tudisco. Disponible en: HBO Max. Nuestra opinión: muy buena.
En 2019, Tim Robinson estrenó I Think You Should Leave, un ciclo (disponible en Netflix) integrado por sketches de comedia absurda, todos ellos protagonizados por el propio Robinson. En muchos de esos segmentos humorísticos, un disparador habitual solía tener que ver con algún personaje que se obsesionaba con un detalle casi insignificante, hasta convertirlo en un problema absolutamente (y ridículamente) mayúsculo. En esos sketches, usualmente los personajes secundarios terminaban también viéndose arrastrados hacia la obsesión del protagonista, dando paso a una inspirada comedia anárquica. Y ese recurso, que tan bien funcionaba en segmentos de pocos minutos, se convierte ahora en el espíritu de La silla.
En esta ficción de HBO, Tim Robinson compone a William Trosper, un importante ejecutivo que está al frente del diseño de un nuevo shopping. En esa labor, para la que fue ascendido especialmente, William debe inspirar respeto, mantener un liderazgo férreo y transmitir un carisma que impulse confianza. Se trata de características que él no necesariamente reúne, pero que al menos quiere simular tener. Por ese motivo es que el discurso inaugural que debe brindar le resulta tan importante, porque en esos pocos minutos debe impresionar a sus superiores y motivar a sus empleados. Y aunque William sale airoso de ese momento, la rotura de la pata de una silla en la que intenta sentarse, lo convierte en el blanco de una risotada general. Se trata de un momento efímero que hubiera quedado en el olvido, sino fuera porque William lo resignifica como un instante crucial.
Obsesionado por comprender cómo es que una silla pudo romperse, William comienza a investigar el nombre de la empresa que fabricó ese artículo, sin saber que ahí estará la punta de ovillo de una conspiración absolutamente inesperada, de la que él jamás pensó formar parte.
En La silla, Robinson se enfrentaba al reto de comprobar si su estilo tenía un techo bajo. Si acaso la esencia de esos sketches de I Think You Shouled Leave, de pocos minutos y en los que reinaba el humor incómodo y absurdo, eran o no susceptibles de ser trasladados a episodios de media hora, que integraran una temporada. Y dueño de una firma muy personal, Robinson supo perfectamente cómo expandir los límites de su comedia y llevarla hacia un lugar de mayor riqueza. En ese aspecto, es indudable que La silla es la evolución natural de este comediante.
A diferencia de los sketches, la posibilidad de una historia seriada brinda un campo mayor de juego, que va de la mano de un relato que gana en complejidad. Aquí los protagonistas no se quedan quietos, sino que crecen bajo el paraguas de Robinson y su comedia desbocada. Y en este punto es en donde surge otro gran acierto. Robinson jamás traiciona su esencia, su ritmo desbocado, sus personajes incómodos y ese humor que nace casi de un sentir misántropo (un rasgo heredado de Larry David).
En La silla no hay personajes queribles ni héroes entrañables, sino que aquí todas las criaturas probablemente resulten antipáticas, hipócritas o francamente despreciables. Y siguiendo esa línea, Robinson, en la piel de William, no es menos amable que ninguno de ellos, pero sin embargo, eso no significa que él tome distancia del televidente. Casi como repitiendo un esquema en la línea de Los Soprano (eso de empatizar con el villano y alentar por su victoria), La silla lleva al público a reflejarse en un hombre de rasgos obsesivos, paranoides y mezquinos, propiedades que no son las habituales para el (anti)héroe de ninguna historia. Y William Trosper reúne todas esas características y otras más, aunque eso no impida construir un puente emocional con el televidente, quien termina por aplaudir sus efímeros logros.
En ese nadar contra la corriente, en ese impulso por ir a contrapelo de cualquier atisbo de simpatía y corrección, es que Tim Robinson triunfa con esta comedia filosa que encuentra en la repulsión su principal virtud.
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