Sombras nada más
Las aristas de un fenómeno que mueve a miles de personas y millones de pesos: el grupo debutará el fin de semana en plena aveneida Corrientes.
Es el negocio musical más grande de la Argentina. "Boquita de caramelo", último disco del Grupo Sombras lleva vendidas casi medio millón de placas. Commanche, tres carilindos, pelo largo y pasito al compás, vendieron 350.000 de su primera producción, "No me digas adiós". En ambos casos a caballo de sendos hits: "La ventanita" y "Tonta". Por fin de semana cada uno de estos grupos, y otros como Peluche, Los Avila, Volcán o Los Mirlos, realizan un promedio de diez shows.
La música tropical tiene su circuito propio: locales bailables, sellos discográficos, cuatro FMs, programas de televisión y revistas. Un gran imperio en manos de unos pocos. El nombre clave es Kirovsky, apellido de dos hermanos que son dueños de Magenta, el sello discográfico que edita el 80% de los discos tropicales, que vende tanto como cualquier multinacional y, por esto, se ha convertido en la compañía disquera independiente más grande de América latina. Son ellos también los que manejan las radios, los programas de televisión y las principales discotecas dedicadas a estos grupos.
Roberto Ricci, director artístico del sello, asegura que este fenómeno se explica fácilmente: producción. "Desde hace cuatro años se cuida todo al detalle. Cómo se visten los músicos, cómo deben moverse, todo. Si este aparato se volcara al folklore también se produciría un boom". Música alegre y bailable, peluqueros y fashion.
Ricci fue uno de los principales responsables de la renovación del estilo. Manager durante años de Rata Blanca, comenzó a trabajar en Magenta al desvincualarse de la banda heavy. Lo primero que hizo fue armar y producir al grupo Commanche. Por riguroso casting surgieron tres chicos de 17 años, pelo largo y un look que toma claramente elementos del rock. Hasta entonces los más vendedores del género habían sido Alcides, Ricky Maravilla o Adrián y los Dados Vuelta. "Nosotros rompimos con un viejo axioma de la bailanta que decía que los lindos no podían triunfar. Demostramos que no era así, que los jóvenes quieren ver sobre el escenario a jóvenes como ellos, un fenómeno que se da también con Luis Miguel, Enrique Iglesias o Chayanne, en lo latino".
Tampoco existen ya las típicas bailantas que uno imagina con piso de tierra y guirnaldas de colores. Ahora son discotecas de última generación. La infraestructura de Metrópolis, por ejemplo, significó una inversión de un millón y medio de dólares e incluye luces varilites y sistemas robotizados para el sonido y la iluminación.
Pura imagen, lo musical queda muchas veces en manos de otros. Aunque Ricci acepta que al principio Commanche hacía playback en sus presentaciones, asegura que ahora ya no. "Tienen una banda de quince músicos, con dos saxos, trombón y trompeta". Además los tres cantantes reciben, desde un comienzo, clases de canto y coreografía y una vestuarista se ocupa permanentemente de sus trajes y su aspecto.
"Lo del playback no siguió porque los mismos chicos quieren aprender y tocar ellos. En algunos casos sigue usándose, pero no en Commanche. Ni en Peluche, que tiene un violero tremendo, que se toca la vida. El playback allí no tiene sentido".
Aunque la mayoría de las veces se usan temas mexicanos o peruanos, algunos se largan a componer. O a escribir letras a las que Ricci, gran cerebro detrás de todo esto, se ocupará de poner música.
Jujeños en el Gran Rex
Una excepción es el Grupo Sombras en el que la mayoría de las composiciones son del grupo.
Ellos definen a su música como un nuevo estilo: el tropical norteño. "Nosotros mezclamos la cumbia con los ritmos nuestros, como el carnavalito y el huayno -cuentan "El Oso" Benítez y Juan Zapana, miembros fundadores de la banda y tecladista y baterista respectivamente-. Al principio muchos nos acusaban de traicionar el espíritu de la cumbia colombiana porque en vez de usar timbales y tumbadoras usábamos el golpe de bombo".
Con dieciocho años de trayectoria la banda tuvo que pagar su derecho de piso para llegar a este momento de éxito que incluye su presentación de mañana y pasado en el Gran Rex. Jujeños probando suerte en Buenos Aires, pasaron años de tocar en casamientos, bailes y cumpleaños. Aunque ya había tenido un momento de furor en 1990, con el tema "La malagata", el boom llegó tras la incorporación del carilindo cantante Daniel Agostini. Están seguros de haber impuesto un estilo: el toque argentino para la música tropical. "Nos gusta compararnos con Memphis, que tienen, como nosotros, 18 años, y también la tuvieron que pelear para imponer su blues, que es bien de acá."
Con respecto al Gran Rex, los alegra que "la música tropical bailantera llegue a lugares que antes eran prohibidos, Si ahora hasta compartimos escenarios con rockeros. El sábado, en parque Sarmiento, tocamos con Memphis y Man Ray".
Sobre el final de la entrevista llega Daniel. Pero no viene solo. Veinte adolescentes y varias señoras le piden autógrafos, le sacan fotos, le dan un beso. "Trato de conformarlas a todas", dice como puede. Las chicas se multiplican. No se sabe de dónde salen, pero cada vez son más. La seguridad lo saca corriendo. Los otros, los músicos, caminan tranquilos hacia el micro.
La noche, el ámbito de un fenómeno que asombra
Sombras: son muchas las fans que participan del tour que cada noche realiza el grupo por distintos puntos de la ciudad y el conurbano.
¿Cómo explicar el asombro? ¿Cuál es la ventanita del amor que se cerró para abrir un mundo paralelo, una realidad distinta y compleja que supera las expectativas de quien, después de todo, vive de hablar de lo que ve y escucha desde un escenario?
Pasaron apenas vente minutos de la medianoche del sábado y la disco Killer, de avenida Calchaquí y Zapiola, en Quilmes, está llena de gente. Como indica el cartel de la ventanilla, caballeros $10 y damas $7. El doble de lo que cuesta la entrada a una bailanta.
La puerta trasera de la Disco (que cruza toda la manzana) da a una zona oscura y bastante descampada. Por esa puerta entrará el grupo Sombras y por eso hay casi un centenar de fans aguardando. Chicas tanto o más organizadas que esos clubes -como en el caso de Bon Jovi, por ejemplo- fundados alrededor de una cara bonita que, además, canta.
Se descubre un mundo nuevo. Los dos clubes de fans presentes (Sombras una Pasión y Nada es Igual), alquilaron un par de combis que llevan a las chicas de una punta a otra de la ciudad y el conurbano, desde la medianoche hasta las seis o siete de la mañana.
¿Por qué hacen ésto? La respuesta llega al unísono:"Es una pasión". ¿Y qué es esta pasión? Aquí las explicaciones se diversifican: "Daniel es divino", "Canta bien" o "Nos gustan las letras" son opciones posibles. Pero no termina de explicar la insistencia y el desafío que significa, para alguien que lo mira desde afuera, este furor que hace que tres mil personas colmen una disco de Quilmes, Capital o San Miguel.
Es que el grupo Sombras escapa del fenómeno de la bailanta. Y, de hecho, este fin de semana llegan al Gran Rex para confirmar ese salto a lo que tal vez pueda llamarse la "clase media" del espectáculo.
La organización de la sombra
Los clubes están bien organizados. Tienen su propio carnet, un logo diseñado por un profesional y, si bien las edades van desde los 13 a los 18 años, siempre van acompañadas por más de una madre. La aventura es vivir cada momento del tour que varias noches a la semana realiza el grupo.
¿Qué hacen? Entran al local después de recibir a la banda. Y entonces empieza la música. Algunas no hacen más que llorar; otras, gritan, y el resto canta. Eso sí: apenas termina el show, salen rápidamente al próximo baile. Igual que los músicos. Y en cada local la ceremonia es la misma.
En abril de este año se formó "Sombras, una Pasión`. Erika Caputo, su coordinadora, cuenta que tienen 47 socias de entre 13 y 21 años y que nunca hicieron ésto por ninguna otra banda.
"Nada es Igual` se fundó hace un mes y medio y ya cuenta con unas sesenta socias. Patricia Cunningham, su presidenta, explica que, al alquilar la combi, "no queremos que ninguna pague más de doce pesos" y que detestan a Luz Mala "porque quieren imitar a Sombras".
Los dos clubes son oficiales. Vale decir que tienen la firma del manager de la banda y, con ella, entran gratis al local en el que actúe. El gasto, entonces, se limita al alquiler del traslado y, en todo caso, en alimentarse. Pero la noche tiene más.
Veinte minutos antes de las dos de la mañana llega Daniel, la imagen de Sombras, en el torino blanco de Ricardo Casquero, manager del grupo. Entonces actúa la seguridad privada. Abre camino para poder ingresar en Killer ante el forcejeo de las fans y de otros personajes que no se sabe bien qué pretenden.
O tal vez sí. Luego de un forcejeo entre el cantante y un joven que se le acercó -no se pudo ver qué pasó-, éste último salió corriendo al terreno baldío de enfrente y trajo un revólver. Del abandono de esos yuyos trajo un arma, pero no se atrevió a enfrentar a los hombres de seguridad, que son bastantes y reconocibles por un chaleco negro que también dice Sombras. Salió corriendo y no se lo volvió a ver.
A todo ésto, las fans siguieron como si nada. Parecería normal ver en el suburbio a alguien armado.
Entre gritos y llantos
Desde el escenario se ve un mar de cabezas. Unas tres mil voces que saludan la intempestiva llegada del grupo. Daniel les dedica un beso a las chicas y un abrazo a los muchachos.
Y empieza el ritmo. Canciones que frecuentemente hablan de alguna situación amorosa con esa adaptación de la cumbia que aquí, por estos días, cuenta con muchos otros elementos. Hasta una guitarra distorsionada marca los compases finales de uno de los temas.
Todo es muy rápido. Hay que apurarse porque el show comenzó con más de media hora de retraso y tienen que cumplir con otros locales.
En menos de media hora se llega al final con el hit "La ventanita"; una canción que con "Desde que me dejaste/ la ventanita del amor se me cerró" conquistó a un nuevo público. Y nuevo en serio, porque hasta algún metalero se sacude con sus compases.
La gente delira. Alguna chica sube llorando al escenario y abraza a Daniel. Lo besa. No quiere soltarlo. La gente de seguridad la separa y la acompaña abajo, mientras el manager, en el escenario, les señala a los músicos que ya está. Que hay que terminar para seguir una noche distinta que, seguramente, en el Gran Rex tendrá otras características.
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