Danza macabra: intenso y sagaz sacrificio escénico actoral
Libro: August Strindberg / Dirección y versión libre: Analía Fedra García / Elenco: Leonor Manso, Antonio Grimau, Gustavo Pardi / Escenografía: Rodrigo González Garillo / Vestuario: Paula Molina / Iluminación: Marco Pastorino / Teatro: Regio, Córdoba 6056 / Duración: 90 minutos / Nuestra opinión: muy buena
A fines del 1800, el sueco August Strindberg escribió su Danza de la muerte, conocida como Danza macabra, en dos partes. La puesta actual refiere a la primera y tiene por protagonistas, un matrimonio y el primo de la mujer.
En Ibsen con su Casa de muñecas y en Strindberg con Señorita Julia y Danza macabra se observa la necesidad de la emancipación de la mujer, el ocupar igual lugar que el hombre y luchar contra el patriarcado. Banderas que en el sueco adquieren un dramatismo intenso, cargado de odio, ira y destrucción. A esta pieza se la llegó a representar en un ring de boxeo. Pariente de ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, de Albee, y de Escenas de la vida conyugal, de Ingmar Bergman, permite un virtual apogeo de los sexos, hay en ella una observación de cómo los afectos se transforman en decadencia y destrucción.
La versión de Analía Fedra García tiene dos lecturas. Al tratarse de un hombre con un alto cargo en el ejército, enceguecido por el poder y el sometimiento a los y las otras, e inmerso en un estado de corrupción, casado con una actriz, con hijos a los que no ven, puede observarse no sólo la desolación personal de los sexos y la pareja, también el de la vida político-social. Esto resulta interesante y más aún cuando ingresa a escena el primo de otra generación, que cae víctima de las artimañas de ese viejo matrimonio que sabe mover los hilos de la hipocresía y la traición, con el afán de satisfacer un exacerbado narcisismo.
Acá no solo se remite a una lucha de poderes, hay también un erotismo desfigurado por existencias que gozan del maltrato y la insolencia hacia los otros. De allí su título, que refiere en Strindberg a mostrar un espejo de lo que fueron sus desgraciados matrimonios. ¿Por qué repitió fórmulas? En la desdicha a veces está el mayor gozo, dicen.
Leonor Manso, Antonio Grimau y Gustavo Pardi realizan un intenso y sagaz sacrificio escénico, con esos personajes que les exigen sentimientos apocalípticos y despliegue físico. Poco los ayuda el desnivel de escalones en la escenografía. No obstante hay un demostrado virtuosismo en los tres intérpretes. La exquisita música de Gustavo García Mendy, que se mueve como un fantasma en ese universo de vanidades, subraya la intensidad de esta comedia dramática naturalista con algún rasgo expresionista.