Estrenos de teatro. Carniceros de la lírica: palabras cuidadas, evocación y un grotesco que salta del humor a consideraciones filosóficas
Una genialidad creada por Alberto Muñoz, con una brillante puesta en escena de Diego Cazabat
Autor: Alberto Muñoz. Dirección: Diego Cazabat. Intérpretes: Hugo De Bernardi, Andrea Ojeda y Manuel Longueira. Escenografía y utilería: Hernán Bermúdez. Vestuario: Julieta Fassone. Iluminación: D.H.C. Música: Alberto Muñoz. Tratamiento sonoro: Nicolás Wio. Sala: El Astrolabio Teatro, Terrero 1456. Funciones: sábados, a las 20, Duración: 60 minutos.
Telch y Albretch, una pareja de carniceros de barrio, aspiran a salir con vocación de artistas del tedio existencial de un negocio al que amenaza el surgimiento de un supermercado vecino. Ella es la letrista y él es el compositor de “La virgen de la morcilla“, el tema que ensayan durante la pausa del mediodía en la carnicería, la invocación casi religiosa con que buscarán la consagración en la convención de carniceros. Aspiran a la trascendencia. Como dice él, se trata de armarse una biografía, mitad invento, mitad verdad, en la que se va limpiando de la vida lo que les resulta de demasiado peso.
Los personajes de Carniceros de la lírica se asemejan en su expresividad a los de los populares calendarios Alpargatas, de Florencio Molina Campos, pero insertos ya en el paisaje urbano de los años 50 y 60. Se respira un aire de arrabal en transición en ese trajinar de medias reses y en la vocación por el canto con la guitarra. Pero también en la presencia de la pobreza urbana, que irrumpe corporizada por un tercer personaje, Don Hugo, un viejo anarquista marginado, que pide un poco de carne picada o algún chorizo para el gatito que cita como excusa, en un vano intento por ocultar su propia hambre.
La competencia del supermercado como final anunciado, en ese barrio del borde entre ciudad y pampa, entre tradición en caída libre y supuesta modernidad, coloca a los personajes en medio de la dicotomía entre dos tipos de civilización, o dos tipos de barbarie, como se prefiera. Entre la realidad del cuchillo y la ilusión del canto, entre la esperanza y el destino. O como dicen los personajes, entre la vida y la biografía.
Una mancha de sangre imborrable en el suelo de la carnicería da un tinte trágico al tono de comedia. Una marca angustiosa que no se puede limpiar, que adquiere significación en una vuelta de tuerca casi cinematográfica a la temporalidad del desarrollo de la acción.
Alberto Muñoz, el guionista de Magazine ForFai y Okupas, el músico que creó MIA (Músicos Independientes Asociados) con Lito y Liliana Vitale, el autor de Misa Negra, poeta con independencia de los géneros que transite, le dio al texto de palabras cuidadas y ritmo musical un poder evocativo que dentro del grotesco salta a través del humor a consideraciones filosóficas. “¿Tenés corazón“, pregunta Don Hugo, “Sí, algo queda“, contesta la carnicera...
La puesta en escena de Diego Cazabat, de la mano de las interpretaciones de Hugo De Bernardi y Andrea Ojeda como el dúo de la carnicería y Manuel Longueira como el cuasi cliente que precipita los hechos hacia una biografía inesperada, se ajusta a la perfección a la propuesta del autor. El realismo de los elementos escenográficos diseñados por Hernán Bermúdez se trastoca casi sin solución de continuidad en imágenes de delirio.
Un guiño más, de interpretación libre: los nombres de los protagonistas remiten al mítico equipo de Los Matadores, el San Lorenzo campeón de 1968. A la salida de la sala espera a los espectadores un choripán y copa de vino, con opción de empanada de verdura y limonada, que abren un espacio para repensar la obra en función de su final. Y luego salir a la calle de la sala ubicada extramuros del circuito teatral porteño, en un barrio que posiblemente aún recuerde escenarios como el de Carniceros de la lírica.
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