J. Timerman: thriller político en una encrucijada histórica
J. Timerman / Dramaturgia y dirección: Eva Halac / Elenco: Guillermo Aragonés, Leonardo Murúa, Carlos Scornik, Cristian Majolo, Mucio Manchini, Juan Pablo Galimberti y Gregorio Scala / Sala: Cultural San Martín, Sarmiento 1551 / Funciones: jueves, viernes y sábados, a las 20.30, domingos, a las 20 / Duración: 75 minutos / Nuestra opinión: muy buena
"Siempre son dos", dice el editor Jacobo Timerman al joven periodista que preocupado por contar matices, pierde de vista la lucha esencial, la que vende desde el título, la que permite al lector sentirse parte de la elite ilustrada. Siempre dos, el relato maniqueo de civilización y barbarie que atraviesa la historia y que el fundador de La Opinión, el diario sin fotos ni fútbol, buscaba plasmar. Sobre dos ejes también está construida la obra de Eva Halac, contrapuestos y paralelos, diferentes pero equivalentes, Timerman y Alejandro Agustín Lanusse, personajes que nunca se encuentran en el escenario, pero que ante la presión extrema apuestan por el diálogo antes que al caos.
La escenografía y el vestuario de Micaela Sleigh sustentan los contrastes. Un puente angosto y provisorio, cercado por vallas, cruza en diagonal el escenario. Los espectadores se ubican a ambos lados en tribunas enfrentadas desde donde pueden ver a los actores, con un vestuario realista de civiles y militares en los setenta, ir y venir de manera constante y en ambos sentidos. Transición y precariedad que nunca terminan de completarse, la inestabilidad disimulada como forma de permanencia.
La Argentina, octubre de 1971, gobierno militar, conspiraciones, guerrilla urbana y un presidente de facto que quiere legitimarse en elecciones democráticas. En el embudo de los días 8 y 9 coinciden el cumpleaños de Perón, los cuatro años del asesinato del Che en Bolivia, un par de levantamientos militares y el mediático casamiento de la hija de Lanusse con el cantante Roberto Rimoldi Fraga en la quinta de Olivos, entramado en el que el jefe de Gobierno busca negociar con el jefe del diario opositor que visibiliza la lucha armada, mesa de acuerdos a la que finalmente ambos se sentarán porque entienden que es la mejor salida a las presiones.
"Las personas civilizadas tenemos el privilegio de luchar contra la violencia", le dice el editor al redactor estrella Julián Sorel –guiño al Rojo y negro, de Stendhal–, para el único nombre de ficción de la obra que condensa hechos reales. "Contra cualquier tipo de violencia –continúa–. Para eso tenemos un diario. Para escribir. Es un privilegio. Un privilegio de pocos, que no se puede desperdiciar". Eva Halac, cuyo padre trabajó en el suplemento cultural del mítico tabloide, congela un momento histórico muy complejo, de empates hegemónicos, en el que dos personas que declaran no tener el poder, pero sí desearlo, intentan frenar el caos. Ambos tienen colaboradores cercanos que tironean para que recuerden adónde pertenecen (Sánchez de Bustamante y Abrasha Rotemberg), ambos se encuentran con personajes en los extremos ideológicos (Sorel y Félix Rodríguez, el cubano agente de la CIA responsable de la muerte del Che), ambos trabajan con el banquero David Graiver, el capital que dialoga con todos en pos de sus intereses. Ninguno de los dos, tampoco, puede imaginar la tragedia que en cinco años habría de desencadenarse.
Guillermo Aragonés –que fue el coronel Mori Koenig en la anterior obra de Halac, Café irlandés– interpreta a un Timerman despótico, pero con la brillantez y el pragmatismo como para ver más adelante que el resto; Mucio Manchini es Lanusse, un militar que duda, que no cree en castigos ejemplares y que trata de entender cómo se construye la autoridad; Leonardo Murúa es Rotenberg, el contador y mano derecha de Timerman; Carlos Scornik es el sarcástico general Bustamante, representante de su clase; Cristian Majolo es Dudi Graiver, un dandy de la manipulación; Sorel, en manos de Juan Pablo Galimberti (el 6, 7 y 9 de diciembre lo hará Ian Guinzburg), el redactor que oscila entre el pedido de un crédito hipotecario a empuñar un arma, y Gregorio Scala como el anticastrista Rodríguez, un profesional del "contraterrorismo". Las actuaciones son sobresalientes, todos palpitan contradicciones y mantienen la tensión en este thriller político que se pregunta sobre cuál es la lealtad principal, a las ideas, a los pares, a los intereses propios o a esos seres imaginarios llamados lectores.
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