Entre relatos y canciones, el dramaturgo Emiliano Dionisi da forma a un texto complejo de seguir, que abre caminos hacia la reflexión y la piedad
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La diabla o como destruir el mundo. Autor y director: Emiliano Dionisi. Intérprete: Monina Bonelli. Vestuario: Marisol Castañeda. Escenografía: Giuliano Benedetti. Iluminación: Matías Sendón. Música en escena:Gretel Cortés. Música original: Martín Rodríguez. Letra de canciones: Emiliano Dionisi y Martín Rodríguez. Sala: Teatro Cervantes: Libertad 815. Funciones: jueves a domingos, a las 18. Duración: 80 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Una conferencista se prepara para disertar en el salón dorado del Teatro Nacional Cervantes, acompañada por una pianista. Su profesión es un tanto ecléctica. Mónica Cristina María Ruiz se define como homeópata, psicóloga, especialista en terapias alternativas, clarividente, quiromántica, demonóloga y médium. Una mezcla de actividades bastante llamativas, aunque a medida que avance su conferencia el público reconocerá que lo suyo no es más que desarrollar un don que posee desde pequeña: nació con mucha sensibilidad y puede detectar algunas cualidades que poseen ciertas personas, en la mayoría de los casos gente con malignidad.
La mujer explica que creció en los márgenes y por lo tanto su lugar, siempre, es estar en el medio. Esa posición le permite ubicarse en una situación algo particular. Puede observar a un lado y al otro y sacar conclusiones acerca de la conducta de los seres humanos.

Comienza reflexionando sobre los fantasmas. Juega con citas de Lacan, Freud, Chopra y hasta el papa Francisco. Finalmente dice creer que se trata solo de un deseo. Tan especial puede ser él que hasta a veces nos hace escuchar voces que nunca quisiéramos oír.
Lo cierto es que al cabo de unos relatos, que va mezclando con canciones que no hacen más que reafirmar sus planteos, va narrando experiencias de diferentes personas que, en definitiva, resultan ser las de su familia. Una madre que le decía que era un karma y esa niña karma se fue convirtiendo en un ser capaz de ver más allá de su propia realidad. Sobre todo observar cómo la maldad se va imponiendo en el mundo y lo va destruyendo lentamente. Vivimos rodeados de entidades malignas y cómo logramos escapar de ellas, se pregunta.
Fantasmas
Estamos en un teatro, sabido es que esos edificios están plagados de fantasmas. Sobre todo en una sala que ha cumplido 104 años. Diferentes energías de actores y espectadores se han concentradas allí e, inesperadamente, Mónica Cristina María Ruiz parecería convocar a María Guerrero, fundadora de ese espacio en 1921 junto a su esposo Fernando Díaz de Mendoza. Y ella ocupa el escenario y cuenta su historia, que mezcla rechazos y aceptaciones por parte del público y crítica, hasta convertirse en la gran dama de la escena española que llega a la Argentina con su arte, pero a quien las sucesivas crisis económicas del país la llevarán a vender el teatro.

María Guerrero fallece en España pero pareciera que algo de ella queda entre nosotros. Convencida de que nada podrá derrotar su espíritu, se encarna en esta médium para terminar transformándola en una diabla dispuesta a modificarlo todo. ”Y si al final, soy La Diabla que temen, que así sea, porque alguien debe ser, la que se atreva a decir: este mundo así, ya no puede seguir. Soy La Diabla, la que viene a arrasar, la que no le teme al juicio final. Pero antes de juzgarme, pregúntense: ¿Quién construyó este infierno terrenal?”.
La nueva experiencia creada por Emiliano Dionisi posee una dramaturgia de estructura muy particular. Entre relatos y canciones da forma a un texto que por momentos resulta complejo de seguir. El espectador tendrá que ir armando como una especie de rompecabezas que comienza mostrando a un personaje naturalmente extraño. Posee una simpatía muy natural, irá generando mucha complicidad con sus interlocutores pero, a la vez, sufrirá varias transformaciones que la muestran en una dimensión sobrenatural.
Si muchas veces el discurso es potente y conmovedor, en otros resulta irrelevante y sin sentido, pero al final todo se articulará de tal manera que personaje, pianista y esa mirada del mundo tan catastrófica culminarán intentando abrir un camino hacia un lugar muy reflexivo y también piadoso.
Monina Bonelli construye a esa médium con mucha sensibilidad. Su cuerpo y su voz se van adaptando con extrema seguridad a una vorágine de momentos muy diferentes donde debe mostrarse desde extremadamente agradable hasta altamente maléfica y cruel. Puede pasar de una pequeña acción dramática a completar el discurso con la canción más inesperada. Encuentra en la pianista Gretel Cortés a la acompañante adecuada para desarrollar esta aventura, por momentos muy alocada.
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