"La malasangre" no es lo que era antes
"La malasangre" , de Griselda Gambaro. Elenco: Lorenzo Quinteros, Joaquín Furriel, Carolina Fal, Catalina Speroni, Luis Ziembrowski y Leonardo Saggese. Escenografía: Graciela Galán. Vestuario: Renata Schussheim. Luces: Jorge Pastorino. Música: Carmen Baliero. Teatro Regina.
Nuestra opinión: bueno
La época, cabe suponer que es pleno romanticismo, 1840 o 50. El lugar, indeterminado, pero bien podría tratarse de Buenos Aires. El hombre maduro, de talante altanero, que de pie frente a una ventana de su caserón lujoso mira cómo la lluvia, afuera, empapa a los aspirantes a preceptores de su hija, y se complace en esa visión de humillados y ofendidos, podría ser Juan Manuel de Rosas. Gambaro no lo dice, pero lo hace entrever.
En torno de las historias verídicas (recordemos los famosos "Siete platos de arroz con leche", evocados por Lucio Mansilla, sobrino carnal de Rosas) y los chismes de la época sobre la vida íntima en la residencia de San Benito de Palermo, se teje la intriga de esta pieza estrenada en 1982, año clave en la historia argentina (Guerra de Malvinas, comienzo del fin de la dictadura militar). El tema de fondo es el predilecto de la autora: el enfrentamiento entre el amor y el poder.
El maestro elegido por el tirano para refinar a su hija Dolores, díscola y malcriada, es un jorobado, en la creencia de que el defecto físico impedirá enamoramientos inoportunos (los hubo en el pasado, con final trágico para los pretendientes). Pero el amor lucha por imponerse y todo el peso del poder se desplomará sobre los transgresores. Con esa mezcla tan diestramente dosificada de ternura y crueldad, característica de Gambaro que la aproxima -aunque en clave muy distinta- a Chejov, la trama se desliza en forma de breves cuadros que narran las etapas del idilio y subrayan la atmósfera de terror, adulación servil y perversión absoluta que rodean al dictador y lo afianzan en su omnipotencia.
Comparaciones
Esta versión actual, dirigida, como aquella del 82, por Laura Yusem, no alcanza a transmitir toda la densidad, la pesada atmósfera de la tragedia. Aunque en el final abundan los gritos y las contorsiones, hay una palpable distancia entre la propuesta textual y su traslado al escenario. No es simpático hacer una escala comparativa, pero los más cercanos a la carnadura concreta, palpable, de sus personajes - el jorobado y el criado amenazante - son Joaquín Furriel y Luis Ziembrowski. Los demás, aportan oficio. El aspecto visual -escenografía, luces, ropa- está muy cuidado.
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