La mentira también puede tener patas largas
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La persuasión , de Erika Halvorsen. Dirección: Luciano Cáceres. Intérpretes: Susana Cart, Cristina Fridman, Ignacio Rodríguez de Anca. Asistencia de video: Verónica Mc Loughlin. Música original: Gregorio Vatenberg. Vestuario: Sofía Di Nunzio. Iluminación y escenografía: Gonzalo Córdova. Asistencia de dirección: Marcelo Méndez. Teatro Nacional Cervantes. Los viernes y sábados, a las 19; los domingos, a las 18.30. Duración: 70 minutos.
Nuestra opinión: regular
Agradar, convencer, inducir a alguien a hacer algo o a creer en algo. La persuasión como instrumento, en este caso, de distracción. Frente a una primera y rápida mirada, la historia que plantea esta obra de Erika Halvorsen es tan absurda que podría estar en las antípodas de lo posible, pero, a poco de andar, se presenta tremendamente real, factible y cercana.
Una mujer (Susana Cart) denuncia que una cédula de Al-Qaeda ha secuestrado a su marido. No hay un solo dato que pueda justificar semejante aseveración, pero ella -junto con un ajustado asesor de imagen, interpretado con sobrada holgura por Ignacio Rodríguez de Anca- logra convencer primero a su propia hermana (Cristina Fridman) y luego a todo un país del inminente peligro que representa el terrorismo extranjero.
Como si fueran dos historias paralelas, o la explicación y la ejemplificación de la teoría de la persuasión, el asesor/narrador va tirando pautas de comportamiento que el sujeto persuasor debe poner en práctica para el que sujeto a persuadir, sucumba... y sucumbe. En esa ciudad donde ella vive (tan parecida a la nuestra), ya nadie duda de que esta mujer fue víctima de Al-Qaeda y que la fortaleza puesta de manifiesto frente a la desgracia la convierte en la mejor opción para ocupar el sillón presidencial.
Hasta aquí llega esta historia que mecha el humor con la teoría y, de a poco, va introduciendo el drama y la tragedia, siempre para ejemplificar el tremendo poder de los medios, de las mentiras bien armadas y sostenidas. La idea no sólo es interesante, sino que se presenta tremendamente oportuna, pero hay algo en la puesta que la vuelve no sólo un poco lenta a la narración, sino que también hace que se perciba fría y distante. Quizás el uso (bien ejecutado, por cierto) de las cámaras, las pantallas y los dispositivos técnicos, en su afán de utilizarlo para graficar el fenómeno, lleve a la saturación.
Por suerte, están los actores a quienes es un placer (cuando sucede) ver en carne y hueso. Sólo ahí resulta el humor, la ironía, y la tragedia.




