Los ecos y resonancias actuales de En casa/En Kabul, la obra Tony Kushner
Como en una historia circular, el texto que tuvo su versión local en el San Martín con Elena Tasisto, Laura Novoa y Alberto Segado expone interrogantes de suma actualidad
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En 2004, se estrenó en la sala Casacuberta del Teatro San Martín En casa/En Kabul, texto del prestigioso dramaturgo y escritor Tony Kushner, el mismo autor de Ángeles en América, la obra que muchos especialistas consideraron la más importante del fin de siglo pasado . Por ese texto, el autor y guionista norteamericano fue galardonada con los Tony y Pulitzer. Ese icónico texto que duraba 7 horas de duración dividida en dos partes (“El milenio se acerca” y “Perestroika”) tuvo su versión porteña en 1996 bajo la dirección de Alejandra Boero y Julio Baccaro.
Luego de esa puesta llegó la versión de En casa/En Kabul, obra que se había estrenado en Londres. La segunda versión fue finalizada por Kushner en 2001, antes del atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de ese año; y estrenada en Nueva York en diciembre. La trama transcurre en Londres y Kabul, ”justo antes y justo después del bombardeo norteamericano sobre los supuestos campos de entrenamiento terrorista en Khost, Afganistán, en agosto de 1998″, apunta el texto preliminar. En agosto de este año, los talibanes tomaron el poder en Afganistán dos semanas antes de que los Estados Unidos completara su retiro de tropas después de una costosa guerra de dos décadas que tuvo su pico máximo de tensión aquel 11 de septiembre de 2001.
La puesta en el San Martín contó con la dirección de Carlos Gandolfo y las actuaciones de Elena Tasisto, Laura Novoa, Alberto Segado, Marta Lubos, Ricardo Merkin, Sergio Oviedo, Horacio Peña, Pablo Razuk, Claudio Tolcachir y Norberto Trujillo. Comienza con un extenso monólogo de una mujer inglesa, papel que estuvo a cargo de la gran Elena Tasisto. Durante una hora, sentada casi sin moverse, esa “charlatana incorregible” , como se autodefinía, contaba su pasión por los libros inútiles, el misterio que le despertaba una ciudad lejana o la huella que dejó en su memoria ver a un hombre con tres dedos mutilados. De ese personaje ya no se sabrás nada, nunca más volverá a pisar el escenario.
La incógnita por conocer su paradero será el motor del otro viaje que despliega sus formas en la segunda parte de la obra. Como el último dato que se tiene de esta dama inglesa es que se trasladó a Kabul, justo antes de que los norteamericanos bombardeen campos de entrenamiento en Kohst, Afganistán, en 1998; hasta allí se dirigen su marido Milton (Alberto Segado) y su hija Priscilla (Laura Novoa). Ya en Oriente, la obra se transforma en una travesía sobre un campo minado en lo político como en lo personal de cada uno de los personajes rotos, como la misma Kabul. A medida que avanza la trama, los personajes femeninos son los que toman las riendas de la acción: la señora inglesa, su hija Priscilla y Mahala (Marta Lubos), bibliotecaria afgana. “Hay algo de lo humano más noble que se preserva en ellas. No es que la pieza lo plantee taxativamente, pero es como si hubiese una reserva en las mujeres. Creo que todo lo que tiene que ver con la codicia, la ambición, el dominio del otro están encarnados, si hablamos de género, en el hombre”, afirmaba Segado a Página 12 como si se estuviera anticipando el tiempo actual en una de las tantas capas proféticas del texto.
En un momento de la búsqueda en territorio afgano, el marido se encuentra con Quango, un inglés que trabaja en una ONG que interpretó Claudio Tolcachir. “Acá muere uno de cada 6 recién nacidos Más o menos, la mitad de los sobrevivientes mueren antes de cumplir cinco años. Y el 35 por ciento de esos sobrevivientes resistentes está terriblemente desnutridos, me refiero a pequeños esqueletos con el vientre hinchado, muriéndose lentamente de hambre. En la clasificación del Índice Humano este lugar está en el puesto 169 de 174 países. En realidad, no es un Estado, es un desastre habitado. El único motivo por el que no es considerado el peor para las mujeres es porque los afganos no practican la mutación genital”, decía Quango.
Cuando En casa/En Kabul se estrenó en Nueva York, con la población sensibilizada por los atentados y por el manejo que la administración del expresidente George W. Bush hijo hizo del tema, la pieza dividió aguas y levantó todo tipo de reacciones. El dramaturgo, hasta ese momento, casi un intocable, fue criticado por un sector de la prensa. De hecho, el diario The Wall Street Journal consideró que la pieza era una “peligrosa propaganda de los talibanes”. Kushner reconoció que cuando vio la versión neoyorquina de su texto lo primero que se le cruzó por la mente fue recordar el primer bombardeo de su país a Afganistán, en 1998.
“Kushner marca que es tan terrible el terror que se ejerce desde Occidente sobre Medio Oriente como el terror del fundamentalismo islámico de los talibanes, que tampoco reivindica. Para nosotros, como argentinos, todo eso puede sonar como algo ajeno, pero no lo es. La obra está plagada de resonancias que están más allá de lo geográfico. Lo que está pasando en Afganistán, «nos» está pasando. Buenos Aires también es Kabul. Nuestra realidad es una realidad también de devastación. Si eso llega como signo desde el escenario, no lo sé. Lo que sí sé es que, de algún modo, es el mismo tipo de interrogante que se planteó cuando estábamos haciendo Copenhague en plena época de los cacerolazos”, sostenía Alberto Segado en un reportaje publicado en LA NACION, días antes del estreno.
La última escena de En casa/En Kabul transcurre, nuevamente, en Londres, en 1999. En otro cuarto de un hotel, se encuentran Priscilla con Mahala. La afgana se pregunta: “¿Acaso Afganistán, sin los talibanes, se vuelva a hundir en una guerra civil interminable, con misiles entregados por Occidente? En Afganistán las opciones son frecuentemente limitadas”.
Kushner hizo más de 17 versiones de ese texto. Una vez terminado, no quiso reactualizarlo. Al tiempo del estreno porteño, el dramaturgo dio una nota telefónica con LA NACION. Hacías unos pocos días, había sucedido un atentado en Rusia. Kushner decía en aquella oportunidad: “Una de las cosas que debo reconocer es que es una pieza compleja, que ni sé si yo todavía la entiendo en su totalidad; pero una de las cosas que sí quise explorar (...) es la consecuencia de permitir una situación horrible en una parte del mundo que es fácil de ignorar y, entonces, seguir adelante como si nada. Así es que el resto del mundo no investiga y no intenta rectificar esa situación terrible. Por un lado, cada uno debe repudiar lo que esa gente ha hecho con esos chicos en la escuela, pero, por otro lado, no es suficiente repudiar el acto o decir que la gente que hizo eso tiene que ser castigada. Debemos preguntarnos por qué algo así sucedió”.
Durante el proceso de escritura de la obra Tony Kushner intentó visitar Kabul, pero no consiguió la visa y se quedó con el pasaje de avión en la mano sin poder llegar a ese mismo aeropuerto en donde miles de afganos intentan subirse a un avión para salir de allí. A 20 años del atentado a las Torres Gemelas, Afganistán volvió a estar en manos de los talibanes. Los mismos que, según afirma Khwala, un poeta afgano en la trama de En casa/En Kabul, prohibieron la actuación ya que “toda representación es una desviación”.
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