
Un deslumbrante trabajo actoral
Matteo Belli acierta con un acercamiento minimalista al universo de Dante y su insondable mundo interior
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Hora X: infierno de Dante de y por Matteo Belli. Textos poéticos: Dante Alighieri. Diálogos: Matteo Belli. Escenografía, luces y sonido: Luigi Sermann. Realización de máscara y títeres: Roberta Antinori. Manager: Mauricio Sangirardi. Producción: Teatro Nacional Cervantes y Asociazione Ca Rossa/Centro Teatrale per l Oralitá. Presentada por el Instituto Italiano di Cultura en el Teatro Nacional Cervantes. Estrenada el jueves 13 de marzo. Ultima función: hoy, a las 21.30. Duración: 110 minutos. En italiano, con subtítulos en español.
Nuestra opinión: excelente
Un pupitre, apenas, mínima utilería, dos o tres máscaras. Con esto, un sobrio juego de luces y un inmenso talento, Matteo Belli (frecuente visitante de ciudades pequeñas del interior argentino) aborda la recreación escénica del Infierno de Dante , nada menos. Tentación experimentada a través de los siglos por grandes actores y directores de teatro, italianos (por supuesto) y de otras nacionalidades; por pintores y dibujantes de todo tiempo y lugar -desde Botticelli hasta Dalí, desde Delacroix y Gustavo Doré hasta el argentino Carlos Alonso-; por músicos, novelistas, gente de cine (hubo un pintoresco Infierno del Dante perpetrado por Hollywood a fines de la década del 30) y de televisión (una espléndida serie, diez años atrás, con Gassmann). Los resultados escénicos han incurrido, casi siempre, en la grandilocuencia. Belli prefiere el minimalismo, y acierta.
¡Y cómo! Parte de una situación que todos hemos vivido: en una escuela secundaria italiana, un alumno es llamado al frente por el profesor (implacable y, a la vez, indiferente) para explicar qué clase de animal es la lorza a la que Dante se refiere en el verso 32 del primer Canto del Infierno. Los eruditos discuten si, dado que su piel es manchada, se trata de un lince o un leopardo. El muchachito (Belli es aquí, simultáneamente, alumno, profesor y poeta insigne), perdido en la compleja simbología dantesca y por completo ignorante del tema, recurre a su desparpajo y su imaginación. Precisamente, las herramientas de que las Belli, dramaturgo e intérprete, se vale para abordar el inmenso edificio verbal erigido en el siglo XIV por el escritor florentino, el primero en utilizar con fines literarios la lengua toscana, el idioma italiano casi tal cual lo conocemos hoy, independizándolo del latín de los letrados y los pedantes de su tiempo.
La Commedia (así denominada por su autor, porque tiene un final feliz) es un viaje que transcurre simultáneamente en un espacio físico imaginario (Infierno, Purgatorio y Paraíso de la teología cristiana) y en un espacio psíquico real, aunque intangible: el insondable mundo interior de cada ser humano, allí donde se exige la diaria elección entre la conciencia y la conveniencia. Belli, actor prodigioso, transformándose alternativamente en Dante, en su guía espectral, Virgilio, y en los más variados personajes, propone ese viaje en clave de humor, sin dejar de ponerse serio (y muy serio) cuando la situación lo requiere. Así, mientras docentes de variada catadura abruman a los alumnos con el desdén y el desplante, y sus víctimas recurren a cuanta travesura se les ocurre para resistir y disfrazar sus propias carencias, va desplegándose ante el espectador -entre atónito y fascinado (ni se notan las casi dos horas de duración)- el panorama deslumbrante de esta Summa de la sensibilidad, los conocimientos, las costumbres, las alturas y los abismos de la sociedad medieval, que es aquí espejo de toda comunidad humana. Belli aborda los tramos más conocidos del vasto, infinito poema, desde el contacto inicial con los amantes lujuriosos, arrastrados por el torbellino infernal "como las hojas secas por el viento de otoño" -Paolo y Francesca, que provocan la piedad y el desmayo del poeta-, hasta el horror innombrable del conde Ugolino, cifrado en la admirable concisión del verso: "Más que el dolor, pudo el ayuno". Aquí están, entre otros muchos momentos inolvidables, la melancólica narración de Ulises, en el canto XXVI, y el enigma de la invocación satánica, que tanto preocupaba a Borges, estudioso sin pausa del texto dantesco.
Con su versatilidad vocal y corporal (un verdadero calidoscopio de matices y actitudes), Belli anima incansablemente un cuadro tras otro, dotándolos de fluidez y de una gracia que no prescinde de anotar la naturalidad con que Dante utiliza datos de la vida cotidiana (cómo se fabrican góndolas en Venecia, por ejemplo), o aborda con sentido de la comicidad hasta procesos fisiológicos comunes, cuando un diablo deja escapar una ventosidad que provoca la risa de sus colegas. El poeta deja de ser así tan sólo en el desterrado y resentido aprendiz de político, de ceño fruncido y labios apretados, que consigna a sus adversarios al Infierno y a sus correligionarios al Purgatorio, y se convierte en el fascinante narrador de una aventura única, acaso la mayor en la literatura universal, junto a la de Quijote y Sancho, y las criaturas de Shakespeare.
Una colosal ovación, muy merecida por cierto, saludó en la noche del estreno a este espectáculo tan original y tan entretenido. Tal vez, algún espectador entusiasmado se resuelva a leer, de una vez por todas y con el recuerdo de la recreación de Belli, el texto inmortal: sería la consecuencia feliz de este noble emprendimiento.




