
Un viaje onírico algo confuso
Por Ruth Mehl
1 minuto de lectura'
"El pájaro azul", de Mauricio Maeterlink. Versión y texto de canciones: Marisé Monteiro. Escenografía: Daniel Feijóo. Coreografía: Ana Padilla y Jimena Olivari. Vestuario: Cristina Pineda. Banda de sonido original: Martín Bianchedi. Iluminación: Roberto Traferri y Miguel Cuartas. Intérpretes: Valeria Britos, Diego Topa, Alicia Muxo, Flora Bloise, Mónica Buscaglia, Pablo Toyo, Erika de Sautu Riestra, Juan Bautista Carrera, Magalí Sánchez, Rodrigo Monti, Rodrigo Pedreira, Diego Castro y Micaela Méndez . Puesta en escena y dirección general: Ana Padilla. En el Metropolitan I, Corrientes 1343, sábados y domingos, a las 15.
A nadie se le escapa que el texto del belga Mauricio Maeterlink presenta muchas dificultades narrativas pese a al atractivo de su planteo argumental: un sueño de dos niños que imaginan en un viaje fantástico en busca del secreto de la felicidad.
Muchos ingredientes convocan como propuesta a la ingenuidad y la fantasía: elementos cotidianos que se personalizan, lugares mágicos y fabulosos, aventuras, seres fantásticos favorables y antagónicos, enigmas por resolver.
Myltyl y Tyltyl son hijos de un leñador y parten de su cabaña acompañados por un curioso grupo de personajes y con ellos atraviesan el bosque, el palacio de la noche, el país de los recuerdos, en una azarosa búsqueda. Cada vez que creen haber encontrado el pájaro azul, su aventura se complica y deben reanudar la empresa. Finalmente, se encuentran nuevamente en casa, descubren que todo fue un sueño y que el pájaro azul siempre estuvo con ellos en la cabaña. El secreto está precisamente en valorar lo propio, y "saber ver más allá de lo cotidiano, saber que no todo es lo que parece".
Los niños manifiestan haber aprendido muchas lecciones y hay fiesta general mientras se enuncian las moralejas.
Complicado
Pese a que se le busca un tono simpático y juguetón, "El pájaro azul" no logra levantar vuelo. Parece atrapado en los pesados enunciados de un texto que explica, aconseja, revela, y vuelve a explicar cuando se enreda en sus contradicciones.
En este sentido tal vez hubiera sido recomendable liberarlo del peso de los confusos mensajes originales, para que se moviera con mayor agilidad, ya que hay consignas que reciben los niños protagonistas de parte del hada que se oponen entre sí, hay compañeros de ruta cuyo rol en la aventura es ambivalente.
Si bien Tyltyl y Myltyl han emprendido una búsqueda generosa para aliviar la tristeza de una vecinita, según la gata, los árboles, la noche y otros personajes, son enemigos porque son seres humanos y depredadores de la naturaleza (o lo serán). Su vida como humildes hijos de leñadores se muestra con una sencillez y autenticidad romántica (y se destaca el valor del pan, del agua, de la leche), y a la vez los padres son los terribles enemigos del bosque y los árboles intentan castigar a los niños por ello. Se afirma que si llegan a tener acceso a los secretos de la naturaleza podrán soltar plagas (todos temas fuertes que se merecen una atención más concentrada).
En medio de este confuso juego de valores en oposición, los personajes tienen poco que hacer.
Resulta difícil ver a los jóvenes actores Valeria Britos y Diego Topa ataviados sin gracia, como dos niños pequeños. Ni lo son ni lo representan. Su ingenuidad es muy poco convincente, de modo que solamente se puede seguir el relato no por sus actuaciones, sino por sus parlamentos.
Tampoco cuentan con la alternativa de ofrecer algunos buenos números coreográficos, o canciones atractivas. Por el contrario, todo se ve lento, esforzado, penoso. Hay algunas caracterizaciones interesantes, como la del fuego, el agua, el azúcar. Pero curiosamente, esos personajes casi no intervienen en la historia, ni se les adjudicó espacio musical y coreográfico para que hagan otro tipo de aporte.



