Valeria y los pájaros: la memoria como eje de una necesaria propuesta que se rebela contra el olvido y las ausencias
El director Alejandro Giles nuevamente escoge un texto del español José Sanchis Sinisterra con resonancias políticas y planteos filosóficos en torno a la existencia
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Valeria y los pájaros. Dramaturgia: José Sanchis Sinisterra. Dirección: Alejandro Giles. Intérprete: Pepa Luna. Voces en off: Carlos Romero Franco, Claribel Medina, Fernando Gonet, Marcos Montes, Miguel Jordán, Ana María Castel, Emma Rivera, Livian Fernan y Roberto Vallejos. Música: Brian Arévalo. Diseño estético integral: Alejandro Giles. Sala: Border (Godoy Cruz 1838). Funciones: los sábados, a las 19.30. Duración: 80 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
“Sé lo que quiero, por eso soy feliz”, sostiene Valeria, el personaje sobre el que se estructura el relato de esta pieza que va en busca del sentido de la existencia en concordancia con la muerte, inevitable y dolorosa, natural o forzada.
El personaje, rodeada de voces y recuerdos que la sobrevuelan, ha encontrado una fórmula propia para poder maridar su vínculo con esos seres que partieron. Valeria se construyó un ecosistema propio en el que la memoria es el mecanismo para recuperarlos, al menos desde lo no tangible y lo onírico, pero que le permite mantenerlos cerca en su singular cotidianeidad.
Los pájaros forman parte de esa ritualidad, de ese mundo donde tanto la finitud como la trascendencia y la eternidad comulgan entre sí.
Indudablemente, la pluma de José Sánchis Sinisterra, español -oriundo de Valencia- multiplica los significados y significantes de la cada palabra, donde lo semántico va imbuido de resonancias políticas, religiosas y filosóficas. Las ausencias de Valeria son las de tantos en un mundo diezmado por poderosos y opresores.
Pepa Luna, actriz y cantante española -de procedencia andaluza- radicada en nuestro país desde hace tiempo, es la intérprete que le da vida a esta mujer -traductora del esperanto- desolada y frágil, de rica vida interior y búsqueda incansable de la felicidad, esa que es entendida como lo armónico.
Luna maneja con naturalidad el desafío de ese personaje que dialoga atronadoramente con todos sus seres partidos y con los pájaros, lo hace con sensibilidad tal que el espectador hasta puede percibir a esos espectros sobrevolando el lugar. Las voces en off son un recurso eficaz en torno a la materialización de esas ausencias presentes.
Una vez más Alejandro Giles, agudo director y puestista, se mete con un texto de Sanchis Sinisterra. Giles -que también suele ofrecer sus montajes en España- ya ha trabajado sobre Ay, Carmela y Olga, Masha, Irina: variaciones sobre Chejov, textos referenciales del dramaturgo e investigador español.
El imaginario Sanchis Sinisterra dialoga muy bien con los deseos escénicos de Giles, quien, una vez más, sembró la escena de guiños minúsculos para acompañar el desarrollo del texto. Como siempre, su escena es poética y de esa lírica se desprende una ideología necesaria en torno a la vida. Y si el espacio está dotado de sensibilidad, la construcción de Valeria que a la que fue arribando desde la marcación actoral convierte al personaje en una criatura querible con la que se puede compartir dolor y esperanza.
Se trata de rebelarse, de no conformarse con la muerte ni con sus victimarios. Y de plantarse ante un mundo hostil que atenta contra toda felicidad. Valeria tiene el tesón para no congraciarse con el olvido y construir su cotidiano luminoso, a pesar de todo. En ella, la muerte cercana es pulsión de vida y una manera de insurgencia. Un material que disfruta el espectador sensible.
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