
Verdad, juego y rocanrol
JUEGOS DE FÁBRICA
Libro y dirección general: Nicolás Manasseri. Música: Iván Mazzieri e Ignacio Arigos. Letras y dirección musical: I. Mazzieri. Intérpretes: Renzo Morelli, Fernanda Provenzano, Nacho Medina, Belén Ucar, Martina Zapico, Lu Fernández Méndez y Maru Villamonte. Músicos: Iván Mazzieri, Ignacio Arigos y Alejandro Roig. Coreografía y vestuario: F. Provenzano. Dirección de arte: Lu Rojo y F. Provenzano. Luces: Christian Graciano. Asistente: Santiago Muñoz. Funciones: jueves, a las 21. 45. Sala: El Método Kairos, El Salvador 4530. Duración: 70 minutos.
Nuestra opinión: Muy buena
Ya no hay ninguna duda. El germen del nuevo musical está en el teatro alternativo. Crece sin parar, a un paso lógico, madurando, trabajando cada propuesta durante el tiempo que sea necesario, sin apuros, con elaboración. Sería injusto hacer una enumeración de las obras que fueron emergentes durante estos últimos cinco años porque quedarían algunos títulos fuera del inventario por falta de espacio, pero con total certeza, Juegos de fábrica integra esa lista.
Lejos del cuentito tradicional, con principio, nudo y desenlace, lejos de todas las reglas que pudiera suponerse que tiene el género, la idea de Juegos de fábrica abreva en el propósito, el concepto, la entrelínea. La acción está situada en Buenos Aires, a principios del siglo XX, en plena inmigración, en una fábrica abandonada. Allí cae Fausto, un tanito adolescente recién llegado al país con su familia. Escapa de una educación y unas normas que le son ajenas, que antes de integrarlo prueban expulsarlo. Pero de pronto se topa con un grupo de preadolescentes que pasan buena parte de su tiempo en ese lugar, compartiendo juegos, actividades varias y también changuitas. Hay un líder despótico, ante el cual todos ceden. Pero ese ámbito de hierros, tablas y vidrios rotos es mucho más que un refugio. Es el ámbito en el que múltiples capas de lectura tendrán lugar a partir de las acciones de estas criaturas desesperadas, desesperanzadas, tan salvajes como indefensas a la vez. Unos lascivos o concupiscentes, otros sobrevivientes sueltos, pero no libres. "Aguantaré hasta no dar más", dirán en una de sus letras. Todos los estratos de una sociedad están en ese grupo humano. Todas las conductas, haciendo equilibrio en los bordes. "La vida es como jugar a las bolitas, pero sin que te lo pregunten", dirá Segundo, uno de los personajes más atractivos, quien comparará a la humanidad con los diferentes tipos de bolitas.
Nicolás Manasseri es un dramaturgo hábil que no brinda una propuesta servida en bandeja, hace trabajar el intelecto del espectador, con rulos psicosociales muy inteligentes, exquisitos. Cada diálogo, cada significante, cada canción que continúa ese texto hablado tienen valor único, donde nada sobra. Del mismo modo, aplica su mirada en la dirección, con un concienzudo trabajo en el delineado de cada criatura; además de poseer un concepto escénico que elude los formalismos y apuesta a una ruptura permanente. En este trabajo se nutre de un elenco de jóvenes intérpretes que conmueven con su talento y potencia. Hay una fuerza escénica que trasciende, pero es medida, sin sobreactuaciones, sin caricaturas, sin mentira. Verdad pura. Renzo Morelli realiza aquí uno de sus mejores trabajos, con firmeza y seguridad; en la misma sintonía Nacho Medina, cuyo crecimiento interpretativo es enorme, en el difícil rol de un cocoliche. En papeles masculinos, Fernanda Provenzano encarna a su André con convicción y energía; mientras que Belén Ucar y Martina Zapico son excelentes en la composición de dos seres adorables, esos chicos humildes, que deben trabajar porque el destino no les ofreció otra cosa y zigzaguean entre ese mundo de juegos y perversiones. Hay que prestar especial atención en esas dos actrices. Muy exactas, sensibles y de espléndidas voces, Lu Fernández Méndez y Maru Villamonte.
La música de Iván Mazzieri (también autor de las letras) e Ignacio Arigos, interpretada en vivo por una banda de rock, varía su partitura sofisticada entre ese ritmo, el punk y el metal, con tanto poder dramático como el texto. A su vez, es destacable el trabajo coreográfico de Fernanda Provenzano.




