Las profesexs divierten a los chicos
Viendo anteanoche, en el Luna Park, a muchísimos chicos saltar y vibrar sin decaer por más de dos horas, al ritmo de Los Pericos, perfectamente ensamblados con adolescentes y adultos, y analizando el ranking de hits musicales y los ratings de los programas de TV más vistos -donde cada vez hay más coincidencias entre lo que miran los menores y los mayores-, se llega rápido a la conclusión de que el género de programas infantiles, por fuerza mayor, ha dejado de ser, hace rato, lo que era.
Han cambiado tanto las épocas, las costumbres y los medios a disposición que el rubro viene sufriendo fuertes convulsiones, aun en pleno desarrollo. El espacio que supo tener entre los 60 y fines de los 80 -piso con juegos elementales, acuse de recibo de los dibujitos enviados por los pequeños televidentes y presentación de cartoons enlatados, con uno o más conductores a cargo- declinó por completo en los 90 por acción de la llegada de las señales específicas de cable que alimentan esa necesidad, sin interrupción, 24 horas al día y por la potente irrupción de Internet y de los videojuegos.
Sin embargo, supo convivir, en buena parte de esa década tan especial para los argentinos, con dos modelos de fuertes reinados femeninos en la materia que concitaron muchísima atención, y en su momento generaron más que buenos dividendos: Flavia Palmiero, primero, y Xuxa (actriz porno, en un principio), después. Más allá de su voluntad, o premeditadamente, ambas incluían, casi de manera subliminal, pizcas de sensualidad. Obviamente generaron descendencia, pero nada demasiado memorable (con excepción de Reina Reech, que actualmente retomó ese camino con el reality preadolescente "Generación pop") y la tendencia se apagó... hasta ahora.
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Al heterogéneo -en el sentido cultural y corporal de la palabra- mundo de las vedettes, secretarias televisivas y modelos exuberantes, la calle, con su insuperable ingenio popular y poder de síntesis, las califica de una única y contundente manera que hace inútil todo tipo de explicación: "potras", que vino a reemplazar, cambiándole cierto sentido peyorativo y poco cordial, al vocablo de donde deviene ("yeguas"). Incluso algunas de las agraciadas, así denominadas, llevan muy justificadamente el actual mote con indisimulable y simpático orgullo.
Entre tantos enigmas irresueltos que nos ofrece esta Argentina del inicial siglo XXI se encuentra, precisamente, el imprevisto oleaje de "potras" sobre los programas infantiles que se derrama en estos precisos momentos sobre la TV argentina: Laura Franco, la desenfadada y bien provista ladera de Gerardo Sofovich en los últimos años, conduce "Yo soy Panam", nada menos que de lunes a lunes por Canal 9; la atractiva Cecilia Carrizo, por la misma emisora, pero sólo los fines de semana, anima "El arca de Caramelito"; Jimena Cyrulnik (por sus más pequeñas dimensiones, en este caso, podríamos hablar, respetuosamente, de "potranca") está al frente de "La banda de cantaniño", sólo los sábados y domingos por Telefé. Y se habla con seriedad de que empujan proyectos similares para el público menudo las indescriptibles y encandilantes Julieta Prandi, Luciana Salazar y Nicole Newman. Como se puede deducir fácilmente, todo un "stud" completo, y de primera línea, de bellísimos ejemplares listos en gateras y bien dispuestos a cabalgar -como ellas sólo saben hacerlo- en cuanto suene la campana de largada.
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Evidentemente feneció el modelo de "conductoras/mamá" que supimos consumir quienes fuimos chicos en los 60 y 70: la "señorita Cristina" que hacía "Jardilín" por Canal 13, tanto como Canela en ese mismo canal con "La hora de los pibes" y, después en el 7, con "La luna de Canela". Y ni qué hablar de las sucesivas Jacintas Pichimahuidas, no menos lindas y jóvenes que las nombradas anteriormente, pero sí mucho más maternales: Evangelina Salazar, Silvia Mores, María de los Angeles Medrano. Y las que no daban como mamás, al menos parecían hermanas mayores, como Julieta Magaña, Gachi Ferrari y Mónica Jouvet o, en los 90, María Eugenia Molinari o, ahora mismo, Marina Borensztein y Mariana Fabbiani. Cero sexo.
Tan sexo cero que cuando la panza de Canela empezó a crecer -por efecto del embarazo de su primera hija- recibió críticas por tan "procaz exhibición". El típico extremismo argentino: antes pacatos; ahora supereróticos. Nunca un término medio.
Podrá alegarse, con razón, que por aquella época ni las mamás ni las hermanas mayores tenían personal trainers, ni se lipoaspiraban ni se cargaban de siliconas los labios y los pechos ni, mucho menos, intentaban salir con hombres veinte años menores que ellas. Y que, por carácter transitivo entonces, las conductoras actuales son como las mamás de hoy. ¿Lo son?
En el mejor de los casos esta nueva generación de estrellas pretende el papel de "amigas/amiguitas" de los chicos (y, por qué no, en vez de hermanas mayores, asumir el papel de "primas" que no sólo ratoneen a los nenes sino a sus propios padres). La hipótesis, claro, conduce directamente al diván.
"De algún modo -explica a LA NACION el médico psicoanalista José Eduardo Abadi- tiene que ver con la transexualización mediática. No hay más programas donde el tema sexual quede circunscripto a espacios adultos. La sexualización que tiene lugar en todos los ámbitos no remite más al ámbito contenedor materno. Lo provocativo y lo insinuante, en lugar de lo afectivo no excitatorio, es otro nivel de acercamiento al cuerpo y a lo lúdico, aquello donde puede depositarse la fantasía. Hay una precocidad en las manifestaciones sexuales que en la medida en que los chicos no pueden descargar, generan en ellos una retención de energía que es displacentera y ansiógena. Pero, como siempre, dependerá del contexto familiar, que si puede tramitar esos efectos en palabras, logrará reducir o neutralizar ese malestar."
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Adriana Brodsky y Amalia "Yuyito" González tuvieron en distintas épocas sus programas infantiles como otras tantas chicas de similar calibre. Después de todo, la razón siempre termina imponiendo su lógica aunque deba abrirse paso por los caminos más inesperados: por más plumas, glúteos, piernas y escotes que muestren, el instinto maternal, tarde o temprano, las conducirá, como sea, hacia los chicos. Que esta renovada manía sea, por lo menos, un nuevo motivo para que los papás, codo a codo con nuestros hijos, admiremos juntos las curvas insinuantes de la siempre pródiga y sabia madre naturaleza.
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