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El trigesimo quinto disco de Bob Dylan empieza con el silbato de un tren que le explota en la mente. Ve un roble al que le gustaba treparse y se imagina a una mujer sonriendo a través de una cerca. Escucha la voz de "la madre de nuestro Señor", y el silbido sigue sonando, "como si el cielo fuera a estallar". Es sorprendente, como lo insinúa "Duquesne Whistle", cuánto puede expresar un simple sonido.
Esta idea define la carrera de Dylan, y especialmente su producción de la última década: música construida sobre la base de formas tradicionales e inspirada en temas eternos (el amor, las dificultades, la muerte). Con su groove jazzero, pre-rockero, "Duquesne Whistle" podría estar en cualquiera de sus últimos tres discos: Love and Theft , de 2001; Modern Times, de 2006; o Together Through Life, de 2009. Pero después termina la canción, Dylan se sube al tren y pronto comienza uno de los discos más extraños de su carrera. Tempest es musicalmente variado y lleno de vericuetos. También podría tratarse del disco más oscuro del extenso catálogo que Dylan construyó a lo largo de cinco décadas.
La cantidad de alusiones a la muerte es en sí misma digna de mención, y hay canciones sobre el desastre del Titanic ("Tempest"), un suicidio/homicidio de a tres ("Tin Angel") y el asesinato de su viejo conocido John Lennon ("Roll On, John"). "Pay in Blood" es una imagen del mal más rabioso, cantada con un gruñido: Dylan se coloca tan cerca del micrófono que prácticamente se puede escuchar el carraspeo de la flema. "Early Roman Kings", con el acordeón blusero de cantina de David Hidalgo, habla de déspotas "libidinosos y traidores" que visten "trajes de piel de tiburón".
En cuanto a las letras, Dylan está en su mejor momento: elabora bromas, juegos de palabras y alegorías que escapan a cualquier lectura simplista, y cita las palabras de otra gente como un rapero haciendo un freestyle incendiario. "Narrow Way" es uno de los rocks más potentes de Dylan en años, y toma prestado un estribillo de "You’ll Work Down to Me Someday", un blues de 1934 de los Mississippi Sheiks. "Scarlet Town" se inspira en versos de John Greenleaf Whittier, un poeta y abolicionista cuáquero del siglo xix; y también hay alusiones al legendario cantante y trompetista de jazz Louis Armstrong y a otra institución de la música negra, los Isley Brothers, en otros temas. Con sus casi catorce minutos, "Tempest" es una epopeya (45 estrofas, sin estribillo), sobre el hundimiento del Titanic, con una melodía irlandesa con acordeón y violín. La precisión histórica no tiene aquí ninguna importancia; la referencia a Leonardo Di Caprio da la impresión de ser más fiel a la tradición folklórica de lo que lo sería su ausencia. Mientras tanto, las escenas son horripilantes: pasajeros que se precipitan en las aguas heladas, "cadáveres ya flotaban / en el casco de doble fondo"; algunos hombres se vuelven asesinos; otro le ofrece su asiento en un bote salvavidas a un chico tullido. La metáfora es inevitable: un coloso cuyo hundimiento parecía imposible se viene a pique en medio de pequeñas muestras de coraje, provocándoles la ruina a ricos y pobres por igual. "Roll On, John", la última canción, está dedicada a un hombre que luchó contra la opresión de la fama –y la deificación que ésta produce– tanto como el mismo Dylan. "Hoy escuché las noticias, oh, nene", canta, en referencia al asesinato de Lennon y a una letra de los Beatles, con una voz en la que se deja adivinar la culpa del sobreviviente. Es una plegaria de un artista a otro, y un recordatorio de que Dylan es prácticamente el único que queda de sus compañeros de los años 60. Mientras tanto, su propio último acto continúa. Es algo que vale la pena ver.



