
Tibio alegato humanista de Zhang Yimou
"Ni uno menos" ("Yi Ge Dou Bu Neng Shao", China/1999). Presentada por Columbia. Intérpretes: Wei Minzhi, Zhang Huike, Gao Enman, Li Fanfan. Fotografía: Hou Yong. Música: San Bao. Dirección de arte: Cao Jiuping. Guión: Shi Xiangsheng. Dirección: Zhang Yimou. Duración: 106 minutos. Para todo público. Nuestra opinión: Buena .
1 minuto de lectura'

Muy lejos estamos aquí de los opulentos y refinadísimos melodramas de época con los que Zhang Yimou cimentó su prestigio internacional y generó más de un enfado entre las autoridades de su país. Sólo "Qiu Ju, historia de una mujer china" puede considerarse un antecedente, no solamente porque afronta el retrato de las duras condiciones en que se desenvuelve hoy la vida en pequeñas comunidades rurales, sino porque su protagonista, la empecinada Wei Minzhi, es una suerte de réplica jovencísima de aquella otra luchadora empedernida que encarnaba la siempre fascinante Gong Li.
El estilo también ha cambiado, y se comprende. Su aparente desaliño se condice con esa decidida búsqueda de cierto tono documental que ha guiado la voluntad de Yimou y que se hace evidente desde la propia concepción del film: parte de él viene de las propias experiencias vividas por el cineasta chino cuando fue enviado a trabajar en el campo, en los tiempos de la Revolución Cultural, y parte ha sido tomada de episodios reales.
Y además está quizás el rasgo fundamental de esta incursión casi neorrealista: en "Ni uno menos" no hay actores. Quienes aparecen en pantalla y llevan adelante la historia se desempeñan en la vida real, en su mayoría, en los mismos roles que en la ficción. El alcalde, los estudiantes, la locutora, la dueña de un restaurante o el alto ejecutivo de una emisora de televisión no hacen sino representar ante la cámara situaciones que bien podrían vivir en su actividad cotidiana. Esa búsqueda de naturalidad obedece a la necesidad de Yimou de asegurarse un intenso vínculo emotivo entre el espectador (particularmente, claro, el de su país) y cada personaje. Quería que en los rostros de sus criaturas se leyera la verdad y que hubiera un compromiso sensible con lo que muestra su sencilla historia: la pequeña epopeya de una maestrita suplente -casi de la misma edad de sus discípulos- empeñada en cumplir con su misión y entregar al titular de la desvencijada y desprovista escuela rural el mismo número de alumnos que recibió, ni uno menos.
El propósito puede ser noble y la entrañable humanidad de los personajes, incontestable, pero los resultados parecen bastante desparejos. Por un lado, el film se beneficia con la frescura de los "actores", especialmente los chicos, con la infatigable Wei Minzhi a la cabeza; también lo enriquecen sus abundantes apuntes documentales. En realidad, hasta puede decirse que es en los bordes de la historia, en los detalles que muestran la vida cotidiana en China, donde el film ofrece el material de mayor interés.
La anécdota en sí misma avanza con firmeza en los primeros tramos, cuando Wei Minzhi viene a reemplazar al maestro, discute por su paga, lucha contra la alborotada indisciplina de sus alumnos y contra sus propias limitaciones. Y sostiene su interés después -más allá de algunas reiteraciones-, cuando es necesario rescatar de la ciudad a uno de los chicos a quien su familia ha enviado a trabajar.
La clase entera se compromete en esa empresa que tendrá como líder a la novata docente, en lo que puede interpretarse como un modelo de lo mucho que la gente menos favorecida puede hacer por sí misma en esta China hoy no tan reacia al capitalismo.
Ese costado aleccionador -que se hace ostensible al final- debilita bastante la convicción de un relato que en toda su segunda parte se carga de lugares comunes y contradice su ánimo testimonial con una pintura idílica en la que la TV regala tiempo y reparte tizas de colores.
Es una pena que Yimou no haya encontrado otro modo menos explícito de transmitir su mensaje.





