
Un cine hecho con buenas intenciones
"Sólo gente" (Argentina/1999). Presentada por Primer Plano. Intérpretes: Pablo Echarri, Lito Cruz, Martín Adjemián, Walter Santa Ana, Cristina Banegas, Mara Bestelli, Ulises Dumont, Tony Lestingi, Rodrigo Cameron, Francisco Corbalán. Guión y dirección: Roberto Maiocco. Fotografía: Carlos Torlaschi. Música: Martín Bianchedi. Duración: 96 minutos. Para mayores de 13 años. Nuestra opinión: regular.
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En "Sólo gente", Ignacio (Pablo Echarri), un joven médico en residencia, se ve enfrentado a las bondades y miserias de su profesión. El escenario es la sala de guardias de un hospital destartalado, verdadera morgue en potencia en cuyas camas aparecen sin previo aviso pacientes fantasmales de otras áreas. El protagonista acepta reemplazar a un compañero durante una guardia que le planteará diversos dilemas éticos mientras sueña con ser elegido para viajar a un congreso en Montreal.
En la película pululan los especialistas preocupados por disimular sus defectos, avanzar académicamente o no implicarse desde el punto de vista emocional. También una fauna hospitalaria variopinta, que incluye a un paciente que no tiene las menores intenciones de abandonar el lugar, un joven rockero comatoso que Ignacio logra salvar en primera instancia y un padre internado por -en apariencia- complicaciones de tabaquismo. En paralelo, las sombras tutelares de la familia del personaje principal, sus ambiciones, angustias y desazones.
El director Roberto Maiocco conoce en detalle el microcosmos en que se desarrolla la acción de su segunda película (la primera había sido "Gracias por los servicios", de 1987). Su profesión primera es, al fin y al cabo, la de médico. No sorprende entonces que el personaje de Ignacio esté trazado con criterio y credibilidad. Pero la película naufraga entre sus buenas intenciones y el acopio de ideas en estado embrionario. "Sólo gente", por ejemplo, no carece de chispazos de humor, pero el recurso es utilizado apenas de modo decorativo. Maiocco bordea en ocasiones el humor negro, como cuando un techo se derrumba sobre la cama de un motociclista internado, pero lo hace sin tomar mayores riesgos.
"Sólo gente" oscila entonces entre una clásica película de mensaje solidario y optimista, entre la comedia hospitalaria de costumbres y el film de crítica social, la historia intimista, sin llegar a ser ninguna de estas cosas. La gran vorágine que amenaza sumergir al protagonista en una pesadilla se resuelve en un gesto heroico y una simple suspensión de funciones.
El defecto básico de "Sólo gente" reside en la endeblez del guión. Tantas ideas a la deriva finalizan diluyéndose en la inconsecuencia y, eventualmente, en la intrascendencia.
"Sólo gente" es, vale subrayarlo, un film honesto, nada pretencioso. Contra lo que se podría temer por su argumento, no peca de excesos discursivos. Sí, en cambio, está sembrado de unos cuantos lugares comunes o teñido aquí y allá por un sentimentalismo añejo. Algunas escenas, entre poéticas y absurdas, devienen grotescas: el músico, por ejemplo, recién recuperado, ejecuta un solo de saxo (¿por qué esa obsesión cinéfila por el noble instrumento de viento? ¿Para cuándo una viola da gamba, una escuálida guitarra?) con particular impericia.
Hecha a pulmón, con gran esfuerzo, "Sólo gente" se equilibra gracias al oficio de algunos de sus intérpretes secundarios (Banegas, Cruz, Santa Ana) y del propio Echarri, que ganó por su papel el premio al mejor actor en el último Festival de La Habana.
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