
Un diablillo con humor vulgar
"Little Nicky, el hijo del diablo" ("Little Nicky"; EE.UU./2000). Dirección: Steven Brill. Con Adam Sandler, Harvey Keitel, Patricia Arquette, Rhys Ifans y Quentin Tarantino. Guión: Tim Herlihy y Adam Sandler. Fotografía: Theo van Sande. Música: Teddy Castellucci. Presentada por Distribution Company. Duración: 86 minutos. Para mayores de 13 años. Nuestra opinión: regular.
1 minuto de lectura'
En "Little Nicky", la nueva película de Adam Sandler, héroe televisivo del Saturday Night Live, el infierno tan temido no es un escenario agobiador y dantesco, sino una parodia tardía y desvaída del Studio 54. Esa imagen, que remite de inmediato a los disfraces carnavalescos, traza a la perfección el perfil de esta comedia en la que abundan un espíritu iconoclasta, adolescente antes que corrosivo, escenas bizarras, piruetas verbales de toda laya -que pierden buena parte de su efecto en el subtitulado- y un humor tonto y retonto al mayoreo.
Little Nicky (Sandler) es el hijo preferido del diablo en funciones (Harvey Keitel), que festeja sus 10.000 años de reinado. Es también, de los tres, el de menos luces y tímido, la contracara de los brutales habitantes de aquel mundo. Pero a pesar de su retraimiento, deberá subir a la Tierra (a Nueva York, para ser más precisos) para rastrear y obligar a regresar a sus hermanos Adrián y Cassius, que huyeron en un conato de rebeldía y cuya ausencia, por una maldición de entre casa, amenaza con hacer desaparecer literalmente al padre. De allí en adelante, Nicky, con toda su torpeza a cuestas, deberá desenvolverse en un universo regido por reglas que desconoce. Morirá varias veces bajo las ruedas de un tren o un camión para resucitar a los pocos minutos, se dejará guiar por un bulldog parlante y fiestero, se volverá un adicto a la comida chatarra, se enamorará y cosechará algunos acólitos, entre ellos dos heavy metal tan satánicos como candorosos.
El humor de Sandler no hace de la sutileza la mejor de sus armas. Hay gags hasta debajo de la alfombra, pero no son garantía de una buena película, ni siquiera de una entretenida. Al contrario, los posibles efectos cómicos dependen de modo directo de la empatía que el espectador construya (o quiera construir) con el protagonista. Y nada asegura que la figura contrahecha, con el rostro torcido por un accidente infantil, del Little Nicky de Sandler (con algo de un Jerry Lee Lewis rejuvenecido) vaya a caer necesariamente en gracia. Lo mismo ocurre con muchas escenas. Hay demasiados guiños, arbitrarios y gratuitos. Un chiste de corte generacional, por ejemplo, como la aparición redentora de Ozzy Osbourne (que llevó el satanismo en el rock and roll hasta la parodia excelsa) o la del director Quentin Tarantino como un diácono ciego obsesionado por el demonio, se vuelve apenas la coartada para un cameo de peso. Las escenas potencialmente más divertidas también terminan diluyéndose en el gesto. Cuando Nicky descubre que su madre es un ángel, el paraíso es retratado como una convención de chicas superficiales que toman el té, al mejor estilo Beverly Hills.
Sólo apuntes aislados
El problema de fondo de "Little Nicky" es su informalismo declarado y voluntario, que reduce todo el film a una serie de apuntes individuales, a imagen y semejanza de los sketchs televisivos. Es cierto: hasta el más irreductible de los escépticos esbozará en algún momento una sonrisa reprimida o incluso una genuina carcajada involuntaria. Pero en esta película de Adam Sanders (que trabaja en el próximo proyecto de P. T. Anderson, el director de "Magnolia"), la bizarra fiesta prometida se deshace en las migajas de una gran broma improvisada y algo perezosa.




