
Un director en busca de ensayo
Es un privilegio, y a algunos puede resultarle irritante. Pero una parte considerable de mi trabajo en el Teatro San Martín es el asistir a los ensayos; tal vez la parte que me depara mayor felicidad. El privilegio es presenciar la tarea de Jorge Lavelli antes del estreno de "Seis personajes en busca de autor".
Si uno de los panoramas más melancólicos del mundo es una sala de teatro vacía, uno de los más estimulantes es el escenario durante un ensayo. Y en el caso de "Seis personajes..." se da la curiosa circunstancia de que eso es, precisamente, lo que el libreto requiere.
En el prodigioso juego de magia propuesta por Pirandello, la primera noción que vacila es la del espacio. ¿Dónde estamos, dónde está el espectador, cuál es la verdadera (valga la paradoja) ficción? Porque, para mayor desconcierto aún, en ese tablado se está ensayando otra obra de Pirandello, "Cada cual a su juego", cuando irrumpen los transidos seis personajes en busca de autor. O sea que quien asiste a una representación de "Seis..." entra en una suerte de cuarta dimensión (habiéndose abolido la famosa cuarta pared). Y yo, en tanto que intruso en la platea, veo el ensayo de un ensayo de un ensayo.
* * *
Antes de que el vértigo nos obnubile, volvamos a Lavelli. Está sentado, momentáneamente, en la primera fila de la sala Coronado (que es, en realidad, la tercera, porque a su pedido se retiraron dos, para instalar allí el escritorio del director ficticio del espectáculo, esto es, de "Cada cual..."). A su lado, su colaboradora y compañera, Dominique Poulange, minuciosamente alerta a todos los detalles.
En escena -el inmenso, formidable tablado de la gran sala del San Martín, imponente en su desnudez-, los actores. Todo el elenco, todos los días. Así lo exige el libreto; la supuesta compañía que ensaya "Cada cual..." no abandona en ningún momento el escenario, subyugada por el trágico planteo acarreado por los intrusos.
Una y otra vez los actores reiteran sus palabras, sus desplazamiento. Lavelli corrige sin cesar, no se le escapa un matiz, un ademán. Es el director menos teórico del mundo: sabe lo que quiere y cómo lo quiere, pero esquiva lo dogmático. Su tarea, me digo, es la de un escultor. El va esculpiendo a sus criaturas como decía Miguel Angel que se hacen las estatuas: desembarazando a la materia de lo que impide ver la obra de arte que ya está, viva y palpitante, dentro del bloque elegido. Lentamente, el escultor desbasta el mármol, el actor se vuelve a ese "otro" necesario.
* * *
Lavelli rebota, literalmente, de la platea a las tablas y viceversa. Pule allí un gesto, desecha aquí otro y, como un coreógrafo genial, revela el ademán perfecto, único capaz de expresar lo que el texto dice. Salta, corre; propone ir para allá, observa, corrige; "es mejor así", dice, cortés, con su hablar porteño estriado de acento francés. Dominique lo secunda, señala un detalle, sugiere un movimiento.
Se ensaya, en una palabra: se busca y, cuando se encuentra, es la felicidad. La misma felicidad que muestra el elenco. Una y otra vez, se le exige que repita la misma frase, que recorra el mismo trayecto. Cada repetición varía, acaso en forma imperceptible. Es como recorrer un espiral: cada tramo pasa de nuevo por el mismo punto, pero alejándose del centro, haciéndose más luminoso y nítido. Una galaxia se forma ante nuestros ojos, un mundo nuevo, distinto, está por nacer.
Los personajes están condenados, dice Pirandello, a vivir -padecer, morir- en un eterno presente. Lavelli nos propone un futuro donde esas tristes criaturas repetirán eternamente su drama, pero donde nosotros, los espectadores, no volveremos a ser nunca los mismos que entramos al teatro a ver "Seis personajes".
1
2Mario Massaccesi: su curiosa “cartulina de los deseos”, los traumas de su infancia y su acto de “rebeldía amorosa”
3Ian Lucas le declaró su amor a Evangelina Anderson en pleno show en Vélez: “Es la mujer más linda de Argentina”
4El ex Gran Hermano que se alejó de los medios y abrió su local de comida en el Barrio Chino


