La escritora que quiso vencer a la muerte
Esta semana se conmemoraron los ochenta años del fallecimiento de Irène Némirovsky en el campo de exterminio de Auschwitz; su obra, sin embargo, sigue viva
4 minutos de lectura'


En febrero de 2023 se cumplirán 120 años del nacimiento de la escritora judío-ucraniana Irène Némirovsky en la ciudad de Kiev, en ese entonces parte del Imperio ruso y hoy asediada por las tropas rusas. El miércoles 17 se conmemoró el 80° aniversario de su muerte en el campo de concentración de Auschwitz, a los 39 años. Pese a que su familia se había establecido en París en 1919 y a que hacia finales de los años 20 había iniciado una promisoria carrera literaria, después de la publicación de David Golder (que narra el auge y el derrumbe de un magnate judío) y de la adaptación al cine hecha por Julien Duvivier, el gobierno francés no le concedió la nacionalidad francesa en 1938, tan necesaria ante la amenaza nazi. En 1939, meses antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, con su esposo e hijas se convirtieron al cristianismo en la capilla Santa María: había que sobrevivir. Eso no impidió que en Francia fueran despojados de derechos civiles (no solo eran judíos sino también extranjeros) por los estatutos de los judíos promulgados por los invasores nazis.
La escritora y el ingeniero Michel Epstein, su esposo, y Denise y Élisabeth, hijas del matrimonio, usaban la estrella amarilla. “Se ha dictado una interdicción general y absoluta sobre todas las viviendas habitadas por mis iguales –le escribía al director literario de la editorial Albin Michel, André Sabatier–. No se lo cuento para inspirarle lástima, sino para explicarle que mis ideas no pueden ser más que negras”. Consciente de que la tragedia llegaría más temprano que tarde, Némirovsky dedicó las últimas semanas de su vida a cuidar a sus hijas, a leer, escribir y caminar. Cuando fue detenida y deportada en julio de 1942, aún trabajaba en una de sus novelas más conmovedoras, Suite francesa, que fue rescatada por sus hijas y años después entregada al Institut Mémoire de l’Édition Comtemporaine. La novela fue publicada en simultáneo en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos en 2004; a modo de ironía compensatoria, obtuvo el premio Renaudot en el país que le había la nacionalidad a su autora.
En vida, Némirovsky publicó más de diez novelas (escritas en francés), entre ellas El baile, Nieve de otoño y El malentendido, que había aparecido en 1926 en la revista Les Oeuvres Libres. Después del éxito internacional de Suite francesa, el sello Salamandra tradujo al español gran parte de su obra. También comenzaron las polémicas sobre si había reproducido los estereotipos antisemitas en el retrato de los personajes que pueblan varias de sus novelas. Además de David Golder, en El baile –donde parece vengarse de su fría y frívola madre con el personaje de la señora Kampf–, El maestro de almas y Los perros y los lobos, los judíos son caracterizados como codiciosos, hábiles para el comercio y bastante poco espirituales. En una entrevista en L’Univers Israélite, de 1935, Némirovsky hizo una distinción entre su obra y su condición de judía. “¡Nunca he intentado ocultar mis orígenes! Siempre que he podido me he proclamado judía”, dijo.
“Me gusta mucho Irène Némirovsky –dice la narradora Silvia Arazi–. Una escritora que desde muy joven, con una prosa mesurada e incisiva, supo revelar las pequeñas miserias de la alta burguesía francesa a la cual pertenecía, con una mirada implacable y compasiva a la vez. La muerte de los escritores que pierden la vida en la plenitud de su arte siempre me entristece. Parece como si la literatura misma, en un acto de magia, se hubiera apoderado de ella para convertirla en personaje, para darle a su obra literaria un final imprevisto. El final más dramático, el más oscuro y el más cruel”.
En su hermosa biografía novelada La vida de Chéjov (publicado en el país por Mil Botellas), Némirovsky parece referirse a su propio arte al escribir sobre el maestro ruso. “Al igual que en el presente, el mundo se dividía entre verdugos ciegos y víctimas resignadas, pero todo era mezquino, miserable, todo estaba colmado de mediocridad –reflexiona–. Se esperaba al escritor que hablaría de esa mediocridad sin enojo, sin repugnancia, sino con la piedad que se merecía”. La literatura de Némirovsky y los ecos de su tragedia personal siguen proyectando una clase de humanidad a la que se podría aspirar.










