Quizás por cuestiones atávicas, algunos creen que en la potencia y persistencia de las brasas, esta en juego la virilidad. No abonamos esta teoría, pero igual le pedimos a un experto cinco tips para que cancherees en parrillas propias y ajenas.
Texto: Marcelo Pavazza.
Asesor de fuego: Federico "el colo" Ricciardi.
Es cierto que mantener el carbón vivo cuesta. Y que uno se queda mas tranquilo si, de vez en cuando, asoma alguna llamita que mantenga esa ilusión de eterna incandescencia que garantiza que mientras haya fuego habrá asado. Recordemos que al tope de las premisas de este informe está la de hacer muchos y buenos fuegos sin usar ningún tipo de combustible tóxico. Entonces, ¿qué puede hacer el ansioso que quiere ver resultados inmediatos pero sigue la ley de hierro de no usar aditivos indeseables?
1. El diseño es el fuego.
2. Fuego y oxigeno. Oxigeno y fuego.
¿Qué sería del uno sin el otro? Manos diestras en esto de encender altas y rendidoras fogatas para el asado recomiendan un método que combina esos dos elementos, y que se apropia tanto de un principio básico de química como de la idea rectora de la vieja y querida chimenea. La cosa consiste en tomar una botella vacía, recubrirla entera con varias capas de papel de diario (no muy apretadas), colocarla parada sobre la parrilla y ponerle carbón alrededor. Luego, se retira dicha botella cuidadosamente, dejando sólo el papel, que queda como una especie de tubo (lo dicho: como una chimenea) rodeado por un volcán de carbón. Después, sólo es cuestión de arrojar bollitos de papel en el interior y darles mecha. Importante: los bollos deben estar bien apretados, como para que no se desarmen y se vuelen al soplo de la más mínima brisa. Habrá llama, habrá aire entrando por debajo de esa llama, habrá carbones bien prendidos. Y habrá asado.
3. Madera noruega.
4. No uses el parque.
Uno aun más fácil que el anterior, ideal para apuradísimos. Y, habíamos avisado, con el mismo protagonista. Básico y sin atajos, puede llamárselo también la variante bruta, y hasta ser merecedor de alguna que otra acusación de irrespeto por la madera, aunque sea ésta de cajón de manzanas. Sucede que todo debe quedar como está: el cajón, la bolsa de carbón (que para este menester tiene que ser sí o sí de papel), el papel de diario, el fósforo. ¿Qué se hace? Primero, lo único que no puede faltar: bollos apretaditos de papel de diario. Muchos, que alcancen para hacerle de piso al cajón. Después, muy simple: se da vuelta el cajón y se lo coloca sobre los papeles, para que quede lo que es el fondo en la parte superior, que es donde se apoya la bolsa (sí, entera) de carbón. O sea diario, cajón, carbón. Así, a lo bestia. Afinamos el pulso y fileteamos el puño para tirar un fósforo encendido justo entre los listones. Apenas prende el papel, nos quedamos esperando no más de cinco minutos que la madera gruña, ceda, haya módicos sonidos catástrofe, y el fuego cambie de carácter para volverse mucho y bueno.
5. Dos trampas humeantes.
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